viernes, 19 de agosto de 2011

LA REBELIÓN DE LAS MASAS

“Pretender la masa actuar por sí misma es, pues, rebelarse contra su destino, y como eso es lo que hace ahora, hablo yo de la rebelión de las masas” La Rebelión de las Masas, Ortega y Gasset

El vandalismo que se tomó por asalto a Londres, Birminghan y otras ciudades inglesas dista mucho de ser un caso aislado.  Antes –aunque con un carácter más pacífico- el fenómeno 15M había invadido a Madrid, La Coruña, Barcelona y otras ciudades españolas con movimientos como ¡Democracia Real Ya! O Indignaos.  Lo anterior, a su vez, se dio cuando todavía el caos de la llamada Primavera Árabe ponía a temblar a los gobiernos de la zona: las revueltas de Túnez y Egipto, sumadas a disturbios en Libia, Argelia, Jordania, Marruecos y una larga lista de países árabes, habían costado la permanencia en el poder de tiránicos dirigentes, y obligado a otros a prometer drásticos cambios enfocados a políticas más democráticas.

Por otro lado, factores como la crisis del Euro, la degradación de la calificación triple A de E.E.U.U., la amenaza de desaceleración de economías emergentes y de enorme influencia planetaria como la china, los temores generalizados de recesión mundial en momentos en que los mercados no se han recuperado todavía del anterior ciclo, hacen que todos los disturbios señalados antes, enmarcados en esos violentos altibajos que han caracterizado a la economía global en los últimos lustros, nos presenten un mundo en estado de convulsión que probablemente prefigure un nuevo orden mundial y un cambio de proporciones gigantescas en el modo de vida contemporáneo.

Elementos comunes que acompañan a las anteriores circunstancias no son difíciles de detectar.  Por un lado, está la avasalladora interconectividad que singulariza a las relaciones actuales: las redes sociales y fenómenos de espionaje y sabotaje ultramodernos, como Wikileaks  y Anonymous, son ejemplos perfectos. Por otro lado, está la locura derivada del ciego carnívoro que ha resultado ser el imperio del libre mercado llevado a extremos mezquinos, que con sus insaciables y atolondradas dentelladas devora instituciones e ideas políticas y ha terminado por dar al traste con un Estado de bienestar que prometía la reivindicación de la dignidad humana (referido, por supuesto, a un Estado de bienestar que nutra sus arcas a través de impuestos, no de deuda). A cambio de ese Estado de bienestar, tenemos desempleo creciente, sobre todo en la franja de los más jóvenes, aumento de la fisura entre los muy ricos y el resto de la población, y poder casi absoluto de las grandes multinacionales.

Si aceptamos las ideas expuestas por el filósofo español Ortega y Gasset en su libro “La Rebelión de las Masas”, encontramos allí al hombre masa, cuya aparición en el siglo XX constituyó una verdadera rebelión de éste sobre la antigua concepción de la vida. El hombre masa, para Ortega, se caracteriza por un conformismo con su modo de vida: el progreso tecnológico, la abundancia derivada de éste, lo mantiene en una situación de confort que lo hace alinearse con comportamientos y concepciones superficiales acerca de la vida (desde el punto de vista de su relación con la sociedad y consigo mismo).  Es un niño mimado que desprecia a toda forma de autoridad, toda posibilidad de trascendencia como ser humano e incluso aquello que le permite su parasitario y anodino modo de vida.  Es una especie de autómata destinado a saber mucho acerca de algo, y ufanarse de ignorar olímpicamente el resto de dimensiones del saber humano. Su realidad consiste en aprovechar las facilidades que le da el entorno, rebelándose contra la propia civilización que le da esas mismas facilidades, pues pretende dirigir, con base en la caprichosa veleta de sus conveniencias, su propio destino, al margen de todo el andamiaje cultural, ético y espiritual sobre el que se asienta esa misma civilización: un bárbaro afortunado.

Pasando por alto el fantasma de Humberto Eco (“Apocalípticos e Integrados”) que merodea retrospectivamente en el texto de Ortega, notamos una engañosa paradoja entre lo visualizado por Ortega y los sucesos -a los que nos referimos al principio- de los comienzos de esta segunda década del siglo XXI.  Aunque para Ortega el término hombre masa no tiene nada que ver con estratos sociales (es simplemente una actitud ante la vida, el hombre masa puede ser el presidente de una multinacional, como ya veremos), a lo que estamos asistiendo ahora en Europa, los países árabes y quizás pronto E.E.U.U., es a una rebelión (ya en el sentido mas motinesco, de la palabra) de las grandes masas oprimidas que ya no están conformes con su entorno y, por lo tanto, pierden sus características de hombre masa en ese aspecto, aunque conserven otras de sus características: su superespecialización, su ignorancia, su frivolidad.

A la luz de Ortega, podríamos decir que la actual crisis está alimentada por el apoderamiento del liderazgo del mundo por parte del hombre masa  (un liderazgo, desde luego, raquítico, quebradizo, voluble.  Involuntario en tanto liderazgo en sí, y más bien utilizado para conseguir su hábitat de hombre masa). Ese hecho, hace que sujetos de esas características abonen el terreno para el avance del llamado capitalismo salvaje, donde encuentran su zona de confort: son ricos y poderosos, se han vuelto o pueden volverse, y eso les basta (¿Espiritualidad? ¿Misticismo?... ¡Bah!: dales un convertible y asunto arreglado).  La indiferencia ante el otro, el que no se le parece, hace su aparición, porque simplemente no le importa: desprecia a sus congéneres que no son iguales a él, que no comparten su misma zona de confort de avaricia, frivolidad, mezquindad, insensibilidad.  Su sentido de la ética (el del líder, o más bien, el de la nueva figura del líder) se ha transformado y no le permite solidarizarse con sus semejantes, que, mientras tanto, se hunden en la desesperanza, la pobreza, el desempleo, la humillación, la indignidad y la rabia de ver desde abajo la grosera ostentación de los de arriba. Y ese desequilibrio entre los individuos y grupos sociales, por la conformación misma del esquema, se traslada indefectiblemente al comportamiento de la Economía.

La interconectividad, por su parte, redondea el trabajo. Para algunos –los tercermundistas- el descubrimiento de otros niveles de vida diferentes al suyo, a través de los nuevos instrumentos de comunicación, da una nueva perspectiva  acerca de las novedosas conformidades a las que puede acceder el hombre masa; mientras para otros –el mundo desarrollado- el paulatino proceso de pauperización de la propia situación –no en vano alguien decía recientemente que el primer mundo desarrolló su propio tercer mundo-, hacen que ésta ya no sea de confort, muchísimo menos comparada con la jactanciosa y omnipresente exhibición de los poderosos a través de los numerosos canales de comunicación de hoy día (amén de la extraordinaria capacidad de convocatoria que esos mismos canales de comunicación otorgan ahora a los no poderosos, y que se convierte en una verdadera bomba de tiempo).

Son, entonces, dos rebeliones de distinta naturaleza y a cargo de dos tipos de masas diferentes en su definición. Contradictorias, pero, al fin y al cabo, complementarias e inevitables. El hombre masa ha engendrado el germen de su propia destrucción.

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