viernes, 17 de junio de 2011

EL HUEVO DE LA SERPIENTE

“Observa a toda esa gente.  Son incapaces de una revolución.  Están muy humillados, muy temerosos, muy oprimidos. Pero en 10 años, para entonces, los de 10 años tendrán 20, los de 15 tendrán 25.  Al odio heredado de sus padres, ellos añadirán su propio idealismo e impaciencia.  Alguno se adelantará y pondrá sus sentimientos en palabras.  Alguno prometerá un futuro. Alguno hará sus demandas. Alguno hablará de grandeza y sacrificio. Los jóvenes e inexpertos darán su valor y su fe a los cansados e indecisos.  Y entonces habrá una revolución.  Y nuestro mundo se hundirá en sangre y fuego (…) exterminaremos lo inferior y aumentaremos lo útil.” .- Doctor Hans Vergerus, El Huevo de la Serpiente

En 1933, el partido Nacional-Socialista, en cabeza de su máximo líder Adolfo Hitler, ascendió al poder en Alemania. Eran épocas de crisis para la democracia alemana: desempleo por las nubes, inflación desbordada, economía en  ruinas (Gran Depresión mundial), tributos por la derrota de la primera guerra, etc…  La desesperanza estaba a la orden del día en el ambiente de aquel pueblo que, más que vivía, supervivía.  En ese terreno, abonado de miseria y humillación, germinó la planta carnívora del nazismo, que ofreció dulce néctar a las masas teutonas y, una vez las tuvo en sus fauces, cerró sus pinzas para no abrirlas nunca más.
Fue todo un trabajo de seducción: el arte de la propaganda elevado (envilecido, degradado) a su máxima expresión: banderas, himnos, consignas, enemigos públicos y, cómo no, un gran mesías. Revueltos los anteriores ingredientes, junto a dos cucharadas del primer párrafo, constituyeron la funesta receta que desembocó en dos  de los hechos más terribles (vergonzantes, vergonzosos) de la historia: la barbarie por antonomasia del género humano: la Segunda Guerra Mundial, y su capítulo más horrendo: el holocausto judío.  Todavía, de hecho, no terminamos de hacer catarsis al respecto, así algunos no hubiéramos siquiera nacido en 1945, cuando finalizó la guerra.
Grande lección aprendida. O, por lo menos, esa es la esperanza de todos los que apostamos por la civilización, por la evolución inteligente de la especie, por la sumisión del primitivo y agresivo cerebro reptil a costa del complejo neocortex: el cerebro racional.  Pero esperanza perdida si leemos a los voceros de la caverna en nuestro país. Referente a un frustrado tercer mandato de Álvaro Uribe, su ex-asesor presidencial José Obdulio Gaviria, en su artículo de El Tiempo  del 31 de mayo titulado “Mantenerse fiel a los principios”, escribió: “la Corte Constitucional interrumpió abruptamente su ejercicio del liderazgo e impidió que los colombianos le otorgáramos otro mandato para que pudiera redondear la faena político-militar contra el terrorismo.” Y, refiriéndose a la intervención del periodista Daniel García-Peña en un foro reciente: “Pero, ¡no se imaginan el remate! Apoyó con entusiasmo el regreso del presidente Santos a las políticas "civilizadas y negociadoras de los anteriores gobiernos".”  Suficiente…
Otra vez la atávica fórmula del plomo a discreción; la que hemos usado, sin éxito, durante más de 40 años.  Pero lo más concluyente acerca de la naturaleza, sin duda reptil, del escribidor de las anteriores sentencias, es el desprecio a los anteriores gobiernos por el hecho de intentar utilizar, además de la lucha armada, políticas "civilizadas y negociadoras”. Deplora el hecho de que esos gobiernos no pudieron acabar con el problema de la guerrilla, en los cuatro años que tuvo cada uno para hacerlo, al tiempo que enaltece al gobierno Uribe que sólo tuvo ocho (exclusivamente guerristas, por lo demás).  Lo singular es que, para acabar con el problema, Uribe, tuvo el doble de los demás gobiernos, como no es difícil de notar; es el único gobierno que no tiene a su favor la manida excusa de la falta de tiempo.  Y, ¡vaya!,  tampoco pudo. A pesar de la infalible ofensiva militar. Supongo que a José Obdulio no le apodaban Aristóteles en sus años escolares.
Ingmar Bergman escribió y dirigió la película “El Huevo de la Serpiente”.  La historia se desarrolla en la Berlín de 1922,  ad portas de la intentona de golpe de estado por parte de Hitler. En ella, se dejan entrever los primeros gérmenes de una siniestra revolución. Heinz Bennent , encarna al malévolo doctor Hans Vergerus, precursor de espantosos experimentos con seres humanos.  Las víctimas, después de horrendas alucinaciones y otros síntomas, acaban suicidándose.  El perverso científico, aprovecha el estado mental colectivo de los germanos y sus penurias económicas, para empujarlos a servir de conejillos de indias voluntarios para sus experimentos.  En su discurso final, instantes antes de su muerte, Vergerus compara el inevitable y previsible advenimiento de un nuevo régimen, que acabará con la democracia establecida, con la experiencia de ver el huevo de una serpiente: detrás de su translucida cáscara, es posible ver a un reptil completamente formado que pronto emergerá (y atacará).
Contrario a lo que pasó  en Alemania, aquí en Colombia, después de las dos incubaciones victoriosas de las elecciones presidenciales de 2002 y 2006, pudimos ver, a través de  la delgada cáscara del sentido ético de algunos congresistas, la amenaza reptilesca en un tercer huevo (¿no han oído ustedes por ahí algo referente a tres huevos?).  Por fortuna, ese tercer huevo sí fue destruido; y con él la temible serpiente y su letal ponzoña. Se frustró, así, el plan de un grupo de salvajes que consideran, aún hoy, que la solución a todos los problemas del país consiste en destrozarnos a garrotazos unos a otros como cavernícolas.  El razonamiento del pitecanthropus.  Dicho sea con el perdón del pitecanthropus.  Y del doctor Darío Echandía,  por el plagio.
Estos trogloditas disfrazados de intelectuales, ostentan el mismo inexistente respeto por la vida humana que mostraba Vergerus: los conejillos de indias aquí eran simplemente ejecutados con tiros de gracia en la nuca y luego vestidos de insurgentes. Otros más, despojados de sus hogares, eran llamados, eufemísticamente, migrantes.   El resto, los sobrevivientes, pero no pertenecientes a la guardia personal del mesías o a su corte de obsequiosos lacayos, éramos considerados la bigornia: una especie de pandilla o vaya usted a saber qué diablos quería decir, con esa palabreja de relumbrón, nuestro Robespierre de hojalata. 
Ah, se me olvidaba: ¿saben ustedes  cómo murió el doctor Vergerus, el médico sádico de la película?  Les cuento: se suicidó masticando una cápsula de cianuro. Curioso ¿no?

No hay comentarios:

Publicar un comentario