domingo, 29 de abril de 2012

EL BARÓN DE MÜNCHHAUSEN


Cien mil viviendas para los más pobres ha anunciado el gobierno nacional a través del Presidente Santos y del nuevo ministro de vivienda Germán Vargas Lleras. A pesar de que suena un poco a dar el pescado en vez de enseñar a pescar, indudablemente es una buena noticia para muchos (algunos, sin embargo, prefieren que haya gente durmiendo en la calle con tal de mostrar el fracaso del gobierno actual en contraste con el suyo; cosas de la vanidad humana).  Es mejor, en todo caso, tener el pescado, así no se sepa pescar, a no tener nada (todo esto lo hemos ido aprendiendo poco a poco de Pambelé); y  es reconfortante saber que un uno por ciento de colombianos, de entre los más pobres, tendrá un techo -suponemos- digno.

El hecho de que las viviendas sean gratis no hace sino agregarle un ingrediente de justicia social a una sociedad que suele ofrecer muchísimo a poquísimos, poco a muchos y nada a muchísimos. Aún así, a esta iniciativa todavía le espera una travesía épica en los traicioneros pantanos del Congreso, en los peligrosos callejones de la burocracia, y en el nido de ratas de los avivatos que, teniendo algo, quieren aparentar no tener nada.

Con todo, no voy a aplaudir sin reservas esa astuta medida presidencial por el simple hecho de que, de darse, favorecería a gentes habitualmente ignoradas; ni siquiera apoyándome en la tesis de que ese simple hecho anulare las verdaderas motivaciones que tal iniciativa pudiere tener.

Y no lo haré porque me parece el colmo que tengan que darse ciertas condiciones que amenacen seriamente las posiciones dominantes de algunos para que la mezquindad se disfrace de indulgencia (cosas de la avaricia humana) y sea coronada entre los vivas de la muchedumbre ignorante. Porque no, no cometeré, así el ambiente nacional sea ahora el propicio, el acto de populismo de opinión de repetir el cuentico de que la gente no es estúpida, de que al pueblo no lo engañan tan fácilmente; porque sí, sí lo engañan; y sí, definitivamente, es estúpido. Para rebatirme sólo tendrían que explicarme cómo fue que nosotros elegimos presidente a Pastrana aquí en Colombia (cualquiera de los dos). O ellos a Bush en E.E.U.U. (cualquiera de los dos). O como fue que ellos reeligieron a Bush hijo. Y nosotros a Uribe.

Y para explicar mi hipótesis de las razones ocultas tengo que recurrir a una afirmación que seguramente me meterá en problemas con algunos: esas viviendas, esas cien mil viviendas que, con el favor de Dios, tendrán unos, digamos, cuatrocientos cincuenta mil colombianos, no se las debemos agradecer a Santos, sino a un ingrediente externo: a Chávez. Porque sin la sombra que proyecta el coronel venezolano sobre la aterrada ultraderecha colombiana, el presidente Santos no hubiera salido de su torre de marfil de vanidad y elitismo. Sin su amenaza izquierdista del siglo XXI, que ya ha arrastrado a buena parte de nuestros vecinos, y que, como bien lo dijo hace poco Plinio Apuleyo, tiene representantes de variada intensidad aquí en Colombia (la nueva Marcha Patriótica entre los de mayor intensidad), la élite colombiana no hubiese tenido que recurrir a una receta populista de tamaña envergadura (que de todos modos, insisto, corre el peligro de que sus recursos desemboquen en los bolsillos de burócratas corruptos y contratistas aventajados).

