En estos países, como Colombia y Venezuela, difícilmente
saldremos del atolladero tercermundista en el que estamos atascados, porque,
hasta para las mediocres cortinas de humo que elaboran nuestros igualmente
mediocres gobernantes, resultamos rematadamente crédulos.
Por un lado Maduro, en Venezuela, donde ya ni siquiera hay papel
higiénico, salió con la cortina de humo favorita de los mandatarios de ese
país: la amenaza externa de Colombia. Ahora dice que salieron de Colombia,
rumbo a Venezuela, unos “expertos colombianos” que tienen la misión de
inocularle veneno. Lo que no entiendo bien de su denuncia, es cómo diablos los
“expertos colombianos” le podrían inocular el tal veneno ¿Tal vez durante una
velada romántica, en la que el experto colombiano vertiere el veneno en la copa
de vino de Maduro? ¿O quizás el experto colombiano es un indio amazónico capaz
de disparar, a prudente distancia, una cerbatana con un dardo indoloro e
invisible? Qué vulnerabilidad la que repentinamente exhibe Maduro ¿Acaso no se
supone que tiene unas infalibles agencias de inteligencia, de las que se jacta
hasta el punto de retar, en rabiosas peroratas televisadas, a la potencia
militar más poderosa de la historia? ¿Por qué entonces ahora se presenta como
un gatito asustado e indefenso frente a su modesto vecino colombiano?
Además, si lo miramos bien, ¿cuáles expertos? Si el pueblo
venezolano usara un poco la cabeza, se daría cuenta de que esos sofisticados
envenenamientos, propios de la Roma medieval de borgias y cornetos, no son precisamente
nuestro fuerte. Aquí en Colombia no se envenena a nadie. Aquí se usa el menos
sutil método de tirotear a la persona. De acuerdo: un probable envenenamiento
con plomo podría darse, siempre y cuando los proyectiles, primorosamente
alojados en el cuerpo de la víctima, no destrozaran antes órganos vitales. Con
sólo abrir un periódico colombiano, cualquiera se daría cuenta inmediatamente
de lo que digo. De hecho, el único envenenamiento que ocupó últimamente las
primeras planas, fue el de una bailarina exótica extranjera, acusada de
envenenar, al mejor estilo de Las mil y una noches, a su esposo, el propietario
de una universidad de Barranquilla. Y, para que no quede ninguna duda al
respecto, resulta que, cuando la bailarina extranjera estuvo aquí el suficiente
tiempo -como para colombianizarse- cambió de método: ahora está acusada de
mandar a acribillar a balazos al esposo de su propia hijastra. Nuestro estilo,
presidente Maduro, es italiano, sí, pero no de la Roma medieval, sino de la
Nápoles contemporánea.
Por otro lado, está la maravilla del presidente Santos,
celebrando, como si fuera el final de la guerra, la invitación hecha a Colombia
para hacer parte de la OCDE, organización hasta ayer desconocida por el 99.99%
de los colombianos. “Colombia es el país, en la historia de esta organización,
que menos ha tardado en lograr esta invitación. Lo logramos en 2 años y medio”,
dice un triunfante Santos “¿Y qué?”, pregunto yo. Abramos otra vez el
periódico: “Denuncian robo de agentes de la policía durante un operativo”, “Los
desplazados en Colombia aumentan pese al proceso de paz con las Farc”, “Huyen
del país periodista e intelectuales amenazados” ¿Sigo? Mejor no. El caso es
que, a la inutilidad de de la noticia de la invitación (invitación que “sólo se
la hacen a los mejores”; que “es un hecho histórico”, según Santos), le faltó
agregarle el revelador dato de que, junto a Colombia, fue invitada Letonia; y
próximamente lo serán Costa Rica y Lituania, esas megapotencias universales.
Pero sucede que aquí eso lo celebramos con el pecho henchido de
amor patrio. Aun dejando como capítulo aparte a los oyentes que llaman a la
emisora La W, no deja de ser llamativo el eco de triunfalismo barato que de las
inanes declaraciones presidenciales hizo el director de esa emisora (la más
influyente de Colombia), Julio Sánchez, quien afirmó, palabras más, palabras
menos, que Colombia sólo tardó dos años y medio en ser invitada a la OCDE,
mientras que un país como Chile tardó cinco, a pesar de que su economía supera
a la Colombiana, no obstante tener Chile un mercado interno menor, y menos
recursos naturales.
Es decir, Colombia tardó menos en ser invitada que un súper país
como Chile. Y eso es causal de orgullo. Pero, en cambio, no es causal de
vergüenza que un país como Chile, con menos posibilidades, esté pisando el
primer mundo, mientras nosotros, teniendo en cuenta nuestra monstruosa
desigualdad, podríamos tranquilamente inaugurar el cuarto. Curioso: los
colombianos somos los afortunados de las invitaciones rápidas, mientras los
chilenos deben conformarse con tener mejor calidad de vida y algo medianamente
parecido a justicia social ¿No sería preferible que no fuéramos invitados
“rápidamente” a nada y, en cambio, tomáramos la dirección opuesta a la ruta
infernal de desigualdad, miseria y corrupción que nos empecinamos en transitar?
Presidente Santos: con anuncios pomposos, victorias de
pacotilla, y retórica cosmética al respecto, no se soluciona nada; tal como lo
han demostrado suficientemente sus tres años de gobierno.
Las tontas declaraciones de los presidentes de estas repúblicas
bananeras podrían compilarse en un libro titulado Cortina de humo para dummies.
Sin embargo, en estos países de escaso criterio político, y a pesar de la burda
factura del engaño, el papel y la palabra aguantan sin mayores problemas todas
esas mentiras y falacias, así como lo muestran las encuestas de popularidad
presidenciales. Desde las inverosímiles conspiraciones -basadas en el peligro
del enemigo externo- denunciadas por Maduro, hasta los logros pueriles -como de
hoja de vida de recién graduado- de Santos. Sí, repito, la palabra aguanta
todas las mentiras y falacias concebibles.
Allá el idiota que se las crea.
@samrosacruz