martes, 1 de febrero de 2011

TEMA DEL TRAIDOR Y DEL HEROE

Tal como en el cuento de Borges de idéntico título al de esta columna, pareciese que en Colombia una misma persona pueda encarnar esos dos, usualmente, excluyentes epítetos. Esa persona, como no es muy difícil de deducir a estas instancias del acontecer nacional, no es otro que el presidente Santos.

El año pasado asistimos a una de las campañas presidenciales más singulares de la historia reciente: hubo momentos en los que el partido que a la postre resultó perdedor, se encaramó en las encuestas amenazando con convertirse en un fenómeno ”bola de nieve” imparable. Los resultados fueron contrarios y buena parte de los colombianos quedamos (me incluyo) temiendo por un continuismo que nos deparaba un futuro nada esperanzador. Pero no ha resultado así.

No bien posesionado el nuevo presidente, y para sorpresa de muchos (vuelvo a incluirme), inició un mandato caracterizado por el sometimiento a la democracia, equilibrando los tres poderes (a través del respeto al judicial y de la –más complicada- dignificación del legislativo). En adición, logró grandes avances diplomáticos con Ecuador y casi hizo olvidar los problemas con Venezuela, cuyo presidente lo había calificado de mafioso después de advertir, en mayo del año pasado, de una inminente confrontación bélica en la zona si Santos salía elegido. No habíamos acabado de asimilar lo anterior, cuando anunció las leyes de víctimas y de tierras, reivindicando así a un grueso número de colombianos expoliados sistemáticamente durante las tres últimas décadas. Todo esto sumado al clima que ha caracterizado las relaciones con la oposición y a otras prácticas innatas (vistas así ahora) del ejercicio democrático, a las que desde hacía 8 años estábamos desacostumbrados, configuran uno de los mejores arranques que se recuerden en la Presidencia de la República.

Lo curioso de todo esto es que nada de eso esperaba nadie. No lo esperaban los que votaron por otros candidatos. Tampoco lo esperaban los que votaron por él, muchos de los cuales, esperanzados en el continuismo, depositaron votos endosados por su antecesor: Álvaro Uribe. Es bien sabido que en política el determinismo no funciona, pero esta especie de negativo de Uribe que resultó ser Santos lo hace un traidor con todas sus letras. Y, sin embargo, ¡vaya paradoja!, el tipo termina convertido en el héroe nacional. O por lo menos es lo que se colige después de conocer su abrumador porcentaje de popularidad que rebasa, incluso, al obtenido, en idéntico período, por Álvaro Uribe y al que todos creíamos imbatible.

Este aparente contrasentido puede ser una invaluable lección para todos. El país, sitiado por la violencia, se exasperó hasta tal punto que no le importaron las prácticas maquiavélicas que se llevaron a cabo durante 8 años. “El fin justifica los medios”: haz lo que tengas que hacer pero sácame de esta situación, parecía pedirle a gritos el país a Álvaro Uribe. Delegar esa omnipotencia sólo sale bien en las películas de James Bond. La vida real cobra esos desenfrenos. Y los ciudadanos pagan con su libertad, tal como lo ha demostrado la historia del mundo y, especialmente, la corta y violenta historia latinoamericana, atestada de pintorescos y sanguinarios tiranos. Hicimos –salvo valientes excepciones- lo de los tres monos: no vimos, no oímos, ni dijimos nada. Aunque por motivos nada místicos.

Sin saber si las cosas seguirán así, lo cierto es que, hasta ahora, se ha demostrado que las cosas se pueden mejorar sin romper los diques (valga la metáfora más que nunca) del cauce democrático. La insurgencia puede seguir combatiéndose, a la par que se respeta a la oposición y a los otros poderes. El reto es hacerlo, también, al tiempo que se actúe efectivamente contra la inequidad económica y social, contra la lentitud e ineficiencia de la justicia, contra la corrupción, y contra la delincuencia organizada (causas, todas ellas, a la larga, de la insurgencia).

Obviamente no todo es color de rosa: 10 minutos de cualquier noticiero nacional (independientemente del amarillismo patético de algunos) nos revelan un caos social y ético generalizados, que nos hace preguntarnos en qué clase de manicomio de pesadilla vivimos.

En consecuencia, hay muchísimo por hacer, y Santos puede seguir siendo el héroe que se convirtió en tal por ser un traidor. A veces desconfiamos: por supuesto, somos colombianos. Y lo que nos es corriente es que una cosa que esperábamos que saliera bien, salga mal; y no al contrario. A eso hay que sumarle la reputación de tramposo que para algunos tiene Santos, afortunadamente confirmada al iniciar su mandato. Y digo afortunadamente, porque si bien todo esto puede ser una trampa más para lograr otros propósitos ocultos, hasta ahora el timo efectuado a los continuistas nos ha beneficiado. De modo que, por favor presidente, siga así. Siga con su engaño. Siga metiéndonos, como decía el genial Cortázar, liebre por gato.