miércoles, 19 de febrero de 2014

LA PELEA PERDIDA

La constante lucha entre el poder y el arte, siempre subversivo este último, suele tener un claro perdedor a la larga: el poder. Para poner únicamente un ejemplo, ya no solo el generalísimo Franco no gobierna en España, sino que, de hecho, la pacatería y el carácter retrógrado de sus leyes fueron aceleradamente reemplazados por un arsenal de nuevas costumbres, que hoy por hoy tienen a la sociedad española como un ejemplo de progresismo ante otras sociedades. En contraste, el Guernica, la obra maestra de Picasso que muestra el horror de los bombardeos a un pequeño pueblo vasco, con los que alemanes e italianos pretendían apoyar al régimen franquista, sigue, como denuncia de esa barbarie, tan vigente como el primer día. Ya lo dijo el mismo Picasso: "No, la pintura no está hecha para decorar las habitaciones. Es un instrumento de guerra ofensivo y defensivo contra el enemigo.".

No obstante, a excepción del nombre, en ninguna parte del famoso cuadro hay la menor alusión al pueblo o a los autores de la masacre. No la necesita. Todo el mundo tiene el potencial de descifrar de qué se trata lo plasmado en el lienzo. Y en ese código develado, pero a la vez invisible, reside mucho de la fuerza de su mensaje. El verdadero artista es un transgresor de lo que se da por sentado. Es la voz de los oprimidos, y por lo tanto no solo es ajeno, sino muchas veces contrario a decretos y normas. Y esa voz, así como puede darse a través de las formas de un óleo, o las notas de una sinfonía, también puede darse a través de los rasgos caricaturescos de un disfraz. Ahí hay arte también.

Es por eso que extraña -o más bien todo lo contrario- el artículo que, según el periódico El Heraldo, fue incluido en el Decreto número 0045, expedido por la Alcaldía Distrital de Barranquilla, según el cual se prohíbe la participación, en nada menos que los carnavales de esa ciudad, de "todo tipo de disfraces con alusiones vulgares o morbosas y aquellas que atenten contra asuntos sagrados, la dignidad humana y el respeto por las autoridades". Es decir que, como quien dice, se prohíben los disfraces a secas. Porque desde hace más de un siglo los disfraces de esas festividades no han hecho otra cosa que eso: ser irreverentes en el -tradicionalmente tabú- tema sexual. Y también, de mucho tiempo para acá, burlarse de los fastos sagrados y las arbitrariedades, incompetencias y corruptelas de las autoridades. Justamente se trata de eso: son cuatro días en los que se oficializa artísticamente el temperamento barranquillero, acérrimo enemigo de lo solemne y amante de la mamadera de gallo. ("Aquí no nos paran bolas a nosotros", dijo en su momento Álvaro Cepeda Samudio, refiriéndose a sí mismo, a García Márquez y al resto de integrantes del Grupo de Barranquilla).

Y a pesar de que la noticia no aclara cuál es el castigo para el infractor, ni qué se entiende con eso de "la participación" en el carnaval (si yo, como ciudadano común, salgo a la calle disfrazado de, digamos, alcaldesa nazi, ¿cometo algún delito?), lo que sí deja claro es que la Alcaldía le declaró la guerra, a través del decreto de marras, a los artistas populares más espontáneos del mundo: a las mariamoñitos, a las marimondas, a los machomanes, a los jesucristos reboleros, a los nicolasmaduros curramberos, a las monicalewinskys barrioabajeras, a los alejandroordónez barranquilleros. Sí: queda claro que le declaró la guerra al alma misma de la fiesta, lo cual derivaría en su fracaso anunciado si no fuera porque, como dije al principio, esa pelea la tiene perdida el poder, que en este caso es representado por la Alcaldía de Barranquilla.

Tal vez a la alcaldesa Elsa Noguera, de quien uno se pregunta por qué resultó teniéndole tanto miedo a esa capacidad de síntesis que tienen los disfraces, termine pasándole lo que al presidente Correa de Ecuador en el reciente caso de censura contra el caricaturista Bonil. Según la opinión de tres prestigiosos columnistas colombianos (Antonio Caballero, Juan Gabriel Vásquez y Javier Darío Restrepo), Bonil terminó burlándose no solo de la acción represiva del gobierno de su país contra un opositor, que fue el tema de la caricatura de la discordia, sino también del fracasado intento de censura oficial contra esa misma caricatura. ¿Cómo lo hizo? Fácil: supuestamente retractándose. Pero a través de otra caricatura, todavía más mordaz, en la que usa prácticamente los mismos elementos de la primera, y deja como lo que es -una payasada- a las medidas tomadas en su contra. Porque así como ningún juez serio hubiera podido condenar a Picasso por una pintura en la que no hay nada explícito (no es, digamos, un panfleto que describe nombres concretos y acciones: es una simple pintura que muestra a unas extrañas figuras), tampoco podría hacerlo contra el caricaturista Bonil.

Pero tampoco contra un disfrazado del carnaval, personaje que generalmente ridiculiza a un poderoso que no es identificado  directamente, pero al que todo el mundo reconoce gracias a la magia reveladora de los símbolos artísticos. Así que, repito, algo similar podría terminar pasándole a la alcaldesa Elsa Noguera, sin que ella, a no ser que quiera convertirse en una pequeña sátrapa, tenga posibilidad de evitarlo. Quién quita que le saquen en la Batalla de Flores un disfraz a su intento de censura a los disfraces.

Ahí tienen, pues, una idea los que las tenían escasas este año.

(A punto de entregar esta columna me entero de que la alcaldesa desmontó el tal artículo. Demasiado tarde alcaldesa: espera tu disfraz. Te lo mereces).


@samrosacruz

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