miércoles, 5 de diciembre de 2012

ORDÓÑESE DE LA RISA


“Senadores y senadoras: muchas gracias por su independencia”. La anterior frase, con la que el procurador Ordóñez celebró su reelección, da risa. Y no pasaría de ser uno más de la maratón de chistes (tal cual aquella que protagonizó otro Ordóñez, el comediante, 20 años atrás) a la que el funcionario nos tiene acostumbrados, si no fuera porque éste chiste inaugura cuatro años más de chistes cínicos (como que él es el tipo más democrático de Colombia). Y de todo tipo, entre los que sobresalen los chistes tenebrosos, que no son otros que aquellas declaraciones y medidas descaradas del procurador en contra de las minorías a las que, de acuerdo a sus funciones, debería defender. Y ahí sí ya no da tanta risa. Más bien da miedo.
Tratando de darle sentido a la frase –suponiendo que hablaba en serio- creo que la única explicación es que ésta quedó coja: “Senadores y senadoras: muchas gracias por su independencia (de los votantes)”. De esta forma podría tener más sentido, pensé. El procurador estaría agradecido de que los senadores hubiesen hecho caso omiso del clamor popular en contra de su reelección y, en cambio, hubiesen resuelto a votar en masa por él. Como efectivamente sucedió.
Pero un análisis más profundo me dice que no; que no hay tal clamor popular: los sesgos que habitualmente gobiernan nuestras mentes nos hacen creer que un puñado de progresistas y gente medianamente culta, que se manifiestan en las redes sociales, son los votantes. No: si nos vamos al grueso de los votantes, a la masa, encontraremos que la mayoría ignorante e intolerante sí está de acuerdo con el procurador: que la mayoría desprecia a los negros, subestima a las mujeres y odia a los homosexuales.
Lo anterior, sin embargo, no implica que los honorables senadores hayan sido consecuentes con sus votantes: se trata de un simple caso de coincidencia entre la conveniencia de garantizar la impunidad de sus fechorías y los delirios medievales de buena parte de la población colombiana y del procurador (y de su voraz apetito clientelista, demostrado por columnistas de la talla de Daniel Coronell). No les doy a los senadores ni siquiera el beneficio de la duda: no se lo merecen.
Tampoco el hecho de que buena parte de la población comparta esas ideas con el procurador supone que, en ese caso, no hay nada que debatir, puesto que la mayoría estaría de acuerdo en que esas minorías deben permanecer oprimidas. Son las trampas de la democracia en las que no hay que caer: convengamos en que hablamos de democracias modernas, en las que se invocan los Derechos Humanos y otros avances de espíritu liberal para la confección de las leyes. Por lo tanto, en cualquier nación moderna, no parecería exagerado calificar moralmente de criminales –así sólo sea de palabra y omisión- a todos aquellos que pretenden la perpetuación de las condiciones de inferioridad en las que actualmente viven muchos grupos humanos.
Y esos criminales no sólo comprenden a los villanos habituales (políticos, plutócratas, oligarcas), sino también a –digamos- mujeres pobres de mediana edad que esgrimen atávicas ideas religiosas con las cuales se autoexcluyen. En cierto sentido son víctimas, sí, pero eso no las excusa de su conducta criminal (literalmente, a la luz de nuestras leyes colombianas actuales, lo es: ahora no estoy siendo moralista). Somos homo sapiens, no el perro de Pavlov.
A los integrantes de esa gran masa medieval y corrupta, compuesta por la fauna que describí antes, los impulsan diferentes motivaciones para actuar así. Pero lo único cierto es que su punto de encuentro se da en las increíbles intolerancia hacia grupos humanos inofensivos y tolerancia hacia un modelo de Estado mafioso que perjudica a casi todos. Un modelo en el que las tres ramas del poder, en una maléfica relación de interdependencia, se guardan las espaldas unos a otros, despojando de sentido a los sistemas regulatorios de contrapesos.
Fue así como los tres poderes se amangualaron para apoyar la causa criminal de la reelección del procurador. Las Cortes -por su lado- interesadas en su cuota clientelista. El presidente (confieso que debía declararme impedido de opinar acerca de semejante payaso: ya la cosa pasó de “only business” a personal), interesado en quedar –como siempre- bien con todo el mundo, pero sobre todo con el Congreso. Y éste último interesado en garantizar, como dije antes, la impunidad de sus fechorías; ¿y qué mejor manera de hacerlo que comprometiendo a su propio investigador, quién, a su turno, está ávido de poder para -aparte de imponer su reino de oscuridad- aprovechar las suculentas cuotas burocráticas? (También lo denunció Daniel Samper Pizano en su artículo El procurador: de fanático a corrupto).
El acuerdo tácito no podría ser más recíproco y conveniente: yo elijo, tú investigas; yo (no) investigo, tú (me) eliges. En un país mafioso eso conforma una dependencia mutua; es decir, una interdependencia (una interdependencia mafiosa). La chistosa frase del procurador sí había quedado coja, como bien creí al principio, pero la correcta no era aquella versión que aludía a la independencia de los votantes.
Tal vez: “Senadores y senadoras, muchas gracias por su in(ter)dependencia”.

@samrosacruz


http://www.semana.com/opinion/cualquier-precio/182889-3.aspx
http://www.semana.com/opinion/tentaculos/183820-3.aspx
http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/danielsamperpizano/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-12225344.html


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