lunes, 20 de febrero de 2012

LA VIRGEN DE LOS SICARIOS

“Por la gracia de San Judas Tadeo, que estas balas de esta suerte consagradas, den en el blanco sin fallar, y que el difunto no sufra. Amén.” Oración de los sicarios, La Virgen de los Sicarios, Fernando Vallejo.

“Ello me lleva al punto relativo al abuso mental de los niños. En un número de 1995 del “Independent”, uno de los periódicos líderes de Londres, había una fotografía bastante tierna y emotiva. Era tiempo de Navidad. El cuadro mostraba a tres niños disfrazados de Reyes Magos representando la Natividad. La historia que acompañaba al artículo describía a un niño como hindú, otro era musulmán y el otro cristiano. Supuestamente, el punto enternecedor de la historia era que todos ellos participaban de la Navidad.

Lo que no es dulce ni enternecedor es saber que dichos niños tenían cuatro años. ¿Puede usted describir a un niño de esta edad como musulmán, cristiano, hindú o judío? ¿Hablaría usted de un niño de cuatro años como economista-monetarista? ¿Calificaría a un niño de cuatro años de neo-aislacionista o de republicano liberal?”
Richard Dawkins

Informó el diario El Espectador que el excomandante paramilitar Diego Fernando Murillo, alias Don Berna acusó al exsubdirector del DAS José Miguel Narváez de ser el determinador del asesinato del periodista Jaime Garzón, preparado éste por el fallecido paramilitar Carlos Castaño. Esas noticias ya no sorprenden: los asesinatos por parte de agentes de seguridad, a bandidos o inocentes, son corrientes en este país. Lo que sigue sorprendiendo –aunque tampoco debería- son otras curiosidades que se encuentran en el cuerpo de esas noticias: “Don Berna, -dice El Espectador-aseguró que después del asesinato del periodista y dado el clima social que había generado la noticia, Carlos Castaño le hizo jurar sobre una Biblia que “jamás hablaría ni comentaría nada sobre el tema”.

Ahí están, un par de asesinos a sangre fría –un par de genocidas-, garantizándose por medio de dios que no se van a delatar.  Y lo hacen no a través de cualquier dios, sino que se sirven de Yavéh y Jesucristo, los dos principales protagonistas del libro sobre el que juró Don Berna a Carlos Castaño. Libro que si bien constituye un verdadero manual de asesinatos, vejaciones y venganzas, también contiene el mandamiento divino de “No matarás”, además de todo el concepto del amor (Amaos los unos a los otros…) promulgado por Jesucristo. No obstante, para estos dos angelitos, Don Berna y Castaño, parece que el “No jurarás su Santo Nombre en vano” mata al “No matarás”. En su particular cristianismo oficia como garante el segundo de los mandamientos grabados en las Tablas de la Ley recibidas por Moisés en el Monte Sinaí, mas se ignora olímpicamente el quinto: parece obvio que se teme más a las rabietas vanidosas de Yavéh que a la eliminación de una de sus ovejas.

Estas peculiaridades ya las tocó el colombiano Fernando Vallejo en su novela La Virgen de los Sicarios (llevada más tarde al cine): en una Medellín tomada por asalto por los fenómenos de las mafias y el sicariato, un escritor de mediana edad se relaciona sentimentalmente con un joven sicario, quien le revela la singular idiosincrasia que caracteriza al grupo social en que se desenvuelve. Alexis –tal es el nombre del joven- resuelve cualquier desacuerdo con su pistola Beretta. Su gatillo fácil es semejante al de los dos siniestros personajes que mencionamos más arriba; y cuando va a realizar uno de sus trabajos, que no son otra cosa que asesinatos por encargo, se encomienda  a María Auxiliadora y a San Judas Tadeo, mostrando una devoción tan sólida e incoherente como la que selló la tranquilidad de Carlos Castaño en el asunto del homicidio de Garzón.

Pero no se piense que Alexis, Castaño y Don Berna son rarezas que sirven de materia prima para columnas de desconocidos aprendices de escritores. No, extrañamente ese comportamiento no es tan inusual como se podría pensar. Todos nosotros, de una u otra manera, solemos tener razonamientos y tomar acciones semejantes a las de ellos. No es raro ver en los estadios de fútbol a católicos repasando el colosal inventario de santos y vírgenes de esa religión, pidiéndoles por la victoria de su equipo, y luego ver a esos mismos católicos batiéndose a cuchillo con la hinchada opositora; sabemos que muchos mahometanos vuelan en átomos a otros seres humanos –y a ellos mismos- en nombre de Alá; no pocos judíos salen de la sinagoga directamente a realizar negocios que honestamente no pasarían el filtro del “No robarás”.

Como dije en una columna anterior, creo que el tiempo en que las religiones sirvieron como reguladoras sociales –si es que alguna vez existió tal cosa- ha pasado. Si bien el amontonamiento en el que vivimos desde muchos siglos atrás hace que miremos con recelo a los grupos humanos ajenos al nuestro (por religión, nacionalidad, género,  raza, estrato social, edad, colegio, barrio…), todo indica que urge un nuevo enfoque, un movimiento global en contravía de racismos, patrioterismos, regionalismos, y muchos más ismos intolerantes que malogran los intentos por hacernos cada vez más civilizados.  Los avances –todavía inmensamente insuficientes- en la sociedad estadounidense en torno al racismo son una diminuta luz de esperanza indicadora de que, por formidable que sea la tarea, en el largo plazo se podrían, si no eliminar, al menos neutralizar esos dañinos fenómenos, entre los que destaco a las religiones como los más dañinos de todos.