Por supuesto, los nubarrones chavistas no hubiesen sido suficientes si domésticamente no estuvieran pasando cosas. Por un lado cierta senadora izquierdista ha logrado fotos memorables gracias a sus circenses espectáculos de liberación y, con ello, ha conseguido medrar en el imaginario mesiánico nacional. Por otro, el alcalde de Bogotá, también de reconocido corte izquierdoso, aunque con incongruencias caricaturescas, es el populismo por antonomasia: además de regalar agua a los estratos bajos, ha hablado de cambiar la destinación a vivienda popular de ciertos terrenos inicialmente proyectados para importantes vías. Si a lo anterior sumamos el hecho de que la Alcaldía de Bogotá se ha convertido en el principal trampolín para acceder a la Presidencia de la República (no tengo sino que volver a recordar a Pastrana) nos encontramos con una carrera armamentista de cheques en la que la chequera más grande tiene la ventaja. Y Santos está empeñado en demostrarlo.

Pero aún esos hechos domésticos serían insuficientes sin un tercer ingrediente: el desplome de la imagen favorable -de la popularidad- de Santos. Y es que, por estúpida que sea la gente, hay una voz que la hace  desenmascarar a los fantasiosos pajaritos en el aire que pinta el presidente; y es aquella que sale por la boca del estómago. Porque, agotando los modelos de chalecos de todo tipo, y con su discurso baboso, decorado con las dos manos puestas a desnivel frente a su cara por todo recurso de lenguaje no verbal, el presidente no ha hecho, desde su posesión, un reverendo carajo. O sí: cumbres. Y, por supuesto, discursos. Discursos en los que se declara populista ("si es que ayudar a los pobres es eso"... Pobrecito, tan incomprendido), traidor de clase (pero no dice de cual ¿de la que hace parte? ¿de la que lo eligió con la esperanza de salir de la pobreza dignamente y no con limosnas?), defensor de los más pobres, héroe de los damnificados por el invierno (para esto último cuenta con un chaleco especial de color naranja).

De resto vemos a las famosas locomotoras de desarrollo moviéndose a la misma velocidad del tren bogotano: a la velocidad del movimiento de los continentes. Y, por eso, esos discursos mentirosos recuerdan al Barón de Münchhausen, personaje de la vida real, llevado a la literatura más tarde por Rudolf Erich Raspe, que se caracteriza por agrandar sus hazañas hasta niveles risibles. O simplemente por inventarlas: cabalgar sobre una bala de cañón -que es una de ellas- podría equivaler a los supuestos logros en materia de prevención de desastres invernales de los que constantemente se jacta el gobierno de ese embustero patológico con apellido incongruente.

Pueda ser que las tres amenazas que se ciernen sobre la cabeza del Barón de Münchhausen colombiano lo animen a pasar de las palabras a los hechos, para que por lo menos se límite a exagerar y no a inventar. Unos pocos actos -nos sigue enseñando Pambelé- son mejores que ninguno. Y aunque cien mil viviendas gratis aún dejen a muchos colombianos en la calle, algo es algo. Y a pesar de que Santos se presente como el salvador de los pobres con su airada indignación -como si acabara de aterrizar de la Luna- de que "tenemos una situación realmente vergonzosa. Colombia es el séptimo país más desigual del mundo entero, el segundo país más desigual de América. Latina", convendría recordarle que, por muy indignado que se muestre con unos remotos y misteriosos culpables, él hizo parte del gabinete de tres Presidentes de la República en los últimos 25 años (ocupando la cartera de hacienda en uno de ellos); que en sus sesenta años de vida ha pertenecido, de una u otra forma -como periodista, como empresario, como político-, a la clase dirigente que ha permitido esa vergüenza que hoy él mismo denuncia enfadado; y que, así pretenda que la cosa no es con él, ha sido en los últimos 25 años una de las personas más influyentes de este país.

Y, sobre todo, que hace ya casi dos años que el presidente es él.

domingo, 22 de abril de 2012

LA LIBERTAD DE UBLIME


 Mediocre. Como todo lo colombiano, e independientemente de los avances en ciertos tópicos y los rotundos fracasos en otros que hicieron presencia diplomática, el resultado de la Cumbre de las Américas fue, para el grueso de la opinión colombiana, que Shakira se equivocó en la letra del himno nacional.

