sábado, 3 de agosto de 2013

PIDO PARA NO TENER QUE ROBAR: EL GRAN CHANTAJE

“Pido para no tener que robar” era, según un artículo viejísimo de Daniel Samper Pizano, el amenazante pregón de un mendigo que deambulaba por las calles de Cali en la década de los setenta. “Robo para no tener que pedir” fue, como contraparte, el grito de victoria de otro mendigo que, una tarde, aprovechando un descuido del primer mendigo, se alzó con las donaciones que éste había recibido de los vecinos atemorizados.

Y ya que los habitantes de Bogotá pasamos por el “robo para no tener que pedir” de los hermanitos Moreno Díaz, ahora parece que entramos en la era del “pido para no tener que robar” de la administración Petro. Es increíble el descaro y el cinismo al que pueden llegar algunos funcionarios públicos, muchas veces con la complicidad de amplios sectores de la opinión pública y de emisoras radiales complacientes -y harto influyentes-.

El martes 17 de julio en la mañana oía por la radio la manera en la que el más influyente periodista de este país, apoyado en la supuesta honestidad de la actual administración distrital de Bogotá (digo “supuesta” porque no nos consta: los escándalos suelen salir después), excusaba tranquilamente la lentitud y la inoperancia de la Alcaldía Distrital, el deterioro en la seguridad de la ciudad y el absoluto desmadre en todos los órdenes que sufre Bogotá: “Alberto, hay que comprender todas esas fallas, porque por lo menos no roban”. Su otro interlocutor en ese momento, además de Alberto, era nada menos que el secretario de gobierno distrital, Guillermo Alfonso Jaramillo, quien sin que se le temblara la voz, opinó que sí, que claro, que ellos eran lentos e ineficientes, que habían seleccionado perfiles de catedráticos para los cargos (y no de gerentes), pero que ellos no robaban.

Tenemos que agradecer, entonces, los habitantes de Bogotá, que les hayamos tenido que dar toda la torta burocrática que pidieron, repleta –como ellos mismos lo reconocen- de funcionarios no aptos para desempeñar adecuadamente sus funciones, con sueldos y prebendas que pagamos todos nosotros, los contribuyentes, sólo por el simple hecho de que ellos se abstienen de cometer un delito. Tenemos, pues, que sentirnos en el paraíso terrenal porque, en un acto de fe, les creemos que no están saqueando al erario público, así la ciudad sea toda un gigantesco colapso en términos de movilidad, seguridad, vivienda (por cuenta de las estupideces del alcalde los precios del suelo están casi a la par de Manhattan), infraestructura, etc… Pido para no tener que robar.

Todo eso, para no hablar del carrusel de funcionarios que ha desfilado por la Alcaldía desde el mismísimo día de la posesión de Petro: todas las semanas hay una pelotera en la que salen funcionarios y entran otros nuevos, con las consiguientes pérdidas de plata que conllevan este tipo de situaciones. Y llegados a este punto me pregunto: ¿todo eso no es robar también? ¿O qué es entonces eso de contratar gente incompetente que va a las oficinas a calentar un sillón y cobrar un cheque al final del mes? ¿Eso no es robar? ¿No nos roba el alcalde todos los días su propio sueldo ahora que se ha comprobado hasta la saciedad que no tiene la menor idea de administrar una ciudad, y mucho menos -porque esto no es propiamente Sincelejo- una de las monstruosas dimensiones de Bogotá?

Hablé de calentar sillones, pero corrijo: eso -además de cobrar- no parece ser lo único que hacen en la Alcaldía: al parecer también se dedican a las productivas actividades de armar bochinches de cocina y trinar chismes e insultos a través de las redes sociales. Lo que le puso la cereza al patético pastel que se hornea en el Palacio de Liévano fue el reciente escándalo de acoso laboral y sexual que sufrió una de las funcionarias de la Alcaldía, y en el que, al menos indirectamente, parece haber estado involucrada hasta la esposa del alcalde, quien, según oí, también chupa repetidamente de la enorme teta pública que administra su marido. Pido para no tener que robar.
¿Pero, cómo terminamos chantajeados de esa forma tan burda? Eso es lo peor de todo: esta ciudad, en su afán esnobista por parecer diferente a las demás, con esas ínfulas de intelectualidad que se gasta (la Atenas suramericana, ja: la apenassuramericana, más bien), no ha hecho sino, en una seguidilla de fracasos anunciados, elegir a ineptos para que la gobiernen. Entre ellos a un ladrón profesional, responsable, a la larga, de la imaginaria gran labor de una alcaldía que no roba, pero que pide y pide y pide.

Esa pose de sabios griegos sólo ha servido para que unos individuos roben, y otros, como este señor Petro, consigan un barril sin fondo para subvencionar una extensa y demagógica campaña presidencial, a costa del perjuicio de ocho millones de personas ¿Pero –dirá alguien- qué hay de la mala imagen que esos populismos chapuceros deberían traer consigo y que, de paso, debería dar al traste con el chantaje? Eso no parece preocuparle a Petro: él sabe muy bien que en estos tiempos de efectismo mediático, en los que, como dice Umberto Eco, un canal televisivo es más poderoso que un tanque de guerra, nada de eso importa.

De modo que, al final de esta orgía pedigüeña, el problema es que no se vislumbra una salida fácil para el despelote bogotano. La revocatoria pondría a Petro en un papel de víctima que él desempeña a la perfección. Y terminaría jugando a su favor. La destitución, ídem. Queda como único recurso la protesta social, masiva y constante. Pero ésta seguramente no se dará: la pensante masa grecomuisca que no está ahora mismo robando para no tener que pedir, debe estar muy ocupada celebrando el triunfo de Santa Fe. O llorando la derrota.

Mientras su querida Bacatá se cae a pedazos.

@samrosacruz