martes, 9 de octubre de 2012

EL ODIO Y LA SOBERBIA


Dice la Biblia que Lucifer pretendió ponerse al mismo nivel de Yahveh, y por eso fue degradado. Cometió el peor de los pecados capitales del cristianismo: la soberbia. Así también, el procurador que padecemos en Colombia incurre, según esa misma religión -que él profesa y dice defender-, en idéntico pecado: “¿Usted cree que el presidente se va a meter en ese pulso contra mí?”, se preguntaba el propio Ordóñez  hace poco, en tono altanero, refiriéndose al proceso de una nueva elección de procurador general de la Nación. Elección que, por lo demás, en una cínica  y arrogante ostentación de poder, está completamente seguro de ganar: se sabe más poderoso que el mismísimo presidente de la República; y se pavonea de ello, al mismo tiempo que se ufana de ser digno representante de una colectividad religiosa que predica la humildad.
Ésas ironías son las que están dominando el panorama nacional hoy día. Hay que ver cómo en El Tiempo, un periódico de supuesto talante liberal, encontramos tantas opiniones retrógradas, más acordes con las páginas editoriales de periódicos ultra-godos, como El Nuevo Siglo o El Colombiano. Por un lado está el Padre Llano, con un artículo (Idoneidad moral) plagado de falacias y argumentos deleznables. Por otro está Salud Hernández-Mora con un artículo (La ley del embudo) tendencioso y parcializado.

El padre Llano se dedica, en el suyo, a alabar el fallo de la Corte Constitucional que niega la adopción de menores por parte de parejas homosexuales, a la vez que describe a esa institución como “ajena a todo prejuicio religioso o moralizador”. El simple hecho de negar la total igualdad en los derechos, independientemente de la orientación sexual de un individuo, ya no hace a la mencionada magistratura ajena a lo uno ni a lo otro. Tampoco es buen argumento el hecho de que afirme, como lo hace en el mismo artículo, que si dos homosexuales quieren un hijo es porque tienen una “carencia de afecto”: lo mismo podría decirse de una pareja de heterosexuales, pues, que yo sepa, no existe una diferencia entre las motivaciones para formar una familia entre un grupo y otro.
Con respecto al hecho -siguiendo con el artículo- de que para el menor “un factor decisivo es la presencia de la madre”, habría que informarle al brillante sacerdote que una pareja de homosexuales puede estar conformada por dos mujeres, con lo que el menor tendría, a falta de una, dos madres a su disposición. Tampoco parece muy acertado aquello de que una pareja homosexual que quiere adoptar un menor tenga mucho que ocultar, como él lo asevera: ¿qué pueden querer ocultar acerca de su condición sexual dos personas que acuden a los grandes medios de comunicación nacionales como un esfuerzo adicional para lograr una adopción que injustamente se les está negando?
¿Por qué, por otra parte -y este es el argumento más ridículo de todos-, el cura columnista pide que no se aduzca la -para él- excepcional carencia de idoneidad moral en las parejas heterosexuales, o la -también para él- excepcional idoneidad moral en alguna que otra pareja homosexual? ¿De dónde saca eso? ¿Ha visto este señor algún noticiero en su vida? ¿Lee el periódico? ¿Está loco? ¿Es, simplemente, estúpido?
Por último, su argumento de que en su larga vida nunca ha visto a un padre de familia “proclamar a los cuatro vientos” que tiene un hijo homosexual, se estrella de frente con que seguramente tampoco ha visto a ningún padre hacer una fiesta porque alguno de sus hijos resultó estéril; y no por esto último se le niega a nadie el derecho a la adopción, sino que, justamente, porque no puede tener hijos de manera natural, al igual que en el caso de los homosexuales, se le permite adoptar un hijo. De hecho supongo que de eso se trata esa figura. Si nos vamos a aferrar a lo natural, entonces lo mejor sería acabar con la práctica de la adopción.
La circunstancia de que él, un representante de la religión que pregona la igualdad ante los ojos de dios, afirme que a su parecer “es mucho, quizás demasiado” lo que han conseguido los homosexuales -dándoles, de ese modo, un evidente tratamiento de seres inferiores- ofrece una idea de las colosales contradicciones que pueblan esas arrogantes mentes retardatarias. Ya el procurador había expresado abundantemente su odio hacia los homosexuales a través de “feroces panfletos”, como lo recuerda Daniel Samper Pizano en su último artículo.
No se queda atrás Salud Hernández, quien -al contrario del jesuita- se va en su artículo lanza en ristre contra la Corte Constitucional (la llama “banda peligrosa”) y contra el sector más progresista de la opinión. Arguye que hay un grupo de fundamentalistas (aquí risas, supongo) que apoya las decisiones de la Corte aunque vayan en contravía de la Constitución, siempre y cuando coincidan con su modelo de sociedad y, en cambio, lanza violentos ataques cuando dichas decisiones contradicen su pensamiento. Sus dardos a la Corte van, particularmente, por cuenta de la decisión de esta magistratura que conmina al procurador a que se retracte y pida perdón en el asunto del aborto en los tres casos permitidos por la ley. Asunto que el procurador y sus colaboradores más cercanos se han encargado de torpedear en lugar de vigilar que se cumpla, como es su deber.

