“Senadores y senadoras: muchas gracias por su independencia”. La
anterior frase, con la que el procurador Ordóñez celebró su reelección, da
risa. Y no pasaría de ser uno más de la maratón de chistes (tal cual aquella
que protagonizó otro Ordóñez, el comediante, 20 años atrás) a la que el
funcionario nos tiene acostumbrados, si no fuera porque éste chiste inaugura
cuatro años más de chistes cínicos (como que él es el tipo más democrático de
Colombia). Y de todo tipo, entre los que sobresalen los chistes tenebrosos, que
no son otros que aquellas declaraciones y medidas descaradas del procurador en
contra de las minorías a las que, de acuerdo a sus funciones, debería defender.
Y ahí sí ya no da tanta risa. Más bien da miedo.
Tratando de darle sentido a la frase –suponiendo
que hablaba en serio- creo que la única explicación es que ésta quedó coja:
“Senadores y senadoras: muchas gracias por su independencia (de los votantes)”.
De esta forma podría tener más sentido, pensé. El procurador estaría agradecido
de que los senadores hubiesen hecho caso omiso del clamor popular en contra de
su reelección y, en cambio, hubiesen resuelto a votar en masa por él. Como
efectivamente sucedió.
Pero un análisis más profundo me dice que
no; que no hay tal clamor popular: los sesgos que habitualmente gobiernan
nuestras mentes nos hacen creer que un puñado de progresistas y gente
medianamente culta, que se manifiestan en las redes sociales, son los votantes.
No: si nos vamos al grueso de los votantes, a la masa, encontraremos que la mayoría
ignorante e intolerante sí está de acuerdo con el procurador: que la mayoría
desprecia a los negros, subestima a las mujeres y odia a los homosexuales.
Lo anterior, sin embargo, no implica que
los honorables senadores hayan sido consecuentes con sus votantes: se trata de
un simple caso de coincidencia entre la conveniencia de garantizar la impunidad
de sus fechorías y los delirios medievales de buena parte de la población
colombiana y del procurador (y de su voraz apetito clientelista, demostrado por
columnistas de la talla de Daniel Coronell). No les doy a los senadores ni
siquiera el beneficio de la duda: no se lo merecen.
Tampoco el hecho de que buena parte de la
población comparta esas ideas con el procurador supone que, en ese caso, no hay
nada que debatir, puesto que la mayoría estaría de acuerdo en que esas minorías
deben permanecer oprimidas. Son las trampas de la democracia en las que no hay
que caer: convengamos en que hablamos de democracias modernas, en las que se
invocan los Derechos Humanos y otros avances de espíritu liberal para la
confección de las leyes. Por lo tanto, en cualquier nación moderna, no
parecería exagerado calificar moralmente de criminales –así sólo sea de palabra
y omisión- a todos aquellos que pretenden la perpetuación de las condiciones de
inferioridad en las que actualmente viven muchos grupos humanos.
Y esos criminales no sólo comprenden a los
villanos habituales (políticos, plutócratas, oligarcas), sino también a
–digamos- mujeres pobres de mediana edad que esgrimen atávicas ideas religiosas
con las cuales se autoexcluyen. En cierto sentido son víctimas, sí, pero eso no
las excusa de su conducta criminal (literalmente, a la luz de nuestras leyes
colombianas actuales, lo es: ahora no estoy siendo moralista). Somos homo sapiens,
no el perro de Pavlov.
A los integrantes de esa gran masa medieval
y corrupta, compuesta por la fauna que describí antes, los impulsan diferentes
motivaciones para actuar así. Pero lo único cierto es que su punto de encuentro
se da en las increíbles intolerancia hacia grupos humanos inofensivos y
tolerancia hacia un modelo de Estado mafioso que perjudica a casi todos. Un
modelo en el que las tres ramas del poder, en una maléfica relación de
interdependencia, se guardan las espaldas unos a otros, despojando de sentido a
los sistemas regulatorios de contrapesos.
Fue así como los tres poderes se
amangualaron para apoyar la causa criminal de la reelección del procurador. Las
Cortes -por su lado- interesadas en su cuota clientelista. El presidente
(confieso que debía declararme impedido de opinar acerca de semejante payaso:
ya la cosa pasó de “only business” a personal), interesado en quedar –como
siempre- bien con todo el mundo, pero sobre todo con el Congreso. Y éste último
interesado en garantizar, como dije antes, la impunidad de sus fechorías; ¿y
qué mejor manera de hacerlo que comprometiendo a su propio investigador, quién,
a su turno, está ávido de poder para -aparte de imponer su reino de oscuridad-
aprovechar las suculentas cuotas burocráticas? (También lo denunció Daniel Samper
Pizano en su artículo El procurador: de fanático a corrupto).
El acuerdo tácito no podría ser más
recíproco y conveniente: yo elijo, tú investigas; yo (no) investigo, tú (me)
eliges. En un país mafioso eso conforma una dependencia mutua; es decir, una
interdependencia (una interdependencia mafiosa). La chistosa frase del
procurador sí había quedado coja, como bien creí al principio, pero la correcta
no era aquella versión que aludía a la independencia de los votantes.
Tal vez: “Senadores y senadoras, muchas
gracias por su in(ter)dependencia”.
@samrosacruz
http://www.semana.com/opinion/cualquier-precio/182889-3.aspx
http://www.semana.com/opinion/tentaculos/183820-3.aspx
http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/danielsamperpizano/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-12225344.html
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