sábado, 21 de enero de 2012

CABAÑUELAS

"No hay un límite obvio para la credulidad humana. Somos vacas dóciles y crédulas, ansiosas víctimas de curanderos y charlatanes que nos ordeñan, y que engordan a nuestras expensas" Richard Dawkins, A Devil's Caplain.

Todos los años los campesinos –antes más que ahora- en España y otros países, en especial de Suramérica, acuden a un método llamado cabañuelas para proyectar el éxito de sus cultivos. Éste consiste en observar atentamente el comportamiento de los fenómenos atmosféricos que se suceden los primeros doce días de determinado mes (varía según el país; en la costa Caribe colombiana es enero); posteriormente asignan un mes del año por cada día (el primero del mes seleccionado corresponde al mes de enero, el dos a febrero...), y extrapolan las condiciones climáticas de cada día con el mes correspondiente: si el tres del mes llueve, implica un mes de marzo predominantemente lluvioso; si el seis hace un día radiante, entonces junio será un mes seco.

Por simple azar, ciertos años se cumplen algunos de los augurios, pero otros años el fracaso de las predicciones es el común denominador.  Lo cierto es que mientras en el primer caso el éxito se le atribuye a la infalibilidad de las cabañuelas, el fracaso del segundo caso se le atribuye a esos hijueputas del banco que no me gestionaron el préstamo a tiempo. Son sesgos causales (contabilizamos los éxitos escrupulosamente y tendemos a ignorar los fracasos); O la llamada disonancia cognitiva, basada, en esta ocasión, en el hecho de que lo mágico es más propenso a ser venerado y respetado.

Es este, pues, el de las cabañuelas, un rito tan inútil como pintoresco. Pero estoy seguro que les parecerá aún más pintoresco el extremo al que llegó el compositor Roberto Calderón en su canción vallenata titulada -justamente- Cabañuelas. Cuenta la canción -cuya versión de Los Hermanos Zuleta recomiendo ampliamente- que un hombre -no sabemos si el mismo Roberto-, tal vez cansado de las pifias de gitanas y pitonisas, resuelve trasladar sus expectativas de amor al reino de las cabañuelas. Para tal efecto -y, por supuesto, en enero- pinta un corazón en la arena esperando que sus malos presagios amorosos no cuarteen la tierra (asociando su mala suerte en el amor con la mala suerte de que no llueva y se malogren los cultivos). Desesperado, pide a gritos al cielo que resulte en tierra mojada aquella parcela en la que dibuja su atribulado corazón (obviamente el Fenónemo de La Niña no era frecuente en la época en que Roberto compuso la canción).

Cabe anotar que estos campesinos españoles y suramericanos -incluyendo al hombre de la canción (¿Roberto?)- sólo piden consejos a los intermediarios de los poderes supremos (las nubes, por ejemplo), y no son tan prepotentes como para darle órdenes a esos intermediarios; como, por el contrario, sí lo hacen aquellos de la escuela de Josué. Recordemos que este personaje bíblico, con la complicidad nada menos que de Jehová, paró El Sol, hecho que le concedió un día más largo de batalla para vencer al enemigo. Debo decir que a mí no me deslumbra mucho ese milagrucho, sobre todo desde que me enteré,  a través de mis estudios de primaria, que es La Tierra la que se mueve alrededor de El Sol, y no al revés, como creía el tramposo pero desinformado Josué (sé que a Copérnico le faltaban siglos para nacer, pero Josué tenía a Jehová para preguntarle).

 De esa escuela de pedantes que no piden favores a intermediarios, sino que son ellos los propios intermediarios con los dioses, es nuestro chamán colombiano; ese al que todos nosotros, los contribuyentes, le pagamos casi cinco millones de pesos para que  (supongo que enviando imperativos inapelables a las nubes) evitara un chubasco durante la clausura del reciente Mundial Sub-20 de fútbol. 

Tenemos entonces que Jorge Elías González -así se llama el chamán- es el intermediario directo con.... ¿Dios? El sujeto se dio el lujo de firmar un contrato en el que se comprometió a suspender la lluvia durante un tiempo específico y en un lugar determinado, gracias a una técnica conocida como radiestesia (?), que no debe ser otra cosa que una compinchería con esos seres de carácter divino que son (leamos a Asimov) "tan erráticos y tan irascibles como los seres humanos en sus peores momentos; que son increíblemente poderosos y sin embargo increíblemente inmaduros; que, aunque en principio estén bien dispuestos, tienden a estallar en una ira incontrolable a la menor ofensa o al desaire más insignificante". Todo indica que nuestro chamán está, como Josué, bien respaldado, y no pierde nada firmando ese tipo de contratos: si llueve, no le pagan. Si no llueve, le pagan. Y, si le demoran el cheque, siempre tendrá en su haber la amenaza de aguarle cualquier tipo de celebración al ordenador del gasto. O mandarle un terremoto a la ciudad deudora.

Pero no me malinterpreten: no estoy, como el vicefiscal Juan Carlos Forero, contra el chamán ("explique las circunstancias de tiempo, modo y lugar en que puede evitar el fenómeno de la lluvia"). Al fin y al cabo él -el chamán- sólo estaba ganándose su pan, haciendo su trabajo. Un trabajo (eso sí) caracterizado por la estafa, por la pretenciosa consecución de imposibles, pero, a la larga, poco diferente al que realizan la gran mayoría de personas. O díganme ustedes cuáles son las circunstancias de tiempo, modo y lugar con las cuales el inquisitivo vicefiscal piensa erradicar la corrupción en la Administración Pública. O cuáles son, las de los integrantes de los tres poderes, con las que harán cumplir los derechos ciudadanos consagrados en la constitución que juraron respetar. 

