jueves, 21 de febrero de 2013

EL SUCESOR DE PABLO


Se va –renuncia- “el sucesor de Pedro” y pone patas arriba (más patas arriba) a una de las instituciones más antiguas y poderosas del planeta: la Iglesia Católica. Las especulaciones sobre los motivos de su abdicación no se han hecho esperar; y van desde su confesa incapacidad para cumplir sus funciones -no únicamente por su avanzada edad-, pasando por mundanos motivos de vanidad, por otros más mundanos que implican corrupción y relaciones con nada menos que la Cosa Nostra, y terminando, como siempre en casos como este -en los que se busca el mayor escándalo posible- en otros que involucran tejemanejes homosexuales de alcoba: líos de sotanas.

Pero atengámonos a los motivos expresados por él mismo: “ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”. Ya no tiene fuerzas, al parecer, para ejercer el ministerio, pero es innegable que, irónicamente, Benedicto XVI guarda una asombrosa coherencia con la persona de Pedro, el apóstol en quien Jesús confío la edificación de su iglesia. Porque ante las “divisiones en el cuerpo eclesial”, que el mismo Benedicto denunció en la misa del Miércoles de Ceniza, y que serían causales de su renuncia -adicionales a los de su edad-, su actitud timorata recuerda a la asumida por el apóstol Pedro en su indecisión entre el cumplimiento de la ley mosaica y la difusión del cristianismo allende las fronteras del judaísmo.

En efecto, Pedro, después de transgredir la ley al cenar con el centurión Cornelio (un gentil), y de conseguir un gran logro al convencer al resto de cristianos (apegados a los mandatos de Moisés) de que la división de alimentos -entre puros e impuros- no sería importante en adelante, su comportamiento se tornó pusilánime ante Santiago, otra de las poderosas cabezas del cristianismo primitivo: Gálatas 2.12. “Pues antes de venir algunos de los de Santiago, comía con gentiles; pero en cuanto aquéllos llegaron, se retraía y apartaba, por miedo a los de la circuncisión”.

Contrasta el comportamiento de Pedro, y de su último sucesor, con el del apóstol Saulo (Pablo), el inicialmente perseguidor de cristianos. Pablo, a su llegada a Pafos (Chipre), como parte de uno de sus viajes misioneros, se enfrascó en una discusión sobre judaísmo con el llamado falso profeta: Bar-Jesús. El procónsul romano del lugar, Sergio Pablo, al parecer se interesaba por la religión judía, y tenía a Bar-Jesús como consejero en la materia. Sergio Pablo quedó tan impresionado con la disertación de Pablo acerca del carácter mesiánico de Jesús (el de Galilea), que se convirtió instantáneamente al cristianismo, a pesar de que nunca se convirtió al judaísmo y de que conservó su condición de incircunciso.

Y contrasta porque, una vez lograda sin tantas condiciones la conversión de un gentil, Pablo no sólo siguió convirtiendo gentiles en Perge, Pisidia y las siguientes ciudades de su viaje, sino que enfrentó con tal temeridad a los ortodoxos judíos que encontraba a su paso, que fue lapidado casi hasta la muerte en Listra, después de lo cual, en el Concilio de Jerusalén, encaró a Santiago y los suyos, imponiendo su punto de vista acerca de las conversiones universales: Hechos 15.2. “y tras un enfrentamiento y altercado no pequeño por parte de Pablo y de Bernabé contra ellos…” 

Pedro, hasta entonces, y a pesar de que en ese mismo concilio apoyó tal posición, se había limitado a dejar el trabajo sucio a Pablo. Situación que, en adelante, según el relato de los Hechos de los Apóstoles, permaneció invariable, porque Pedro, aparte de tradiciones tardías acerca de su crucifixión invertida en Roma, pierde la importancia que había tenido en los cuatro evangelios. Importancia que recae entonces en Pablo, quien realiza otros viajes misioneros, logrando importantes adoctrinamientos y fundando sólidas iglesias cristianas a lo largo de todo el Asia menor. E incluso en la propia Roma, adonde llegó a predicar, a pesar de su avanzada edad, y fue condenado a arresto domiciliario en tiempos de Nerón. Esas acciones fueron definitivas en la posterior preponderancia del cristianismo en el mundo.