Pasa por alto la manipuladora y ensoberbecida columnista el pequeño detalle de que en este caso  concreto la Corte no está yendo contra la ley: son tres los casos permitidos por la ley, y los fallos de la Corte se han ceñido a ellos, así Salud Hernández sostenga lo contrario. (¿Por qué la objeción de conciencia institucional, prohibida por la Corte pero apoyada por ella, estaría por encima de, digamos, la malformación del feto?). Es, de hecho, el procurador quien está yendo contra la ley. Pero aún si el fallo de la Corte fuese, como dice ella, en contra de una ley específica, por principios generales del Derecho -como ella muy bien debería saberlo- prima el espíritu central de la Carta, que da prioridad a los Derechos Humanos sobre cualquier otra consideración. (En el caso de la libertad que, por ejemplo, tendría una mujer sobre su propio cuerpo profanado por un violador).
De modo que, a pesar de que este no es el caso, sí: el fenómeno del aplauso a la Corte cuando decisiones de casos difíciles y controversiales van a favor de los sectores progresistas de la opinión, y de abucheo cuando favorecen a sectores reaccionarios y retardatarios, debería ser la actitud mayoritaria. Sería deseable que así fuera, porque lo común es que los progresistas estén del lado de las civilizaciones modernas, igualitarias, incluyentes y pacíficas, mientras que los retrógrados aún sueñen con tribus misóginas, esclavistas, segregacionistas, excluyentes y, por supuesto, guerreristas. Ese escenario progresista, con toda seguridad, nos haría una mejor sociedad.
Convendría, entonces, una Corte con ese enfoque, cuyas decisiones contribuyeran a construir un clima de tolerancia que ayudara a acabar con esta guerra eterna que vivimos, así eso implicare la ira del procurador (cuya reelección haría un daño inestimable al país), de sus secuaces de la extrema derecha, y de los idiotas útiles del padre Llano y Salud Hernández. Pero como no quiero que incurran en otro pecado capital, adicional al de la soberbia, les sugiero que cambien la ira que les produce este tipo de artículos por otro sentimiento no castigado por su omnipresente religión: tienen la alternativa de seguir odiando a quienes somos sus contradictores. Porque, recítenlos y verán que la publicitadamente amorosa religión cristiana -casi lo más distante que hay del mandamiento de Cristo-, en la teoría no considera al odio como uno de los pecados capitales.
Y, como lo demuestran las palabras, obras y omisiones del procurador, mucho menos en la práctica.

@samrosacruz
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