Para conservar la misma línea, y en vista de que hay arte bueno y malo (y muy malo), convengamos en que el himno de Colombia clasifica para inspirar una columna en este blog -que pretende (ojo: pretende, no implica que lo logre) relacionar a la realidad con las obras de arte-. Lo primero que señalo es la tontería de que exista un himno.  No, me equivoco: lo primero es la gran tontería de exista una patria (algunos colombianos de 1902, por ejemplo, pasaron a ser panameños en 1903; es decir: a cambiar el chip se dijo). Pero bueno: ¿qué sería de los políticos mediocres sin la patria? (es decir de todos: ¿cuál de ellos, cuando está en problemas, no recurre al manido recurso del enemigo exterior –chivo expiatorio perfecto- para disfrazar una mala racha interior?).  Y para que haya patria –obvio- debe haber símbolos de ella: himnos, escudos, banderas, próceres, equipos deportivos y todo un sartal de estupideces accesorias: el merchandising patriotero, necesario para mantener viva la llama.

E, increíblemente, esas estupideces, por muy absurdas que puedan llegar a ser, la mantienen viva. Veamos nuestro caso doméstico: una bandera que no representa nada: (amarillo, el oro, las riquezas ¿cuáles? ¿las que estamos regalando a las multinacionales?; azul, los mares ¿a los que les damos la espalda situando el centro político, económico, comercial e industrial del país 2600 metros más cerca de las estrellas? Ah, cierto, se me olvidaba que recientemente firmamos un TLC con Saturno; rojo, la sangre de nuestros próceres ¿la de Bolívar que murió en la cama de tuberculosis? ¿o la de Santander que también murió de muerte natural en otra cama rodeado de una muchedumbre de lagartos? ¿o será, más bien, la de millones de colombianos de todas las clases muertos en esta guerra fratricida? Y, así las cosas, ¿no debería ser el rojo la franja más ancha en la bandera?

No hablemos del escudo, con su cóndor extinto, su canal de Panamá (¡por favor!), su gorro frigio, sus cuernos de la abundancia (¿o abundancia de cuernos?), y su inexplicable Libertad y Orden (¿orden? Ja; ¿libertad? A ese tema vamos.

Esa es justamente la broma más pesada de los símbolos patrios; y una probable causa de la equivocación de Shakira: la libertad: ¿sólo porque nos libramos del yugo español somos libres? No lo creo. Shakira tampoco, y por eso nunca entendió (o entendió y saboteó) esa delirante libertad sublime que imaginó el fantasioso Núñez. Libertad sublime no es muy congruente con este país. Simón Bolívar, el primer presidente de la Gran Colombia, de la que hacía parte la recién liberada Nueva Granada, resolvió convertirse en dictador (quería presidencia vitalicia –la suya- y senaduría hereditaria), despojando así de la libertad recién adquirida a sus gobernados. Y tampoco fueron especialmente libres (ni bajo los españoles ni bajo los neogranadinos) el resto de próceres. Como tampoco lo fueron los demás neogranadinos y colombianos del siglo XIX, cautivos en las decenas de guerras civiles de la Patria Boba; ni los de los de la primera mitad del siglo XX con la Violencia;  ni los de la segunda mitad, con la carnicería tarantinesca que vivimos hasta el día de hoy.