Volviendo a Benedicto XVI, por lo visto las “divisiones en el cuerpo eclesial” y los escándalos de pederastia y de corrupción son una cruz demasiado pesada para él.  Pero escándalos en el pequeño país de Dios los ha habido siempre; y de todas las calañas. Más bien, la carga insoportable sobre sus hombros podría tener su origen -por convicción propia de no solucionarla, o por física  impotencia- en la insatisfecha necesidad de la Iglesia Católica -a pesar de sus mil millones de feligreses- de adecuar sus políticas a los tiempos modernos. De diseñar unas políticas que le permitan capturar nuevos adeptos (por no decir de, siquiera, mantener a los actuales, cada vez en más abierta deserción hacia los cantos de sirena de las sectas protestantes, hacia el prestigioso esnobismo de las religiones del lejano oriente, e incluso hacia el temido Islam).

Da un paso a un costado Benedicto XVI -al igual que Pedro a favor de Pablo (así Pedro haya terminado crucificado de cabeza y él, Benedicto,  termine sus días en un apacible convento de monjas en los jardines vaticanos)- para que venga uno que sí pueda hacerle frente a los desafíos gerenciales que hay en el horizonte de la Iglesia Católica. Uno que si “tenga fuerzas”. Uno que, como Pablo, con su perfil de gran empresario contemporáneo, sea el gran mercadotecnista del catolicismo.

Mejor dicho: uno que sea el sucesor de Pablo.

OH, JÚBILO INMORTAL


“Golpe a los pesimistas: según última encuesta de Win _Gallup Internacional los colombianos somos los más felices de todo el mundo. Qué tal?”. Ahí está otra vez el presidente Santos, a través de Twiter, sirviéndose -como casi todos los políticos de este pobre país, y como si esa fuera una cosa buena- de la dañina metáfora del vaso medio lleno. Ahí está otra vez haciéndonos creer que el hecho de que unos ciudadanos se conformen -y sean felices- con ser uno de los países con mayor índice de desigualdad del planeta es una cosa digna de ser resaltada, una circunstancia envidiable y envidiada por los desgraciados japoneses, por los desventurados noruegos, por los sufridos suizos. (Ellos -los suizos, los noruegos, los japoneses- nunca ven un vaso medio lleno, tal vez porque, por muy avanzada que sea una sociedad, siempre habrá cosas por mejorar… Y el vaso, para ellos, todo el tiempo estará medio vacío; así sólo le falte un dedo).
Al tipo -a Santos- le importa un reverendo pito que año tras año, comienzo de año tras comienzo de año, las noticias sean inquietantemente repetitivas; como si estuviéramos condenados. Desde la misma noticia estúpida que da cuenta de nuestra posición privilegiada en el felizómetro del mundo, hasta los rutinarios aludes de tierra que sepultan caravanas enteras de viajeros, sin que a nadie le importen las pésimas condiciones que tienen han tenido y tendrán las lamentables vías nacionales. O la consabida bala perdida que mata a una niñita (es otra condena, otra maldición: siempre son niñitas las muertas), y el hecho de que tampoco a nadie le importe que sigamos inaugurando cualquier celebración con tiros al aire (o cerrándola con tiros directamente al cuerpo). O la habitual masacre de añonuevo -de campesinos, de mafiosos, de sicarios: no importa-; o el cotidiano funcionario que saquea el erario público y es sorprendido, pero resulta que mi hoja de vida es transparente, que el país me conoce, que el país sabe quién soy yo, etc…
No digo que necesariamente haya que ser rico para ser feliz. Ni que una persona o un país no puedan elegir libremente qué es lo que quieren hacer de su futuro sin que alguien le esté confeccionando una hoja de ruta vital. Lo que no parece muy sano es que ese futuro se relacione con crímenes, asesinatos, robos y violaciones a los derechos humanos. No se puede ver con buenos ojos el hecho de que alguien decida, para ser feliz, convertirse en asesino en serie; o en ladrón. Y eso es lo que parece que hace Colombia.
El desastre social, los fracasos deportivos -somos tan conformistas que ni siquiera son los triunfos deportivos, como en otras partes, los que nos distraen, sino los familiares segundos lugares; pero incluso el puesto de segundones nos es esquivo-, el fiasco académico, son frustraciones adicionales al caos de orden público que padecemos; y todo eso debe compensarse con el endiosamiento de cualquier perico de los palotes que gane cualquier cosa y tenga una efímera relación con el país (un tío político colombiano, digamos). Y si todo lo anterior falla, entonces viene la encuesta -cualquiera- que dice que somos los más felices del mundo (eso fue esta vez; hasta el año pasado los bombos eran por ser los segundos más felices).
Me dirán que es loable que un país -un pueblo, una civilización- sepa verle el lado bueno a las cosas. Y sí: pienso, por ejemplo, en los sufrimientos del pueblo judío. Y aunque ignoro si hoy, a pesar de todo, son tan felices como nosotros, también pienso que las más de las veces ese sufrimiento les fue infligido por un agente externo. Y en todo caso la última vez fue hace más de medio siglo, por lo que los judíos actuales, en su mayoría, no lo vivieron. Con todo, y teniendo en cuenta que esas heridas muchas veces se transmiten, a través del trato interpersonal, de generación en generación, creo que si fueran un pueblo feliz nos consolarían, con su ejemplo, al resto de la humanidad.
Pero, en el caso de Colombia, no entiendo a cuenta de qué tendríamos que estar felices nosotros, que nos estamos matando los unos a los otros en una guerra fratricida que ya cumple doscientos años, y que es la única realidad para muchos desde el mismísimo día de su nacimiento. Estar felices de algo así es de dementes, de psicópatas. O de imbéciles. Este país ha sido -simultáneamente al más feliz- el más violento del mundo, con cifras de violencia mayores que los de cualquier país en guerra, con corrupción galopante, con mafias de narcotráfico y de las otras -todas las otras-, con insurgencia armada para escoger, con ejércitos paramilitares, con tenebrosos aparatos de seguridad estatales, casi más peligrosos que los mismos delincuentes, con secuestros y torturas, con bandas criminales, con carros-bomba, con una clase política vergonzosa y criminal, con una clase empresarial criminal y vergonzosa, con traquetos, con embutidos de silicona ambulantes, con los amantes de esos embutidos de silicona dispuestos a pegarte un tiro por el mero hecho de respirar su mismo aire…
No sé de qué diablos nos reímos; qué es lo que nos produce ese júbilo inmortal. Ni Aldous Huxley, en sus mayores delirios de invención literaria, imaginó un lugar en el mundo que necesitara tan poco para ser feliz e insensible. Su gran novela pierde fuerza cuando se conoce a Colombia, pero es tan absurdo lo que aquí sucede que él nunca fue capaz de imaginarlo… Señor presidente: el vaso no está ni medio lleno ni medio vacío; sencillamente está vacío. Y si está lleno, como a usted le gusta verlo, es de sangre; ¿De qué podemos estar felices, señor presidente? Tal vez de ser los privilegiados sobrevivientes de esta matanza eterna.
Del simple y al mismo tiempo inverosímil hecho de estar vivos todavía.
@samrosacruz