Las religiones han sido las causantes de los desmanes más atroces imaginables. Así, si nos centramos en el catolicismo –por razones prácticas que dicta la naturaleza de los lectores habituales de esta columna-, las cosas van desde la Inquisición, con sus centenas de miles de asesinatos -por torturas, incineración, y otras sutilezas por el estilo-, hasta los Torquemadas modernos personificados en sacerdotes, militares, terratenientes, políticos, empresarios, amas de casa, y cualquier otro hijo de vecino que no duda en satanizar, condenar y, muchas veces, ejecutar a cualquiera que piense diferente de las supersticiones e imbecilidades con las que le atiborraron el cerebro en su más temprana infancia; y, por supuesto, personificados también en esos grandes humanistas de Don Berna y Carlos Castaño. La licencia para matar que dan las religiones ya la quisiera para sí el mismísimo Agente 007.

Con todo, a pesar de las evidencias que permanentemente caen del cielo -más copiosas que el mismo maná- muchos insisten en exculpar a las religiones con, por ejemplo, el argumento del carácter arcano de sus doctrinas: no serían éstas aptas para cualquiera, y su interpretación estaría reservada para una clase iniciada. No obstante, con eso hay varios problemas: primero: la humanidad ha demostrado su masiva estupidez (aclarando que pienso que el adoctrinamiento temprano en cualquier tema es la principal causa de ese fenómeno), por lo que exponerla indiscriminadamente a esos misterios –en casi cada casa hay un libro al que se le da el carácter de sagrado-  equivale a garantizar que se dicte una cátedra de Energía Nuclear Avanzada en el pabellón de terroristas de una penitenciaría federal en Estados Unidos; segundo: los maestros, o guías encargados de descifrar y adaptar los oscuros dogmas, han demostrado ser peores que su ignorante y necesitado rebaño: para poner sólo un ejemplo: ¿con que cara hablan de compostura sexual los innúmeros curas pederastas del catolicismo?; tercero: la selectividad preferencial que, de acuerdo a la conveniencia del momento, dan a los dogmas de cada religión sus practicantes, se convierte en poderosa arma para justificar acciones que, de no contar con ese salvoconducto, cualquiera pensaría dos veces antes de realizar… Sin embargo, a pesar de que las anteriores consideraciones son pan de cada día en nuestras vidas, es un hecho casi incuestionable que en el proceso de acabar con los ismos intolerantes se destacarán algunos como los que más resistencia van a oponer en esta (perdónenme el sarcasmo) cruzada: las religiones. 

Sé que muchos contraatacarán defendiendo su propia religión desde su propia trinchera, argumentando la veracidad excluyente de sus dogmas.   Otros esgrimirán el argumento de que toda esta visión igualitaria –sin los ismos- volvería muy aburrida la vida. Y estoy de acuerdo: todos –casi todos- a veces gozamos ridiculizando a los que son diferentes; como también haciendo chistes que burlan a las altas jerarquías (después de todo son, en teoría, dignas del mismo respeto que cualquiera); o sintiéndonos –dueños de un etnocentrismo a veces criminal- la joya de la corona de la creación.

Sí, pero creo –por otra parte- que ninguno de los lectores habituales de esta columna (para no hablar de los, -literalmente- dueños del mundo) tenemos la autoridad ética de opinar al respecto. Que un intelectual opine que un mundo más uniforme  es tedioso, sólo por el afán fatuo de mostrar su brillante humor negro, no significa que esa sea la ruta equivocada. Creo que la autoridad en ese sentido no la tiene un vanidoso ebrio que escampará su borrachera de whisky y caviar en una cómoda cama con sábanas limpias,  ni tampoco un rabioso fanático religioso que descalifica a grupos minoritarios que no obedecen sus dogmas, sino el más discriminado de los famélicos africanos que mueren cada hora, de cada día de la vida, de física inanición.  Para ellos no es tan aburrido ese mundo utópico como para nosotros lo es.

Yo nada más digo.



2 comentarios:

  1. Lo importante es la Religión; vale decir, esa manifestación cultural, de carácter personal, que permite a los seres humanos, recorrer un camino amoroso, para establecer un vínculo fecundo con su Creador. Al final, y yo ya lo viví, en el Paraíso, todos somos idénticos ante Dios; porque, aunque a muchos se les haya olvidado, todavía seguimos siendo sus hijos: criaturas divinas.

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  2. Creer en algo que no se puede probar deja mucho que pensar sobre inteligencia de un individuo. Es claro que algunas personas han tenido más privilegios que otras y por eso no debería usarse la fe como herramienta discriminativa ni mucho menos hiriente. El problema, sin embargo, viene cuando este estilo de pensamiento choca con el método científico basado en la evidencia empírica. Las consecuencias pueden ser desastrozas y lo curioso es que en esos casos, los ateos parecen salir bendecidos.

    Con respecto al camino amoroso que plantea Franciso, pienso que la religión no es la única que lo garantiza. El agradecimiento y la cooperación pueden darse -y creo que es incluso más fuerte- entre individuos no creyentes. En noviembre del 2006, Daniel Dennett escribió este maravilloso ensayo sobre la gratitud, donde muestra de manera muy sutil los peligros de la fe mezclada con medicina. En esencia, -según Dennett- la duda es una de las mayores virtudes de los doctores.

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