No es congruente una cosa con la otra: libertad sublime y Colombia: agua y aceite. ¿Exagero? Insisto, no creo: en este país fue secuestrado un candidato a la alcaldía de Bogotá, posteriormente presidente de la república del siglo que corre (Pastrana), un periodista que después fue vicepresidente (‘Pacho’ Santos: a la vez primo del presidente actual), el tío del director del partido más emblemático -el liberal- que es, a la vez, hermano de un expresidente de la república de hace menos de 25 años: César Gaviria, la hija de otro expresidente (Diana Turbay). Ni siquiera esa oligarquía criminal es libre. Y de ahí para abajo: acabamos de recibir a la “libertad” (¿sublime?) a  un grupo de uniformados que llevaban 14 años privados de ella -en un sentido menos amplio-. Y están también los liberados anteriormente; y los que permanecen secuestrados; y los muertos en cautiverio; y los ejecutados; y los chivos expiatorios (remember Jubiz Hazbún); y las pescas milagrosas; y los políticos  presos –por cientos- debido a sus nexos con las mafias, con los paramilitares, con la guerrilla; y los carteles de la contratación, también presos; y los homónimos de los delincuentes; y los boleteados (todos los finqueros); y los extorsionados (todos los comerciantes); y las mujeres pobres (hay 50.000 víctimas de la trata de blancas en Colombia); y las ricas (esperando, con la comida hecha, a sus maridos machistas); y las que quieren abortar (el procurador no las deja); y los gays (el procurador tampoco); y los amarrados a hipotecas de por vida a los bancos de Sarmiento; y las empleadas del servicio doméstico; y hasta los multimillonarios, presos en sus mansiones y fincas de recreo. Y los falsos positivos; y los asalariados, trabajando jornadas esclavizadoras por unos de los peores salarios del mundo; y los campesinos; y los desplazados; y los jefes guerrilleros (Cano dejó atrás, en su huida, hasta su dentadura postiza); y los niños de clase baja, esclavizados por sus padres; y los adultos de clase alta, tiranizados por los caprichos de los pequeños mequetrefes de hijos que están formando; y los chuzados; y hasta los narcotraficantes (Escobar vivió sus últimos días aterrorizado en un barrio popular de Medellín). Incluso algunos delincuentes, hacinándose en esos hermosos centros de rehabilitación que son las cárceles colombianas. Y el resto.

Un país que tuvo que crear una institución (por supuesto ilegal, clandestina, como casi todo lo colombiano que no sea inoperante) llamada Muerte a Secuestradores. Un país así de libre.

Por todo eso es que uno se imagina que Shakira no soportó tamaño despropósito: libertad y Colombia en el mismo sitio. Y, además, sublime  (a propósito: ¿cuántos de los que se han burlado de Shakira podrían definir sublime? En vista de que yo tampoco estaba seguro, busqué en el diccionario, y he aquí la definición: excelente, admirable, lo más elevado en su género). Ante tamaño despropósito, digo, Shakira optó por ignorar la composición original y, fiel a su oficio de compositora creativa, refrescó las macabras estrofas del oligofrénico Núñez con la ya famosa palabra ublime, que quizás ella haya inventado adrede, y signifique nominal, imaginario: libertad ublime: libertad nominal, libertad imaginaria. Libertad tan inventada como la misma palabra.

Hay quienes dicen, por otro lado, (la exsenadora Córdoba entre ellos) que Ublime se refiere a alguien que está preso (como todo el resto de colombianos) y al que hay que liberar. (Exsenadora: ¿a usted qué le importa que la hayan despojado de su curul si este oficio de mediadora de rescates tiene muchísimo más futuro en este país que gime entre cadenas sublimes?). Ublime, entonces, estaría preso (o debería estarlo; por lo menos lo está Ublimito -guiño a un ingenioso tuit, increíblemente subestimado, de mi gran amigo Felipe Restrepo-).  Recogiendo la hipótesis exsenadora Córdoba y otros, Ublime sería alguien anónimo, enigmático: nadie sabría a quién se refiere Shakira al reclamar su libertad. O al celebrarla.

