“Golpe a los pesimistas: según última encuesta de Win _Gallup
Internacional los colombianos somos los más felices de todo el mundo. Qué
tal?”. Ahí está otra vez el presidente Santos, a través de Twiter, sirviéndose
-como casi todos los políticos de este pobre país, y como si esa fuera una cosa
buena- de la dañina metáfora del vaso medio lleno. Ahí está otra vez
haciéndonos creer que el hecho de que unos ciudadanos se conformen -y sean
felices- con ser uno de los países con mayor índice de desigualdad del planeta
es una cosa digna de ser resaltada, una circunstancia envidiable y envidiada
por los desgraciados japoneses, por los desventurados noruegos, por los
sufridos suizos. (Ellos -los suizos, los noruegos, los japoneses- nunca ven un
vaso medio lleno, tal vez porque, por muy avanzada que sea una sociedad,
siempre habrá cosas por mejorar… Y el vaso, para ellos, todo el tiempo estará
medio vacío; así sólo le falte un dedo).
Al tipo -a Santos- le importa un
reverendo pito que año tras año, comienzo de año tras comienzo de año, las noticias
sean inquietantemente repetitivas; como si estuviéramos condenados. Desde la
misma noticia estúpida que da cuenta de nuestra posición privilegiada en el
felizómetro del mundo, hasta los rutinarios aludes de tierra que sepultan
caravanas enteras de viajeros, sin que a nadie le importen las pésimas
condiciones que tienen han tenido y tendrán las lamentables vías nacionales. O
la consabida bala perdida que mata a una niñita (es otra condena, otra
maldición: siempre son niñitas las muertas), y el hecho de que tampoco a nadie
le importe que sigamos inaugurando cualquier celebración con tiros al aire (o
cerrándola con tiros directamente al cuerpo). O la habitual masacre de añonuevo
-de campesinos, de mafiosos, de sicarios: no importa-; o el cotidiano funcionario
que saquea el erario público y es sorprendido, pero resulta que mi hoja de vida
es transparente, que el país me conoce, que el país sabe quién soy yo, etc…
No digo que necesariamente haya que ser
rico para ser feliz. Ni que una persona o un país no puedan elegir libremente
qué es lo que quieren hacer de su futuro sin que alguien le esté confeccionando
una hoja de ruta vital. Lo que no parece muy sano es que ese futuro se
relacione con crímenes, asesinatos, robos y violaciones a los derechos humanos.
No se puede ver con buenos ojos el hecho de que alguien decida, para ser feliz,
convertirse en asesino en serie; o en ladrón. Y eso es lo que parece que hace
Colombia.
El desastre social, los fracasos
deportivos -somos tan conformistas que ni siquiera son los triunfos deportivos,
como en otras partes, los que nos distraen, sino los familiares segundos
lugares; pero incluso el puesto de segundones nos es esquivo-, el fiasco
académico, son frustraciones adicionales al caos de orden público que
padecemos; y todo eso debe compensarse con el endiosamiento de cualquier perico
de los palotes que gane cualquier cosa y tenga una efímera relación con el país
(un tío político colombiano, digamos). Y si todo lo anterior falla, entonces
viene la encuesta -cualquiera- que dice que somos los más felices del mundo
(eso fue esta vez; hasta el año pasado los bombos eran por ser los segundos más
felices).
Me dirán que es loable que un país -un
pueblo, una civilización- sepa verle el lado bueno a las cosas. Y sí: pienso,
por ejemplo, en los sufrimientos del pueblo judío. Y aunque ignoro si hoy, a
pesar de todo, son tan felices como nosotros, también pienso que las más de las
veces ese sufrimiento les fue infligido por un agente externo. Y en todo caso
la última vez fue hace más de medio siglo, por lo que los judíos actuales, en
su mayoría, no lo vivieron. Con todo, y teniendo en cuenta que esas heridas
muchas veces se transmiten, a través del trato interpersonal, de generación en
generación, creo que si fueran un pueblo feliz nos consolarían, con su ejemplo,
al resto de la humanidad.
Pero, en el caso de Colombia, no
entiendo a cuenta de qué tendríamos que estar felices nosotros, que nos estamos
matando los unos a los otros en una guerra fratricida que ya cumple doscientos
años, y que es la única realidad para muchos desde el mismísimo día de su
nacimiento. Estar felices de algo así es de dementes, de psicópatas. O de
imbéciles. Este país ha sido -simultáneamente al más feliz- el más violento del
mundo, con cifras de violencia mayores que los de cualquier país en guerra, con
corrupción galopante, con mafias de narcotráfico y de las otras -todas las
otras-, con insurgencia armada para escoger, con ejércitos paramilitares, con
tenebrosos aparatos de seguridad estatales, casi más peligrosos que los mismos
delincuentes, con secuestros y torturas, con bandas criminales, con
carros-bomba, con una clase política vergonzosa y criminal, con una clase
empresarial criminal y vergonzosa, con traquetos, con embutidos de silicona
ambulantes, con los amantes de esos embutidos de silicona dispuestos a pegarte
un tiro por el mero hecho de respirar su mismo aire…
No sé de qué diablos nos reímos; qué es
lo que nos produce ese júbilo inmortal. Ni Aldous Huxley, en sus mayores
delirios de invención literaria, imaginó un lugar en el mundo que necesitara
tan poco para ser feliz e insensible. Su gran novela pierde fuerza cuando se
conoce a Colombia, pero es tan absurdo lo que aquí sucede que él nunca fue
capaz de imaginarlo… Señor presidente: el vaso no está ni medio lleno ni medio
vacío; sencillamente está vacío. Y si está lleno, como a usted le gusta verlo,
es de sangre; ¿De qué podemos estar felices, señor presidente? Tal vez de ser
los privilegiados sobrevivientes de esta matanza eterna.
Del simple y al mismo tiempo
inverosímil hecho de estar vivos todavía.
@samrosacruz
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