domingo, 23 de junio de 2013

LA LECCIÓN DE BRASIL

No contento con darnos lecciones en el campo futbolístico, ahora Brasil nos da una lección en otro campo, si bien el fútbol, en esta nueva lección, también constituye uno de los temas -aunque no el principal-.  No soy un estudioso de la realidad brasileña, pero la llamada Revolución del Vinagre me indica que algo está cambiando en ese país. Y que de esa situación algo deberíamos aprender.
Es casi imposible dar crédito a las actuales noticias procedentes de Brasil: de la tierra del fútbol, en donde cualquiera se supone fanático de ese deporte hasta que no demuestre lo contrario, nos llegan imágenes de turbas cometiendo actos vandálicos; de turbas furiosas por la excesiva inversión estatal en la Copa de Confederaciones y en -nada menos- la Copa del Mundo.
Cualquiera diría que lo que pasa es que ellos -los brasileños- están hartos de certámenes deportivos realizados en su suelo a costa de los contribuyentes más pobres. Nada más lejano: me atrevo a decir que pocos de los asistentes al único mundial llevado a cabo en Brasil, en 1950, están vivos aún. De hecho, me cuento entre los muchos que creían  que los brasileños no veían la hora de vengar aquella ancestral afrenta de 1950, cuando Uruguay estropeó una fiesta montada por adelantado. 
Nada que ver con la realidad que estamos viendo.
Es notoria, en cambio, cierta apatía hacia el evento orbital. Apatía de la que, desde el año pasado, informaban algunas encuestas, y que, unida a los nuevos sucesos, revela que la fórmula de pan y circo allí ya no surte el efecto acostumbrado. 
Me pregunto, por otro lado, cuál habría sido el escenario si el mundial estuviese a punto de jugarse en territorio colombiano y la situación del colombiano promedio fuese similar a la del brasileño promedio actual… Y yo mismo me respondo: habría sido un escenario totalmente opuesto: aquí estaríamos celebrando la remodelación de los estadios -como efectivamente ocurrió en el reciente Mundial sub 20-,  sin importar si subían o bajaban las tarifas de transporte público, o si dejaban en los huesos el erario de tal o cual ciudad.
 No sé que ha pasado en Brasil en los últimos, digamos, quince años, pero sí sé lo que ha pasado aquí en Colombia: de unas aficiones futbolísticas tibias -aunque desde entonces robotizadas- hemos pasado a feroces rebaños de tigres de bengala, que obligan a cerrar los comercios el día del partido, e incluso a implantar la medieval ley seca. Unos rebaños que no piensan en nada mas allá del resultado del encuentro. Todo eso a pesar de la espantosa realidad nacional, de la que diariamente no puede evitar dar cuenta ni siquiera una prensa secuestrada por el gran capital: corrupción sin precedentes, criminalidad galopante, desigualdad insensata. Es decir, lo que hay es ferocidad en el ámbito del fanatismo deportivo, y docilidad en la protesta, en el disenso. Como quien dice, docilidad en todo lo demás (siempre y cuando, por supuesto, “todo lo demás” no incluya actividades criminales).
No sé que ha pasado en Brasil -insisto-, pero lo que sí sé es que aquí en Colombia no ha pasado nada lejanamente parecido. Y tampoco o se trata, aclaro, de amargarse y no disfrutar de los entretenidos partidos de, por ejemplo, la Copa de Confederaciones, sino que se trata de que no se le vaya a uno la vida en eso, y termine estupidizado delante de una maldita pantalla de televisión, mientras pueblos de nuestras mismas características, y con quienes compartimos raíces comunes,  pasan raudos a nuestro lado diciéndonos adiós con la mano: “hasta nunca caterva de imbéciles”. Y de eso -insisto- deberíamos aprender una lección.
O, como buenos colombianos, al menos copiarla.
@samrosacruz

OBJECIÓN DE CONCIENCIA
Esta figura de la objeción de conciencia, de la que tanto está hablando ahora la Iglesia Católica y el procurador, abre un inmenso abanico de posibilidades que, quien quita, nos podría convertir en una mejor sociedad. He aquí unas objeciones -algunas inspiradas en un e-mail que me llegó- que podrían interponer los jueces de la república para evitar la hecatombe moral a la que, cada día más, nos vemos abocados:
1) Si un padre fuere acusado de vender a su hija en el cotidiano mercado de la trata de blancas, el juez del caso, si fuere católico o protestante, podrá absolver al incomprendido padre, o -en último caso- podrá abstenerse de juzgarlo, objetando que, según Éxodo 21-7, “Cuando un hombre venda a su hija por sierva, no saldrá ésta de la esclavitud como salen los esclavos varones.”.
Es claro que ahí, salvo arrevesadas interpretaciones de tinterillos de poca monta, no existe delito alguno.
2) A los cientos de atracadores que robaren los celulares a empleados de restaurantes de comidas rápidas que, para su infortunio, tuvieren turno en sábado en la noche, el destino les deparará la buena nueva de que, si el juez encargado de juzgarlos fuere católico o protestante, en lugar de ser privados de la libertad -tal como está consagrado en nuestra carta fundamental- éste los exaltará públicamente, puesto que, de ese modo, habrán contribuido a cumplir con el precepto presente en Éxodo 35-2, según el cual “Se trabajará durante seis días, mas el séptimo día será para vosotros día santo. El que en ese día hiciere algún trabajo, morirá.”.
Todo lo anterior en consonancia con la objeción de conciencia que Iglesia y procurador han puesto, como herramienta, en manos de los notarios, para que puedan negarse a casar homosexuales. Basados -supongo- en Levítico 20,13: “Si un hombre se acuesta con otro hombre, como se hace con una mujer, ambos cometen cosa abominable, morirán sin remisión.”. Afortunadamente Iglesia y procurador -magnánimamente- han omitido (por ahora) la última parte de la legislación.
No sé, en todo caso, cómo conjugarán sus objeciones de conciencia, Iglesia y procurador, con Levítico 19-15: “No cometeréis injusticia en los juicios, ni favoreciendo al débil, ni complaciendo al poderoso…”.
Total, dejando a un lado las reducciones al absurdo, en este caso, el del canalla sabotaje al matrimonio entre personas del mismo sexo, baste decir que el nuestro es un Estado laico, en el que objeciones de conciencia basadas en libros viejos se supone que no deberían tener cabida. Cosa diferente sería la objeción de conciencia consistente en negarse a matar a otros seres humanos, pues el asesinato está expresamente prohibido en nuestra constitución y en la de la abrumadora mayoría de las de países respetuosos de los Derechos Humanos.
Obvio, no faltará quienes salgan con el disco rayado de que la constitución no contempla un concepto de familia diferente al conformado por un hombre, una mujer, y la descendencia “entrambos”, como diría Don Miguel. Pero, como ellos -minuciosos estudiosos, estrictos leguleyos- deberían saber, a la luz de la constitución del 91 todos los ciudadanos tienen los mismos derechos.
Y yo, sin necesidad de ser abogado, estoy seguro de que este último principio prevalece.

@samrosacruz

No hay comentarios:

Publicar un comentario