Yo me incliné por esto último: porque pensé que Shakira, en vez de pedir por la libertad de Ublime, estaría, más bien, celebrando que habría alguien en Colombia –uno solo- que goza de libertad: la libertad de Ublime. Y fue ahí cuando reflexioné, que ella, que hace lo que –desde que nació- siempre quiso hacer, que es ciudadana del mundo y se pasea por todo el planeta bajo la admiración general, que le dio la santa y real gana de regalarle un colegio al barrio en donde alfabetizó cuando era adolescente sin que intervinieran las sabandijas de políticos que plagan este país, que terminó una relación con el hijo de un expresidente argentino y empezó otra -casi sin solución de continuidad- con uno de los mejores jugadores de fútbol del mundo, que no es sierva de los políticos ni los poderosos esclavistas de este país sino que, al contrario, son ellos los que tienen que lamerle los pies para que haga presencia en los actos demagogos que organizan, que ella, entonces, era Ublime.

Pero no: me equivoqué otra vez: ella no es tan egocéntrica. Sin embargo, por muy modesta que sea, hasta ella misma tiene que reconocer que su música es excelente e incluso más libre que ella. Porque sin ser heredera de ninguna corona (dizque “el Rey no es soberano” ¿y es que acaso los Santos no lo son?), además de pasearse por el planeta, en plena crisis de la industria musical, su música ha logrado un sitio de honor en el mundo. Y es libre. Tan libre que es capaz preguntarse dónde están los ladrones y asesinos, en un país de ladrones y asesinos; y es capaz de cantarle a los prejuicios, en un país de gente llena de prejuicios, muchas de cuyas víctimas están tres metros bajo tierra viendo crecer gusanos. Y probablemente esa música libre la sobreviva incluso a ella. Así que sí Shakira: ya sabemos quién es Ublime: tu música es Ublime.

Tu música es sublime.

domingo, 15 de abril de 2012

TITANIC

“Un argentino, convencido por sí mismo de que puede atravesar a nado el río Amazonas de ribera a ribera por la parte más ancha de su cauce, se lanza al agua.  A los pocos minutos de nadar, el argentino comienza a hundirse, y entre aspiraciones de agua y aire que se intercalan alcanza a gritar: Amazooooonas, te estoy tragandooooooo” Chiste popular

Publico esta entrada cerca de la medianoche del 14 al 15 de abril de 2011. Hace exactamente 100 años, en una medianoche similar, zozobraba en las heladas aguas del Atlántico Norte el barco más famoso de la historia, el Titanic, dejando en ese, su viaje inaugural, un saldo de 1523 muertos entre contusos, ahogados y congelados. El presuntuoso nombre –Titanic- lo dice todo: el barco, como los titanes de la mitología griega, estaba por encima de los dioses (recordemos que, según sus constructores, la nave era insumergible: ni Dios podía hundirlo); y, así como los titanes fueron derrotados en la titanomaquia frente a una nueva estirpe de dioses de segunda categoría (Zeus y compañía), el Titanic sucumbió ante elementos menospreciados por sus propietarios.

Inspirada en ese suceso, la película de 1997, Titanic, del director James Cameron, nos muestra una historia paralela que sirve como metáfora para lo que termina sucediéndole al enorme transatlántico; un presumido miembro de la aristocracia de Pittsburgh, pasajero de primera clase en la nave, es derrotado en las lides amorosas por un plebeyo de la tercera clase a quien aquél había desdeñado desde el primer momento: su prometida, una hermosa jovencita en edad de merecer, acaba prefiriendo al donnadie recién conocido sobre un tentador futuro social y económico al lado de él. No bien termina este último por reconocer su derrota cuando un nuevo –y mucho más grave- problema se le presenta: el petulante Titanic, el insumergible, colisiona contra un iceberg. Y a pesar de que sus compartimientos pueden aislarse entre sí y almacenar miles de litros de agua sin poner en peligro la flotabilidad del barco, el Titanic acaba yéndose a pique. Es la vieja historia (tan antigua como la Historia misma) de David y Goliat, registrada en la biblia en los mismísimos albores de la escritura: un poderoso, convencido de que es superior a su rival, cae derrotado estrepitosamente a pesar de sus alardeos de supremacía.

