jueves, 11 de agosto de 2011

MEMENTO

                                                                                                        "La mujer del César no sólo debe serlo,
                                                                                                                         sino parecerlo”   Julio César

Los que hayan visto la película Memento estarán de acuerdo conmigo: tiene uno de esos buenos guiones  que se ven muy de cuando en cuando. Si tienen la oportunidad de verla por primera vez, háganlo: no se imaginan cuánto los envidiamos aquellos a los que ya sólo nos queda el consuelo de repetirla.  Como asumo que algunos no la han visto, únicamente mencionaré que Leonard (el protagonista), después de supuestamente sufrir un bestial ataque en su casa a manos de un intruso –en el que resulta muerta su esposa-, termina aquejado por una rara condición (amnesia anterógrada) que le impide a su mente fabricar recuerdos nuevos; en consecuencia, Leonard recuerda todo lo referente al tiempo anterior al ataque, pero para recordar acontecimientos recientes se ve obligado a recurrir a fotografías, a afanosas notas que almacena en los bolsillos y a información más importante que se tatúa en el cuerpo.  Lo anterior no solo lo ayuda a saber dónde está, para dónde va, que va a hacer y demás actividades cotidianas, sino que constituye un recordatorio permanente de su máxima motivación en la vida: la venganza: matar al asesino de su esposa.

Pero ¿por qué la recordé? Sencillo: la recordé porque caí en cuenta de que nosotros no recordamos: sufrimos de un tipo de memoria antérograda en muchos órdenes de nuestra vida cotidiana de colombianos. No hablemos de política, porque en ese campo las explicaciones de la rara condición sobran. Pienso, más bien, en el caso de “Bolillo” Gómez.  Es sabido que en el deporte (y más en uno que despierta tantas pasiones en tantos países –Colombia incluido- como el fútbol) las victorias coyunturales suelen tapar largos historiales de fracasos (no en vano se ha llegado a asimilar la emoción de un gol anotado por el equipo de los amores con un orgasmo).   No obstante, es asombroso el hecho de que nos hayamos visto, una vez más, ante la tesitura de la conveniencia o no de la continuidad de Gómez al frente de la dirección técnica de la Selección Colombia: ¿tendremos que tatuarnos el cuerpo con un “no más Bolillo”?

Sabemos que no es la primera vez que “Bolillo” se mete en problemas: recordemos cuando, al regreso del mundial del 94, sin advertir que los micrófonos de la rueda de prensa a la que a acudió estaban abiertos, y refiriéndose a los periodistas presentes, dijo: “algún día voy a matar a un hijueputa de estos”.  O cuando en plenas eliminatorias al mundial del 98, en Barranquilla, se fue a las manos con un aficionado* que le reclamaba, con la consecuencia de que terminó con el ojo tan colombiano como le quedó el suyo -derivado de los puñetazos de “Bolillo”- a la mujer que lo acompañó a una discoteca en el norte de Bogotá el fin de semana pasado. Reacciones intolerables en un personaje público. Es como si un presidente de la república resolviera decirle a un subalterno que le va a romper la cara, marica.

*Aunque realmente, mientras el aficionado se fue a las manos con “Bolillo”, éste sólo alcanzó a irse a  los ojos con el aficionado.

¿Se nos olvidaron, entonces, –entre muchos otros- los anteriores incidentes?  Si bien a raíz de lo ocurrido he leído los absurdos más increíbles (como el de comparar a Bolillo con el pederasta Garavito), es indudable que este señor no tiene el manejo necesario para desempeñar un cargo de esa categoría; un cargo que se ve sometido a tantos cuestionamientos y presiones y el que, en adición, cada uno de los colombianos vivos se cree en la capacidad de desempeñar mejor que ninguna otra persona. ¿Por qué insistir, entonces, en un técnico que fracasa recurrentemente en la parte profesional y que no tiene siquiera un buen manejo en su dimensión personal? Ojalá hubiese una explicación a ese fenómeno de parte de de los directivos de la Federación Colombiana de Fútbol, diferente a las especulaciones sobre componendas, comisiones y compadrazgos con las que nos ilustran a diario los taxistas. (Aunque con esos directivos… Nuestra amnesia anterógrada –que sufrimos hace décadas- no nos permite acordarnos –por ejemplo- de aquel Miguel Ángel Bermúdez, especie de pistolero de la Federación, que resultó acusado de abuso sexual por una de sus subordinadas en 1994).

Por otro lado, las conquistas de “Bolillo” en materia deportiva se reducen a una sola clasificación al mundial como director técnico y a dos como asistente técnico,  que en las condiciones en que éstas se dieron (clasificaban la mitad de las selecciones en competencia) no son la gran cosa. Encima de todo, los tristes papelones en los mundiales respectivos lo terminan de hundir en el enorme charco de los técnicos mediocres o malos. Lo peor es que eso se olvida al primer fracaso de otro técnico al frente de la Selección. ¿Y qué tal su descarado nepotismo? (recordemos cómo prefería alinear a su hermano Barrabás –de dudosas calidades técnicas- a cambio de jugadores más talentosos como, digamos, aquel Harold Lozano).  Pero eso se olvida al primer partido ganado con “Bolillo” al frente de la Selección. ¿O Sus terquedades? (insistir en la estrategia “sin balón” del inofensivo Aristizábal). Eso también se olvida. Es sólo en el momento en que sobreviene uno de los acostumbrados y estrepitosos descalabros deportivos, o el momento en que “Bolillo” se sale de la ropa y se muele a golpes o a insultos con alguien, cuando buscamos en nuestros bolsillos las desperdigadas notas que registran sus desafueros pasados, sus historiales de numerosos reveses deportivos.

