lunes, 11 de noviembre de 2013

JULIO Y EL BURÓCRATA (O MI TARDE CON JULIO IGLESIAS)

Leyendo anécdotas sobre Julio Iglesias, contadas por Edgar García Ochoa, el popular periodista cartagenero -mejor conocido como Flash-, me acordé de la única que tengo con el cantante español, en la que, casualmente, también está involucrado Flash.

Sucedió en 1995, cuando yo trabajaba para la estatal Carbocol y hacía parte del consejo de redacción de El Carbonero, la revista institucional de la organización. Acababan de cambiar al presidente de Carbocol y mi jefe me había encargado un artículo sobre el nuevo cacique Pluma Blanca, con fotografías incluidas y todo. Hice arreglos y contacté a un fotógrafo con muy buenas recomendaciones. Después agendé el miércoles siguiente al nuevo presidente para la sesión fotográfica.

Como en esa época sólo los grandes cacaos usaban unos enormes ladrillos negros a los que llamaban "celulares", llegado el miércoles, en un tardío rapto de responsabilidad, quise confirmar la presencia del fotógrafo (nuestra conversación databa de 15 días atrás, y por un descuido mío -nada raro en un empleado oficial- no habíamos vuelto a hablar desde entonces). Lo llamé a todos los teléfonos que me dejó. Nada. Por último resolví llamarlo a la casa, consciente de la improbabilidad de encontarlo allí a las once de la mañana de un día laboral. Me contestó la esposa: "Él salió a cubrir la rueda de prensa que dará Julio Iglesias en el hotel Casa Medina.".

En ese momento, artículo, fotos, presidente, fotógrafo, revista y jefe pasaron a un segundo plano: el hotel Casa Medina quedaba a oportunas dos cuadras de mi oficina, y la perspectiva de conseguirle a mi mamá un autógrafo de su ídolo de toda la vida invadió por completo el resto del día. Además de la cercanía, contaba con un nombre real por el cual preguntar en la puerta del hotel y con mi acreditación como empleado de Carbocol. Era una coartada perfecta para no tener que violar la seguridad del hotel y de pronto terminar preso como sospechoso de querer atentar contra la vida del famoso artista.



Dicho y hecho: allá llegué con una actitud de alarma y una historia triste que logró conmover a los porteros y al personal de vigilancia: tenía que hablar con ese fotógrafo ahora mismo, mi puesto en Carbocol dependía de ello. Entré, y casi enseguida di con el salón destinado para la rueda de prensa. Sin darme cuenta me encontré en una tipo de vestíbulo, haciendo la misma cola que en ese momento hacían periodistas y fotógrafos, portadores de sendas escarapelas, para el buffette de cortesía. Plato y cubietos en mano, me serví una buena porción de aquellas delicias: algo así como langostinos a la diabla, filet mignon, calamari fritti, etc...

Una vez devorado aquello, nos llamaron a la sala principal. Entramos y nos sentamos. Los fotógrafos a la derecha de Julio (nadie puede fotografiarle su lado izquierdo, al que él considera "el menos bonito" de los dos), y, nosotros, los periodistas (yo ya lo era en ese momento), a su izquierda. Gracias a la foto de su columna diaria de El Heraldo, reconocí, sentado a mi lado, a Flash. Enseguida me saludó como si fuésemos viejos amigos, y me contó algunas anécdotas de Julio. De repente los organizadores anunciaron que en cinco minutos haría su aparición Julio Iglesias. Inmediatamente empezaron -al mismo tiempo- una cuenta regresiva ("Faltan tres minutos", gritaba alguien), y la reproducción -a un sonido ya de por sí bastante alto, que aumentaba a medida que avanzaba la cuenta regresiva- de la canción Agua dulce, agua salá, uno de los temas principales del álbum que Julio venía a promocionar a Colombia: "Ayayayay, ayayayay, ayayayay, ayayay". Emocionante.

Al momento exacto de terminar la cuenta regresiva, apareció Julio Iglesias en persona, muerto de la risa y bromeando con los circunstantes: "¿Otra vez tú?" -le dijo a un periodista morenito de los de la primera fila-, yo creo que lo que pasa es que estás enamorado de mí". Después se hizo evidente la veracidad de los relatos a los que Flash nos tiene acostumbrados, según los cuales él y Julio tienen una amistad muy especial. Lo probó el hecho de que, entre decenas de periodistas, el cantante lo saludó única y especialmente a él, usando el diminutivo de su nombre propio ("Hola Edguitar"). Hasta lo incluyó en una de sus respuestas: "...por eso me gusta tanto hacer el amor: me conserva la piel joven", y dirigiendo la mirada hacia donde nosotros estábamos sentados, "no como la que tiene Edguitar, que ya parece la de una viejita".

Este es el momento de decir que en cada una de sus respuestas Julio incluía alguna de estas tres ideas (a veces las tres): "Me la paso trabajando", "No podría vivir sin cantar", "Me encanta hacer el amor". (Periodista: "Julio, ¿qué opinas de los ensayos nucleares de Francia en el atolón de Mururoa?". Julio: "No hablo de política referente a un país que no es el mío, sólo sé que antes hacía el amor en esas playas y a veces me picaban los cangrejitos; hoy no me atrevería").

Fue tan así la cosa, como la describo, que una periodista, sentada en el piso, a escasos dos metros de él (no sé si porque no encontró silla o porque era una precursora de esos"irreverentes" -tan malos ellos- que ahora pululan en los medios), le preguntó casi de mala manera: "Bueno, y cuando usted no está trabajando, cantando o haciendo el amor, entonces ¿qué hace?". A Julio no le varió un solo tono de su bronceado perfecto antes de responder :"Me ducho". En ese instante Flash, que, al igual que el resto de nosotros, se recuperaba de la carcajada, me miró y me dijo: "Ese es el maestro de maestros". En adelante, la ridícula caricatura de enfant terrible no volvió a abrir la boca.

Al final, en medio de un río humano, me acerqué a Julio para que me firmara un autógrafo en una especie de flyer de su álbum -lo más idóneo que pude conseguir para ese efecto-. Julio, sin siquiera dispensarle una mirada de reojo al papel que le alargué, me estampó, como a todos los demás, un auténtico mamarracho, ilegible, mientras mantenía su cabeza totalmente erguida, con una sonrisa congelada y unos ojos ausentes que parecían revelar su pensamiento del momento: "Dios mío, cuándo saldré de estos imbéciles para poder irme a hacer el amor".



Ebrio de farándula y Jet-Set, llegué al aburrimiento de la oficina, como a las cuatro, con mi trofeo de celulosa en el bolsillo, y sin la menor idea del paradero del fotógrafo, que ya para entonces era evidente que no vendría. Cancelé la sesión de fotos aduciendo un accidente de tránsito del fotógrafo, seguro -como estaba- de que ese incumplido de los mil demonios no iba a desmentirme nunca. La realizamos con éxito una semana después.


Diecisiete días más tarde, sin embargo, este exburócrata que les escribe, este haragán de cuello blanco, era debidamente despedido de Carbocol.

@samrosacruz





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