Aun cuando la abundancia de ejemplos que nos brinda la historia en ese sentido es increíble, al parecer los genes siguen primando sobre las enseñanzas; si bien soberbia y vanidad han sido necesarias en la cadena evolutiva a través de millones de años para garantizar descendencias cada vez más aptas a la vida salvaje -los pavorreales modestos no existen; los pocos de ellos han tenido un árbol genealógico poco frondoso-, hace milenios que esos rasgos dejaron de ser cruciales para la supervivencia de la especie humana y, más bien, el exceso de éstos en un individuo o colectividad, se han tornado fastidiosos para los demás. Y, claro, no pocas veces objeto de burlas cuando las cosas no salen como los prepotentes las han proyectado.

En la guerra, una de las actividades humanas más fértiles para que germine la soberbia, sobran los ejemplos. Por poner uno relativamente reciente: hace menos de 40 años la potencia militar más poderosa de la historia salía con el rabo entre las patas de las selvas de Vietnam, dando por perdida una guerra librada frente a famélicos orientales anclados en el siglo XIX.

Y así es en todos los campos. En el deportivo, donde las batallas son frecuentísimas, las humillaciones están a la orden del día; una de las más famosas la protagonizó la selección de fútbol de Brasil en la final de la Copa Mundo de 1950 cuando, actuando de local, y luego de aplastar a todos los rivales que se le cruzaron en su camino al título, sucumbió ante una modesta selección de Uruguay que había dejado atrás sus épocas de favorito mundial en este tipo de competiciones.  Nunca se supo qué hicieron los brasileros con las toneladas de souvenires, alusivos a la consecución del campeonato, que habían mandado a fabricar para la anticipada celebración.

La política no es una excepción. Y es por eso que un solo hombre pudo desafiar (y finalmente vencer) al imperio donde nunca se ponía el sol: Ghandi, un alfeñique de túnica y anteojos, con su pacífica estrategia de la desobediencia civil, logró doblegar al encopetado imperio británico. Y también en la política, a un nivel muy inferior al anterior (no hay grandes imperios de por medio, no hay líderes espirituales, el país involucrado no es dueño de una historia milenaria), encontramos el caso casi doméstico de nuestra vecina Venezuela y su todopoderoso presidente Chávez.

Chávez –lo sabemos todos- no se caracteriza por su humildad. Aclarando que no voy a juzgar el fondo de su gobierno (mal haría yo, que no conozco de primera mano la situación de Venezuela; sé que se oyen rumores de dictadura en el vecino país, pero ecos de arbitrariedad ya nos venían de allí mismo desde hace lustros: el famoso caracazo quizás nos informase en su momento acerca de una dictadura similar a la presunta de hoy día, diferenciada simplemente en que aquella hacía inmunes a otros ricos), sin juzgar, pues, el fondo de su gobierno me limitaré a la forma. Convendrán conmigo en que no de otro modo que de vanidosa se tiene que calificar una intervención televisada de Chávez en la que aseguró que la revolución bolivariana (en cabeza suya, por supuesto) estaría gobernando el país los períodos 2013-2019, 2019-2025, 2025, 2031… O díganme si no se llama soberbia al hecho de calificar de “victoria de mierda” al triunfo de la oposición en el referéndum de 2007. O corríjanme si declaro de arrogante la invitación que le hizo recientemente al candidato opositor Henrique Capriles a aprovechar el carnaval y disfrazarse de chavito.

Lo que suele pasar en todos estos casos de engreimiento es que sus protagonistas confunden al verdadero enemigo. Así pues, E.E.U.U. no estaba enfrentando a desnutridos vietnamitas, se enfrentaba a la inhóspita jungla; los 11 jugadores de la selección Brasil no se medían a otros 11 jugadores que eran a todas luces inferiores a ellos técnicamente, lo hacían frente a un verdadero equipo, cuyo resultado de conjunto era harto superior a la suma de sus partes; el imperio británico no combatía a un simple hombrecillo descalzo, su combate se libraba en el escurridizo mundo de las ideas; sí: combatían contra una idea, contra una poderosa idea: “cuando una ley es injusta lo correcto es desobedecer”: una vez convencida de eso una exorbitante cantidad de indios no había imperio en el mundo capaz de sostenerse.

