Leyendo
anécdotas sobre Julio Iglesias, contadas por Edgar García Ochoa, el popular
periodista cartagenero -mejor conocido como Flash-, me acordé de la única que
tengo con el cantante español, en la que, casualmente,
también está involucrado Flash.
Sucedió
en 1995, cuando yo trabajaba para la estatal Carbocol y hacía parte del consejo
de redacción de El Carbonero, la revista institucional de la organización.
Acababan de cambiar al presidente de Carbocol y mi jefe me había encargado un
artículo sobre el nuevo cacique Pluma Blanca, con fotografías incluidas y todo.
Hice arreglos y contacté a un fotógrafo con muy buenas recomendaciones.
Después agendé el miércoles siguiente al nuevo
presidente para la sesión fotográfica.
Como en
esa época sólo los grandes cacaos usaban unos enormes ladrillos negros a los
que llamaban "celulares", llegado el miércoles, en un
tardío rapto de responsabilidad, quise confirmar la presencia del
fotógrafo (nuestra conversación databa de 15 días atrás, y por un descuido mío
-nada raro en un empleado oficial- no habíamos vuelto a hablar desde entonces).
Lo llamé a todos los teléfonos que me dejó. Nada. Por último resolví llamarlo a
la casa, consciente de la improbabilidad de encontarlo allí a las once de la
mañana de un día laboral. Me contestó la esposa: "Él salió a cubrir la
rueda de prensa que dará Julio Iglesias en el hotel Casa Medina.".
En ese
momento, artículo, fotos, presidente, fotógrafo, revista y jefe pasaron a
un segundo plano: el hotel Casa Medina quedaba a oportunas dos cuadras de mi
oficina, y la perspectiva de conseguirle a mi mamá un autógrafo de su ídolo de
toda la vida invadió por completo el resto del día. Además de la cercanía,
contaba con un nombre real por el cual preguntar en la puerta del hotel y
con mi acreditación como empleado de Carbocol. Era una coartada perfecta para
no tener que violar la seguridad del hotel y de pronto terminar preso
como sospechoso de querer atentar contra la vida del famoso artista.
Dicho y
hecho: allá llegué con una actitud de alarma y una historia triste que logró
conmover a los porteros y al personal de vigilancia: tenía que hablar con
ese fotógrafo ahora mismo, mi puesto en Carbocol dependía de ello. Entré, y
casi enseguida di con el salón destinado para la rueda de prensa. Sin darme
cuenta me encontré en una tipo de vestíbulo, haciendo la misma cola
que en ese momento hacían periodistas y fotógrafos, portadores de sendas
escarapelas, para el buffette de cortesía. Plato y cubietos en mano, me serví
una buena porción de aquellas delicias: algo así como langostinos a la
diabla, filet mignon, calamari fritti, etc...
Una vez
devorado aquello, nos llamaron a la sala principal. Entramos y nos sentamos.
Los fotógrafos a la derecha de Julio (nadie puede fotografiarle su lado izquierdo,
al que él considera "el menos bonito" de los dos), y, nosotros, los
periodistas (yo ya lo era en ese momento), a su izquierda. Gracias a la foto de
su columna diaria de El Heraldo, reconocí, sentado a mi lado, a Flash.
Enseguida me saludó como si fuésemos viejos amigos, y me contó algunas
anécdotas de Julio. De repente los organizadores anunciaron que en cinco
minutos haría su aparición Julio Iglesias. Inmediatamente empezaron -al mismo
tiempo- una cuenta regresiva ("Faltan tres minutos", gritaba alguien),
y la reproducción -a un sonido ya de por sí bastante alto, que aumentaba a
medida que avanzaba la cuenta regresiva- de la canción Agua dulce, agua salá,
uno de los temas principales del álbum que Julio venía a promocionar a
Colombia: "Ayayayay, ayayayay, ayayayay, ayayay". Emocionante.
Al
momento exacto de terminar la cuenta regresiva, apareció Julio Iglesias en
persona, muerto de la risa y bromeando con los circunstantes:
"¿Otra vez tú?" -le dijo a un periodista morenito de los de la
primera fila-, yo creo que lo que pasa es que estás enamorado de mí".
Después se hizo evidente la veracidad de los relatos a los que Flash nos tiene
acostumbrados, según los cuales él y Julio tienen una amistad muy
especial. Lo probó el hecho de que, entre decenas de periodistas, el
cantante lo saludó única y especialmente a él, usando el diminutivo de su
nombre propio ("Hola Edguitar"). Hasta lo incluyó en una de sus
respuestas: "...por eso me gusta tanto hacer el amor:
me conserva la piel joven", y dirigiendo la mirada hacia donde
nosotros estábamos sentados, "no como la que tiene Edguitar, que ya parece
la de una viejita".
Este es
el momento de decir que en cada una de sus respuestas Julio incluía alguna de
estas tres ideas (a veces las tres): "Me la paso trabajando",
"No podría vivir sin cantar", "Me encanta hacer el amor".
(Periodista: "Julio, ¿qué opinas de los ensayos nucleares de Francia en el
atolón de Mururoa?". Julio: "No hablo de
política referente a un país que no es el mío, sólo sé que antes
hacía el amor en esas playas y a veces me picaban los cangrejitos; hoy no me
atrevería").
Fue tan
así la cosa, como la describo, que una periodista, sentada en el
piso, a escasos dos metros de él (no sé si porque no encontró silla o porque
era una precursora de esos"irreverentes" -tan malos ellos- que ahora
pululan en los medios), le preguntó casi de mala manera: "Bueno, y cuando
usted no está trabajando, cantando o haciendo el amor, entonces ¿qué
hace?". A Julio no le varió un solo tono de su bronceado perfecto antes de
responder :"Me ducho". En ese instante Flash, que, al igual que el
resto de nosotros, se recuperaba de la carcajada, me miró y me dijo: "Ese
es el maestro de maestros". En adelante, la ridícula caricatura de enfant
terrible no volvió a abrir la boca.
Al final,
en medio de un río humano, me acerqué a Julio para que me firmara un autógrafo
en una especie de flyer de su álbum -lo más idóneo que pude conseguir
para ese efecto-. Julio, sin siquiera dispensarle una mirada de reojo al
papel que le alargué, me estampó, como a todos los demás, un auténtico mamarracho, ilegible, mientras mantenía su cabeza totalmente erguida, con
una sonrisa congelada y unos ojos ausentes que parecían revelar su pensamiento
del momento: "Dios mío, cuándo saldré de estos imbéciles para poder irme a
hacer el amor".
Ebrio de
farándula y Jet-Set, llegué al aburrimiento de la oficina, como a las cuatro,
con mi trofeo de celulosa en el bolsillo, y sin la menor idea del
paradero del fotógrafo, que ya para entonces era evidente que no
vendría. Cancelé la sesión de fotos aduciendo un accidente de tránsito del
fotógrafo, seguro -como estaba- de que ese incumplido de los mil demonios no
iba a desmentirme nunca. La realizamos con éxito una semana después.
Diecisiete
días más tarde, sin embargo, este exburócrata que les escribe, este haragán de
cuello blanco, era debidamente despedido de Carbocol.
@samrosacruz
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