EL POCO TALENTO DEL SEÑOR MADURO


Puesto que todo en el universo tiende a la entropía, resulta acertado un corolario de la ley de Murphy: “Lo que empieza bien termina mal, y lo que empieza mal termina peor”. Y tal parece que el gobierno venezolano, con el manejo que le han dado a la información sobre el estado de salud de Chávez, está dispuesto a llevar esa sentencia hasta sus últimas consecuencias.
Todo indica que la verdadera condición de Chávez ha sido una extensa mentira desde el mismísimo momento en que le fue detectado el cáncer. Eso empezó muy mal. En aquel momento, la extraña ausencia del gobernante fue explicada por él mismo de una manera tan gaseosa que llegó a pensarse que aquello no era sino otra de sus artimañas electorales. Idea que tomó fuerza cuando, después, lo vimos rozagante al frente de su propia campaña presidencial gracias, al parecer, a que lo atiborraron de tal cantidad de drogas paliativas que hoy esas mismas drogas, conjugadas con el trajín de la campaña, el mediocre manejo médico que -según expertos- le han dado en Cuba, y la tenacidad de la enfermedad que padece, lo tienen al borde de la muerte.
De hecho, algunas fuentes lo dan por muerto; y le atribuyen a intrigas de poder -relacionadas con la proximidad de la fecha en la que debería posesionarse y con los enredos interpretativos de la constitución venezolana- el encubrimiento del hipotético deceso. Mientras tanto, el vicepresidente, Nicolás Maduro, ofrece versiones contradictorias sobre la situación: un día dice que Chávez da órdenes, e incluso hace ejercicio, y poco después se muestra desencajado cuando revela que la condición del presidente es delicada, y que continúan las complicaciones de una infección respiratoria “ya conocida”. Un sospechoso silencio precede y sucede a sus declaraciones. El desbarajuste institucional al que puede llevar al país su conducta irresponsable no parece preocuparle.
Y es sabido que irresponsabilidad y mentira suelen ir juntas. Lo malo es que, como nos lo mostró aquella inolvidable película -protagonizada por Matt Damon- El talento de Mr. Ripley, hasta al más experimentado mentiroso se le caen sus mentiras (curiosamente a Mr. Ripley empieza a desmoronársele su timo cuando intenta hacer pasar por vivo a un muerto). Mr. Ripley tenía un enorme talento para mentir, y aún así fue descubierto. Maduro, en cambio, ni siquiera tiene ese talento.
Y Venezuela se pone cada vez peor.