También el Titanic: su oponente no era un colosal témpano de hielo; ni unos cuantos miles de litros de agua; ni siquiera Dios, tan legendariamente apático a estos desafíos terrenos: era el mar, la inmensa mar océana, para la que no había compartimientos aislados que valieran: el esplendoroso Titánic terminó tragado por sus incontables aguas: infinitas gotas de agua –el compuesto más simple del planeta- confabuladas contra el altanero intruso de acero.

Y ¡cómo no! Chávez, quien, por su parte, se ha dedicado a enfilar baterías contra una oposición finalmente unida y organizada. Cree que ese es su verdadero enemigo pues, como es tradición entre algunos dirigentes de nuestra pintoresca América latina, piensa que estará en el poder eternamente. Probablemente no lo sea. Y a veces él mismo parece intuirlo; y enfila baterías hacia su nuevo enemigo: cambió el -en cierta forma- modesto lema revolucionario “Patria, socialismo o muerte” por un altivo “Viviremos y venceremos”. Por otro lado, hace poco refiriéndose a su enfermedad, y sin olvidar recordarle a la oposición que le propinaría una paliza “memorable”, afirmó en tercera persona: “…este cáncer no podrá con Chávez tampoco”.

Todo lo anterior, sin saberse a ciencia cierta su real condición médica, hace pensar que oye pasos de animal grande; y que sabe que el chavito de Capriles no es para él –Goliat del matoneo, Titanic de la chabacanería- un adversario tan formidable como aquel que le ha hecho solicitar el auxilio de nadie menos que de Jesucristo, aquel contra el que ninguna bravuconada funciona: la pedrada cósmica, el témpano de todos los témpanos, el más descomunal y oscuro de los océanos: la muerte.

