miércoles, 13 de noviembre de 2013

ANDRÉS CARNE DE CAÑÓN

Encontrar un culpable en el reciente caso, que involucró al famoso restaurante Andrés carne de res, a una estudiante de la Universidad de Los Andes, y a un abogado de 35 años, es sumamente difícil, por la cantidad de puntos de vista desde los cuales se puede analizar. Es tan confuso todo, que lo único que, al menos yo, tengo claro es que, poniendo las cosas en riguroso blanco y negro, sólo veo dos grandes culpables, que, de acuerdo a lo que haya pasado en realidad, son excluyentes entres sí: si hubo violación, como afirma la joven, el gran culpable es el abogado, sea cual fuera el atuendo que ella lucía esa noche; y si no la hubo, si fue producto de mutuo acuerdo entre los dos, como lo asegura Andrés Jaramillo, el dueño del restaurante (no he sabido de declaraciones del presunto violador), la gran culpable es la joven, por difamadora.

Obviamente, en la vida nada es en blanco y negro, y lo más probable es que en este caso haya una escala de culpas que nos toca a todos: nadie sale bien librado de esto. Empecemos por Andrés Jaramillo. Si bien el titular con el que la página web de Blu Radio reseñó el incidente fue un ejemplo clásico de manipulación, centrando todo en que la violación ocurrió en ese restaurante, también fue notoria su actitud de lavarse las manos en el asunto, y de sacar, sin mucha noción de solidaridad, a su marca del embrollo, recurriendo, entre otras muchas razones, al viejo truco de que todo ocurrió por la incitación de la estudiante; por la minifalda que vestía. Apeló al pequeño Ordóñez que todos los colombianos llevamos dentro. Qué mal, señor Jaramillo.

Pero también los medios llevan su parte: si uno oye el audio completo -que también se encuentra en la página de la emisora- se da cuenta de que la respuesta de Jaramillo fue muchísimo más extensa, y de que en ella hacía un llamado a revisar la génesis de ese tipo de comportamientos, la responsabilidad de los padres y de la misma joven. Por lo tanto, si bien existió el componente misógino, y la actitud de Poncio Pilatos, los medios también actuaron mal, satanizando al lugar y olvidándose no sólo del verdadero culpable –en caso de que se compruebe efectivamente una violación-, sino de los miles de casos diarios de violaciones que suceden en Colombia, que quedan en la impunidad más indolente. Jaramillo, al final de la entrevista, los acusó de estratificar socialmente las noticias. Estoy de acuerdo.
Nos toca el turno a nosotros, a los que no somos Jaramillo, Blu Radio, la joven o su compañero de esa noche. De acuerdo a nuestra nueva costumbre, y sin mucha información al respecto, no bien nos enteramos de la noticia empezamos a inundar las redes sociales con furibundas defensas o ataques hacia un lado u otro (la estudiante esto, Jaramillo lo otro), y a empecinarnos en mantenerlos de la manera más recalcitrante posible. Muy pocas personas he visto que, después de informarse mejor, han rectificado parte de sus opiniones iniciales. Tal vez siempre hemos actuado así, de esa manera visceral, y las redes sociales, antes de ser las malas del paseo, ahora nos permiten un debate que puede hacernos a algunos ver las cosas a través de otros cristales. A otros, no.
Por otro lado, si la joven hizo mal es una pregunta que sólo ella tendría elementos de juicio para contestar. Lo único que puedo aportar en este punto es que, si bien una minifalda no tiene por qué ser una invitación, ni una justificación -ni nada- para una violación, la joven, mayor de edad como es, tiene una responsabilidad sobre sí misma, que los hechos de ser mujer, de tener apenas 19 años, de vestir una minifalda, y de estar borracha, no eliminan. Si los jóvenes de ahora se jactan de que maduraron más rápido que sus padres, de que son autosuficientes, de que quieren vivir la vida a gran velocidad, perfecto, que se jacten, pero que después, cuando metan la pata (en el caso en que la relación haya sido consentida, como lo asegura Jaramillo), no vengan a hacerse los indefensos. Puede que ella haya estado borracha, y que en ese estado sea imposible consentir nada, pero los abogados de 35 años también son susceptibles de emborracharse a muerte, y de no estar en condiciones de consentir nada tampoco. ¿Por qué, de ser así las cosas, unas de las dos personas debería considerarse culpable por encima de la otra? El feminismo no puede ser un comodín que se juegue cuando convenga.
¿Y el abogado de 35 años, el supuesto violador, entonces? Si bien es un acto de absoluta descortesía dejar a una persona con la que se acaba de hacer el amor abandonada en un parqueadero, eso no constituye delito alguno. Si en efecto hubo consentimiento, y el tipo dejó a una joven de 19 años, un poco borracha, abandonada a su suerte, nos deja ver qué tipo de persona es ese abogado, pero no es exactamente un peligro para la sociedad. O si no cambiemos la ley: si una relación consentida está permitida después de que las dos personas sean mayores de 14 años, no veo por qué una joven de 19 años, por muy estudiante de Los Andes que sea, tenga que ser una excepción (¿a cuenta de qué?), y que, además, eso provoque que se tome como carne de cañón a un restaurante exitoso (ay, Vargas Llosa: cuánta razón tienes en tu ensayo La civilización del espectáculo).