Ahora bien, si nos referimos a la publicidad de las organizaciones privadas comerciales, ahí sí que encontraremos abundantes dosis de chamanismo y charlatanería. O si no cuáles son las circunstancias de tiempo, modo y lugar con las que una empresa cosmética -y su respectiva agencia de publicidad- puede hacer rejuvenecer a una mujer en 21 días. O cuáles las de otra corporación que promete revitalizar personas gracias al uso de pulseras hechas de metales milagrosos. O cuáles las de otra más que asegura el éxito en la consecución de pareja por el mero uso de determinado desodorante.

Es curioso ver de qué modo la superstición gobierna, no sólo a la Fundación Teatro Nacional (entidad que canalizó los dineros públicos entregados al chamán), sino al mundo entero.  Es cuestión de todos los días asistir a una especie de configuración mafiosa, incluso más entramada que la mafiosa sociedad colombiana, a la que todos creemos pertenecer: sobornamos constantemente a vírgenes celestiales que ayudarán al equipo deportivo de nuestros amores, para lo cual éstas se trenzarán en feroces garroteras contra otras advocaciones de vírgenes que, a su turno, defenderán al equipo adversario, mientras que Dios, ese dechado de justicia y equilibrio (al que a estas alturas me imagino con gafas oscuras, un enorme tabaco en la boca y contando billetes), se resuelve caprichosamente por alguno de los dos bandos, a cambio de ¿humillantes rezos oportunistas? ¿Admisión a una cofradía o pandilla? ¿Favores a sus secuaces episcopales? ¿Nombramiento como ciudadano honorífico de algún lugar? 

Creo que voy a suspender aquí, no vaya a ser que esos defensores a ultranza de los poderes esotéricos de la Madre Tierra crean que me estoy burlando de ellos con todo esto del chamanismo (lo de Dios los tiene sin cuidado).


Y no es que me preocupen las admoniciones que estos guerreros naturalistas siempre tienen a flor de labios y que nos previenen sobre las desgracias que acaecerán sobre los blasfemos como yo: al fin y al cabo ya los aspavientos cuarentones de la madura Tierra, con sus ciclones y maremotos de medio pelo actuales (como quien levanta una chancleta amenazante), no son nada comparados con las, literalmente, volcánicas pataletas juveniles de las que era presa hace tres mil millones de años, cuando nadie se había metido con ella (ni siquiera los antipáticos dinosaurios, a los que les faltaban dos mil ochocientos millones de años para aparecer con sus pesadas y ruidosas pisadas). No: más bien temo que estos fervientes amantes de la naturaleza se ensañen contra mí y, en una de esas, se apodere de ellos el natural deseo de asesinarme propinándome una sobredosis de plomo (al fin y al cabo el plomo es un material natural). Porque bajo ese cascarón de dulzura y convivencia pacífica con la Madre Tierra yacen unos sujetos bravísimos y peligrosos.

No obstante, me queda una última cosa por decir: también es natural que como humano -y más como colombiano- no haya podido sustraerme a la tentación de la superstición. Por lo tanto, se me dio por tratar de vaticinar cómo puede resultar este nuevo año 2012 en Colombia. Y como ya habrán conjeturado, me serví del ingenioso método del hombre de la canción (¿Roberto?): tomé las noticias que sucedieron en Colombia entre el primero y el doce de enero, las trasladé a los dominios de las cabañuelas, e hice las mías propias (cabañuelas, no noticias). 



Así que, entre las uñas de Laura Acuña y otras apasionantes singularidades por el estilo, llegué a la conclusión de que un país con doce días de noticias estúpidas, producidas y emitidas por estúpidos, cuyos protagonistas son más estúpidos todavía, y cuyos receptores son también estúpidos, no puede ser otra cosa que un país estúpido infestado de estúpidos.  Obviamente las cabañuelas arrojaron como resultado un año supremamente estúpido.

En este caso, mi buena memoria me da el conocimiento anticipado de lo que ocurrirá -siempre ocurre lo mismo- en este miserable teatro de mala muerte. Y me da ventaja; lo que me asemeja a aquellos avivatos chamanes de la antigüedad que, al tener conocimientos de astronomía, predecían con éxito cuándo ocurriría el eclipse que dejaría boquiabiertos a todos los demás. Acabará el año y verán que tengo razón. Cabañuelas de amor/ adiós dolor/ y que llueva.

Aprovechemos que no prosperó la ley SOPA y oigamos Cabañuelas de Los Zuleta http://www.youtube.com/watch?v=bqEIQVD-pLg

1 comentario:

  1. Ante la ausencia de Dios en sus -muchas veces- vacías existencias, los responsables de emitir las buenas nuevas, se olvidan precisamente que éstas son parte del diario vivir de millones de seres humanos que también comparten el planeta con ellos; para ser más exactos,inermes residentes de esta atribulada patria de nadie.
    Quienes detentan el caricaturesco poder en Colombia, prefieren ofrecer dentro de su "parrilla informativa" las imbecilidades y estupideces que consideran importantes, sin darse cuenta de algo evidente: son una pésima copia de los Simpsons.

    ResponderEliminar