domingo, 1 de abril de 2012

LA CORTINA DE HUMO

Ahora sale Santos a decir, por boca de unos fantasmagóricos analistas, que los recientes golpes (bombardeos) contra las FARC son un  hecho “muy importante estratégicamente, incluso más que las acciones contra los alias 'Mono Jojoy' y 'Alfonso Cano'". Y explica su argumento: “porque estuvo dirigido a los mandos medios de esa organización”. ¿Alguien entiende algo? El 5 de noviembre del año pasado –hace menos de seis meses- con motivo de la baja del máximo líder de las FARC, 'Alfonso Cano', Santos dijo: "Es un día muy importante para Colombia. Es el golpe más contundente dado a las FARC en toda su historia". Y en septiembre de 2010, muy cerca de su posesión, cuando fue abatido el ‘Mono Jojoy’, el periódico Portafolio informó que dicho golpe “ha sido calificado por el Gobierno como un golpe "histórico" contra la guerrilla más antigua de América Latina”. Más explícitamente lo dijo Rodrigo Rivera, ministro de defensa de la época: "es tal vez el golpe más fuerte en la historia de Colombia contra esta organización narcoterrorista".
No llevamos dos años de gobierno santista y ya contamos con los tres golpes más fuertes (importantes, contundentes…) a la casi sexagenaria guerrilla de las FARC. Y a pesar de que durante los ocho años de Uribe logramos al menos una docena de golpes más fuertes (importantes, contundentes; recordemos que el 1 de marzo de 2008, cuando fue dado de baja ‘Raúl Reyes’, el entonces ministro de defensa Juan Manuel Santos expresó en rueda de prensa que “es el golpe más contundente que se le ha dado a ese grupo terrorista hasta el momento”), a pesar de eso, temo que aún falta un número tan vasto de golpes fuertes, importantes, contundentes a ese grupo guerrillero (de ‘Timochenko’ para abajo) que, como a la cándida Eréndira de Gabo, no nos alcanzará la vida.
Lo cierto es que la sarta de cortinas de humo que mencioné antes se queda pendeja frente a otra de las declaraciones del mismo presidente respecto al último bombardeo, al último golpe “al corazón de la guerrilla”. Revela el perspicaz Santos que a las FARC las “estamos acorralando y acuden a las acciones terroristas para ser vistos (sic) y generar terror en la población”. No sé lo que él estaba esperando de un grupo terrorista que, oportunistamente, se nutre de la materia prima de la colosal desigualdad de este país; tal vez una tarjeta timbrada que nos invitara a todos a una gran parranda vallenata en la que, borrachos, nos abrazáramos y celebráramos la adquisición del medio de comunicación más poderoso del país por parte del principal acreedor del pueblo colombiano; conveniente circunstancia ¿no?
Adicionalmente, en el mismo reportaje del diario del banquero poderoso (de donde he sacado gran parte de la información de esta columna), “el general Óscar Naranjo, director general de la Policía Nacional, aseguró que en los últimos 19 meses la población carcelaria aumentó en 42.000 reclusos por la acción efectiva de las autoridades contra el delito.” Qué tristeza que la principal reina de belleza del mundo militar crea que esa declaración refuerza la convicción del ministro de defensa actual, quien afirma, allí mismo, en el reportaje mencionado, que “la seguridad ha mejorado”: la peligrosa costumbre de demostrar avances en seguridad a partir de números, de victorias represivas, debería hablarnos de fracasos y no de éxitos: una sociedad que necesite cada vez menos de cárceles y reclusos es indiscutiblemente más viable que otra que ejecuta inocentes: no puedo creer que los falsos positivos no hayan dejado ni siquiera una moraleja de fachada.
El presidente también asegura que  el país está mejor (¿mejor que cuándo?) y que, además -por eso mismo-, “cada vez  tenemos más inversionistas extranjeros” (como si esa inversión extranjera no constituyera, a veces, un perjuicio: desde el saqueo de la Conquista y la Colonia hasta el saqueo de las minas de oro actuales); también sostiene el presidente que “las acciones militares están acompañadas de presencia del Estado con mejor educación, más salud, vivienda y vías” (¿cuándo? ¿dónde?).
Todo esto me recuerda la película Wag The Dog (La Cortina de Humo), en la cual un grupo de asesores de imagen intentan tapar un escándalo presidencial en E.E.U.U. -del corte Clinton-Lewinsky- con una guerra inventada contra el -para los gringos- desconocido país de Albania (en realidad ellos desconocen casi todos los países distintos al suyo: la excandidata presidencial Sarah Palin creía que podía ver las costas siberianas desde su ventana de Alaska). Las evidentes reminiscencias orwellianas del asunto nos recuerdan que nuestra situación, lejos de desviar -como en la película- un lío de faldas que no le debería importar a nadie, intenta esconder el criminal caso de desigualdad económica que sufrimos en calidad de abanderados mundiales; desde hace mucho tiempo un fascismo blando, infiltrado sagazmente en nuestra sociedad, se ha encargado de domesticarnos hasta el límite de lograr que sintamos admiración por nuestros flamantes presidentes contemporáneos.
Para ponerle, como leí hace poco por ahí, “el glaseado al ponqué” parece que todos estos resultados “positivos” para el país no se han dado por cifras objetivas que sustenten tales afirmaciones; ni tampoco –supongo- se han dado para que alguien pueda manipular a la opinión pública valiéndose de su figuración mediática y de poder, sino que, según afirmó Naranjo –el general-, estos se han dado (palabras textuales), “por decisión del Presidente de la República” ¿Así o más evidente?
Vínculos:

http://www.eltiempo.com/justicia/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-11473061.html
http://www.elmundo.es/elmundo/2008/03/01/internacional/1204382411.html
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-4946360
http://www.portafolio.co/detalle_archivo/CMS-7966444