Todos esos olvidos (su mediocridad, su nepotismo, su terquedad, su atarvanería con periodistas y aficionados, su rosca) es lo que creo que en realidad le cobramos hoy, cuando, bruscamente, lo recordamos todo (a nadie le ha importado un pepino la suerte de la víctima de los golpes). Es nuestra venganza. Es por eso que le caemos en gavilla como una manada de hienas hambrientas que ven renguear  a un suculento jabalí mal herido (tal vez otro animal haría un mejor símil).  Porque, aunque lo que hizo “Bolillo” el fin de semana (sopapear a una mujer) está muy mal, la saña con que ha reaccionado la opinión pública (imagínense: ¡Garavito!) me parece desproporcionada (aparte, pues, de unas cuantas voces discordantes al extremo: una senadora opinó que ella podría ser merecedora de esos sutiles correctivos masculinos).

De hecho, confieso que me compadecí al oír los entrecortados sollozos de Barrabás en la radio pidiendo que no crucificáramos a su hermano.  Y tiene razón: un error lo comete cualquiera.  No obstante, podríamos hilar más delgado pensando en lo que hubiera podido pasar si se le hubiese ido la mano (literalmente) a “Bolillo” en su mandoble y, como consecuencia de un mal golpe contra el pavimento, la mujer hubiera muerto esa noche.  Aunque seguramente no hubiera sido su intención, ya estaría –como el exboxeador Carlos Monzón, que tampoco la tuvo cuando mató a su esposa- en la categoría de asesino de mujeres; así de tenue es la línea que divide un error no fatal, una golpiza, de un homicidio. 

Sea como sea, una figura pública está permanentemente expuesta al escrutinio general, y sus acciones tienen unas consecuencias de más largo alcance que las del resto de anónimos ciudadanos.  Así que lo mejor es que pongamos las cosas en su debido contexto: hay que aceptar esa renuncia; y ese hecho, aparte de las acusaciones de agresión por parte de la víctima o las de oficio a las que haya lugar, será su castigo (sí, señor Higuita; sí, senadora Liliana Rendón); hay que aceptar esa renuncia en aras del cambio de mentalidad con respecto a la levedad con que se trata en este país el problema de la violencia intrafamiliar; en aras de sentar un precedente en cuanto a las responsabilidades de los actos de los personajes públicos; en aras de sacar al fútbol colombiano del exasperante circulo vicioso en el que gira locamente hace lustros; hay que hacerlo, repito, pero dejemos en paz a ese pobre sujeto –me incluyo- que ya suficientes problemas tiene.  Pero, además, sólo por si acaso, no sobraría que hiciéramos una visita masiva a la tienda de tatuajes.

Ñapa: esto del fútbol colombiano es un paupérrimo circo que repite una y otra vez sus desgastados y patéticos números.  Fue por eso que me atreví a hacer una predicción sobre la excusa que sacarían, periodistas y cuerpo técnico, una vez eliminados del mundial Sub 20. Parte de la predicción falló por un providencial penalty, fina atención del árbitro del compromiso Colombia-Costa Rica, a favor de los locales; pero la otra parte, la referente a la excusa del bajo rendimiento, sí se dio y, por lo tanto, los invito a leer lo que publiqué en mi estado de Facebook unas horas antes del partido, para que, a continuación, lean el titular del periódico “El Heraldo” del día siguiente.  (En realidad esto de los vaticinios en Colombia es de lo más fácil, por eso aquí hay tantos adivinos y clarividentes de profesión.  Si no me creen que es muy sencillo, hagan la prueba: tomen con sus dos manos la cabeza de algún conocido suyo, entrecierren lo ojos y con voz trémula digan las siguientes palabras: “te robarán en el futuro cercano”.  A renglón seguido, esperen tranquilamente la llamada de asombro de su conocido en menos de 48 horas.)

Publicación en el estado de Facebook: "Ya está la excusa perfecta para cuando llegue la eliminación de Colombia en el sub 20: el problema de Bolillo, que, aunque no sea el DT, sí "afecta a nuestros muchachos como grupo" Así que ya hay una alternativa a las que estaban preparadas: el balón, la lluvia, el árbitro, la posición de Saturno y Urano etc.."

Titular de El Heraldo del día siguiente:
http://www.elheraldo.co/mundial-sub-20/renuncia-de-bolillo-g-mez-afect-a-la-selecci-n-sub-20-eduardo-lara-32952

No hay comentarios:

Publicar un comentario