Puesto que todo en el universo tiende a la entropía, resulta acertado un
corolario de la ley de Murphy: “Lo que empieza bien termina mal, y lo que
empieza mal termina peor”. Y tal parece que el gobierno venezolano, con el
manejo que le han dado a la información sobre el estado de salud de Chávez,
está dispuesto a llevar esa sentencia hasta sus últimas consecuencias.
Todo indica que la verdadera condición
de Chávez ha sido una extensa mentira desde el mismísimo momento en que le fue
detectado el cáncer. Eso empezó muy mal. En aquel momento, la extraña ausencia
del gobernante fue explicada por él mismo de una manera tan gaseosa que llegó a
pensarse que aquello no era sino otra de sus artimañas electorales. Idea que
tomó fuerza cuando, después, lo vimos rozagante al frente de su propia campaña
presidencial gracias, al parecer, a que lo atiborraron de tal cantidad de drogas
paliativas que hoy esas mismas drogas, conjugadas con el trajín de la campaña,
el mediocre manejo médico que -según expertos- le han dado en Cuba, y la
tenacidad de la enfermedad que padece, lo tienen al borde de la muerte.
De hecho, algunas fuentes lo dan por
muerto; y le atribuyen a intrigas de poder -relacionadas con la proximidad de
la fecha en la que debería posesionarse y con los enredos interpretativos de la
constitución venezolana- el encubrimiento del hipotético deceso. Mientras
tanto, el vicepresidente, Nicolás Maduro, ofrece versiones contradictorias
sobre la situación: un día dice que Chávez da órdenes, e incluso hace
ejercicio, y poco después se muestra desencajado cuando revela que la condición
del presidente es delicada, y que continúan las complicaciones de una infección
respiratoria “ya conocida”. Un sospechoso silencio precede y sucede a sus
declaraciones. El desbarajuste institucional al que puede llevar al país su
conducta irresponsable no parece preocuparle.
Y es sabido que irresponsabilidad y
mentira suelen ir juntas. Lo malo es que, como nos lo mostró aquella
inolvidable película -protagonizada por Matt Damon- El talento de Mr. Ripley,
hasta al más experimentado mentiroso se le caen sus mentiras (curiosamente a
Mr. Ripley empieza a desmoronársele su timo cuando intenta hacer pasar por vivo
a un muerto). Mr. Ripley tenía un enorme talento para mentir, y aún así fue
descubierto. Maduro, en cambio, ni siquiera tiene ese talento.
Y Venezuela se pone cada vez peor.
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