Ahora bien, si la relación no fue consentida, y lo que pasó fue que la joven coqueteó toda la noche con el señor, y después quiso seguir pasándola bien en el carro del sujeto, y en el momento en que ella pensó que era suficiente él la ignoró y la sometió por la fuerza, ese sí es otro cuento muy diferente.
Y sí, señor Jaramillo y señores de Blu Radio (y va también para todos nosotros, los usuarios de redes sociales): es posible que ese abogado, del que todos nos hemos olvidado, sea quien tenga la culpa de todo esto.

@samrosacruz

lunes, 11 de noviembre de 2013

JULIO Y EL BURÓCRATA (O MI TARDE CON JULIO IGLESIAS)

Leyendo anécdotas sobre Julio Iglesias, contadas por Edgar García Ochoa, el popular periodista cartagenero -mejor conocido como Flash-, me acordé de la única que tengo con el cantante español, en la que, casualmente, también está involucrado Flash.

Sucedió en 1995, cuando yo trabajaba para la estatal Carbocol y hacía parte del consejo de redacción de El Carbonero, la revista institucional de la organización. Acababan de cambiar al presidente de Carbocol y mi jefe me había encargado un artículo sobre el nuevo cacique Pluma Blanca, con fotografías incluidas y todo. Hice arreglos y contacté a un fotógrafo con muy buenas recomendaciones. Después agendé el miércoles siguiente al nuevo presidente para la sesión fotográfica.

Como en esa época sólo los grandes cacaos usaban unos enormes ladrillos negros a los que llamaban "celulares", llegado el miércoles, en un tardío rapto de responsabilidad, quise confirmar la presencia del fotógrafo (nuestra conversación databa de 15 días atrás, y por un descuido mío -nada raro en un empleado oficial- no habíamos vuelto a hablar desde entonces). Lo llamé a todos los teléfonos que me dejó. Nada. Por último resolví llamarlo a la casa, consciente de la improbabilidad de encontarlo allí a las once de la mañana de un día laboral. Me contestó la esposa: "Él salió a cubrir la rueda de prensa que dará Julio Iglesias en el hotel Casa Medina.".

En ese momento, artículo, fotos, presidente, fotógrafo, revista y jefe pasaron a un segundo plano: el hotel Casa Medina quedaba a oportunas dos cuadras de mi oficina, y la perspectiva de conseguirle a mi mamá un autógrafo de su ídolo de toda la vida invadió por completo el resto del día. Además de la cercanía, contaba con un nombre real por el cual preguntar en la puerta del hotel y con mi acreditación como empleado de Carbocol. Era una coartada perfecta para no tener que violar la seguridad del hotel y de pronto terminar preso como sospechoso de querer atentar contra la vida del famoso artista.



Dicho y hecho: allá llegué con una actitud de alarma y una historia triste que logró conmover a los porteros y al personal de vigilancia: tenía que hablar con ese fotógrafo ahora mismo, mi puesto en Carbocol dependía de ello. Entré, y casi enseguida di con el salón destinado para la rueda de prensa. Sin darme cuenta me encontré en una tipo de vestíbulo, haciendo la misma cola que en ese momento hacían periodistas y fotógrafos, portadores de sendas escarapelas, para el buffette de cortesía. Plato y cubietos en mano, me serví una buena porción de aquellas delicias: algo así como langostinos a la diabla, filet mignon, calamari fritti, etc...

