lunes, 18 de abril de 2011

LA MURALLA Y LOS LIBROS

 "Acaso la muralla fue un desafío y Shih Huang Ti pensó: «Los hombres aman el pasado y contra ese amor nada puedo, ni pueden mis verdugos, pero alguna vez habrá un hombre que sienta como yo, y ese destruirá mi muralla, como yo he destruido los libros, y ese borrará mi memoria y será mi sombra y mi espejo y no lo sabrá». "   La muralla y los Libros, Jorge Luis Borges

Ahora que volvió a aparecer el ex presidente Uribe, por cuenta de la elección a la alcaldía de Bogotá, y repasando por “su virtud en sí misma ”  la obra La Muralla y los Libros de Borges, no pude menos que pensar, una vez más, (lo sé: soy repetitivo), en las simetrías de la realidad.  Se me dio por extrapolar la historia del primer emperador chino, Shih Huang Ti, con la de nuestro reciente (¿puedo llamarlo así?) emperador Alvaro Uribe.  Tal como para Shih Huang Ti un acto de seguridad para su imperio (la construcción de la colosal muralla china) y otro de oscurantismo (la quema de todos los libros anteriores a él) fueron los atributos por los que es recordado, así mismo creo que esos dos  serán los asuntos por los que será recordado Uribe: seguridad y oscurantismo.
Hay consenso en la formidable tarea realizada por Uribe de rescatar al país del cerco al que lo tenían sometido los grupos ilegales. La abyecta espiral de violencia e inseguridad, (descartando Conquista, Colonia, Independencia, Patria Boba, guerra de los Mil Días, La Violencia) desarrollada durante 12 gobiernos consecutivos, empezando por el de Valencia, cuando se creó la primera guerrilla moderna, y terminando con el de Andrés Pastrana, donde ésta se enseñoreó en casi todo el territorio nacional; ésa abyecta espiral de violencia, digo, estuvo al borde de sumir a Colombia en el infierno del colapso de la legitimación del Estado y la desaparición del Statu Quo institucional.

Y sí: Uribe le devolvió la confianza a un país (urbano) que temía salir de su zona de relativo confort: la ciudad. (¿Relativo? Sí: recordemos el secuestro de los 15 residentes del edificio Miraflores en pleno sector residencial de Neiva;  o el de los diputados del Valle). A la vez, esta tranquilidad se proyectó al exterior.  Sabemos que lo urbano es lo que más cuenta en términos de imagen internacional. Y cuando vienen los altos ejecutivos de las empresas mutinacionales a evaluar sus proyectos de inversión, no van precisamente a almorzar a una finca en los alrededores de Puerto Salgar.  Van al parque de la 93. Pero a veces querían ir a Chía y no podían.  Con Uribe pudieron ir allá y a otros destinos más osados. Y más exóticos.
Ese fue su legado de seguridad.  Sin embargo, Uribe, tal como en una de las conjeturas de Borges acerca del extraño proceder del emperador chino, pareciese haber querido anular sus logros en materia de seguridad contraponiéndolos a sus imposiciones oscurantistas: muy a su manera quemó los mismos libros que quemó Shih Huang Ti. O el predicador dominico Girolamo Savonarola, organizador de la célebre Hoguera de las Vanidades (donde quemó todo lo relativo a la soberbia y vanidad: vaya ironía, teniendo en cuenta la proverbial megalomanía del ex presidente de marras).
Y digo que a su manera quemó libros, porque no de otra forma se explican las enigmáticas conductas que caracterizaron casi todos los días de su largo gobierno. Uribe presionó el nombramiento de un procurador de declaradas ideas medievales y cuya laya intolerante nadie pone en duda (el mismo que, también, quemó libros en su juventud en un acto del que, aun hoy, teniendo en cuenta su carácter dignatario, se jacta con asombroso cinismo).  Durante el gobierno de Uribe, además, después de un efímero avance, se dio un retroceso generalizado en la legitimidad de las instituciones: prostitución del congreso y desprecio por las cortes, por poner los dos ejemplos más significativos.  Adicionalmente, se estimuló, a través del lobby a proyectos de ley específicos, la intromisión del Estado en la intimidad de los ciudadanos: prohibición de la dosis personal de la droga, ataque al aborto inducido, desconocimiento de la igualdad de derechos civiles independientemente de la orientación sexual etc…  Todo lo anterior, para no hablar de la satanización de la oposición (política, intelectual)  ni de los desafueros del aparato de seguridad del Estado. Con ese panorama final de país anacrónico, uno no puede menos que preguntarse si esa no fue la imagen dramática de “un rey desengañado que destruyó lo que antes defendía”.  Igual que Shih Huang Ti.
Por otro lado, el hecho de que, como dice Borges, “quemar libros y erigir fortificaciones es tarea común de los príncipes” no nos exime  de intentar dar con una respuesta que justifique el tamaño despropósito de destruir lo defendido.  Las explicaciones referentes a enconadas venganzas personales para uno de los propósitos o mezquinos o intolerantes intereses personales para el otro, las rechazo por su excesivo carácter trivial.
Hay que seguir indagando, pero tal vez nunca sepamos a ciencia cierta la naturaleza de ese sinsentido.  Tal vez al final no haya nada que conjeturar.  Tal vez (Héctor Abad: perdóname la anáfora) lo mejor que nos haya quedado de esos dos cuatrenios, sea lo que nos quiso decir el ex presidente Uribe y nunca dijo. O lo dijo y lo perdimos.  Tal vez lo mejor sea, para decirlo con Borges, ese hecho estético de la inminencia de una revelación que nunca se produjo.

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