Una vez devorado aquello, nos llamaron a la sala principal. Entramos y nos sentamos. Los fotógrafos a la derecha de Julio (nadie puede fotografiarle su lado izquierdo, al que él considera "el menos bonito" de los dos), y, nosotros, los periodistas (yo ya lo era en ese momento), a su izquierda. Gracias a la foto de su columna diaria de El Heraldo, reconocí, sentado a mi lado, a Flash. Enseguida me saludó como si fuésemos viejos amigos, y me contó algunas anécdotas de Julio. De repente los organizadores anunciaron que en cinco minutos haría su aparición Julio Iglesias. Inmediatamente empezaron -al mismo tiempo- una cuenta regresiva ("Faltan tres minutos", gritaba alguien), y la reproducción -a un sonido ya de por sí bastante alto, que aumentaba a medida que avanzaba la cuenta regresiva- de la canción Agua dulce, agua salá, uno de los temas principales del álbum que Julio venía a promocionar a Colombia: "Ayayayay, ayayayay, ayayayay, ayayay". Emocionante.

Al momento exacto de terminar la cuenta regresiva, apareció Julio Iglesias en persona, muerto de la risa y bromeando con los circunstantes: "¿Otra vez tú?" -le dijo a un periodista morenito de los de la primera fila-, yo creo que lo que pasa es que estás enamorado de mí". Después se hizo evidente la veracidad de los relatos a los que Flash nos tiene acostumbrados, según los cuales él y Julio tienen una amistad muy especial. Lo probó el hecho de que, entre decenas de periodistas, el cantante lo saludó única y especialmente a él, usando el diminutivo de su nombre propio ("Hola Edguitar"). Hasta lo incluyó en una de sus respuestas: "...por eso me gusta tanto hacer el amor: me conserva la piel joven", y dirigiendo la mirada hacia donde nosotros estábamos sentados, "no como la que tiene Edguitar, que ya parece la de una viejita".

Este es el momento de decir que en cada una de sus respuestas Julio incluía alguna de estas tres ideas (a veces las tres): "Me la paso trabajando", "No podría vivir sin cantar", "Me encanta hacer el amor". (Periodista: "Julio, ¿qué opinas de los ensayos nucleares de Francia en el atolón de Mururoa?". Julio: "No hablo de política referente a un país que no es el mío, sólo sé que antes hacía el amor en esas playas y a veces me picaban los cangrejitos; hoy no me atrevería").

Fue tan así la cosa, como la describo, que una periodista, sentada en el piso, a escasos dos metros de él (no sé si porque no encontró silla o porque era una precursora de esos"irreverentes" -tan malos ellos- que ahora pululan en los medios), le preguntó casi de mala manera: "Bueno, y cuando usted no está trabajando, cantando o haciendo el amor, entonces ¿qué hace?". A Julio no le varió un solo tono de su bronceado perfecto antes de responder :"Me ducho". En ese instante Flash, que, al igual que el resto de nosotros, se recuperaba de la carcajada, me miró y me dijo: "Ese es el maestro de maestros". En adelante, la ridícula caricatura de enfant terrible no volvió a abrir la boca.

Al final, en medio de un río humano, me acerqué a Julio para que me firmara un autógrafo en una especie de flyer de su álbum -lo más idóneo que pude conseguir para ese efecto-. Julio, sin siquiera dispensarle una mirada de reojo al papel que le alargué, me estampó, como a todos los demás, un auténtico mamarracho, ilegible, mientras mantenía su cabeza totalmente erguida, con una sonrisa congelada y unos ojos ausentes que parecían revelar su pensamiento del momento: "Dios mío, cuándo saldré de estos imbéciles para poder irme a hacer el amor".



Ebrio de farándula y Jet-Set, llegué al aburrimiento de la oficina, como a las cuatro, con mi trofeo de celulosa en el bolsillo, y sin la menor idea del paradero del fotógrafo, que ya para entonces era evidente que no vendría. Cancelé la sesión de fotos aduciendo un accidente de tránsito del fotógrafo, seguro -como estaba- de que ese incumplido de los mil demonios no iba a desmentirme nunca. La realizamos con éxito una semana después.


Diecisiete días más tarde, sin embargo, este exburócrata que les escribe, este haragán de cuello blanco, era debidamente despedido de Carbocol.

@samrosacruz