sábado, 11 de febrero de 2012

LOS INTERESES CREADOS

“¿Sabes Michael? Ahora que eres tan respetable creo que eres más peligroso. Te prefería cuando eras un vulgar matón de la mafia.” Kay Adams a Michael Corleone en El Padrino III, cuando Michael, después de blanquear su dinero a través de la compra de la prestigiosa corporación Inmobiliarie, controlada por el Vaticano, es condecorado por esta última institución.

El pasado Hay Festival en Cartagena asistí a la conferencia Ideas para un Mundo en Transición que, bajo la moderación de Alejandro Santos Rubino, tuvo como invitados al escritor Carlos Fuentes, al director del diario El País de Madrid, Javier Moreno Barber, y al exvicepresidente de Nicaragua -tal vez el de las intervenciones más brillantes- Sergio Ramírez. Y aunque se dio la ausencia de una de las personalidades invitadas (el expresidente español Felipe González), se dio, por otra parte, la participación en el debate de otra personalidad inicialmente no programada: el Presidente Juan Manuel Santos.

Se habló de muchos temas en la citada conferencia, desde el espejismo del avance económico de América Latina (pues, de acuerdo a lo expuesto por Sergio Ramírez, seguimos produciendo en el siglo 21, sin haber apenas aumentado la productividad,  lo mismo que producíamos en el siglo 19. Lo que ocurre, según él, es que la coyuntura actual -que más temprano que tarde desaparecerá- favorece los precios de ese tipo de productos), desde el avance económico de América Latina, digo, hasta la preponderancia en el escenario mundial de la Economía sobre la Política, pasando por el, también, a la larga débil poderío económico de algunos países árabes, si se tiene en cuenta su peligrosa dependencia de un solo producto: el petróleo (el mismo poderío bélico del Islam fundamentalista estaría comprometido por idénticas razones).

Interesante. Pero, para bien o para mal (esto es lo que ocurre cuando a esos foros asisten políticos -¡presidentes!- en ejercicio), el tema central lo fijó el invitado de última hora: Santos, quien, empeñado como está desde el primer día de su mandato en pasar a la historia como el F.D. Roosevelt colombiano -después de su fracaso como el Churchill colombiano cuando fue Ministro de Defensa-, volvió a tocar el tema de la descriminalización de las drogas. Como no podía ser de otra manera, los otros contertulios corearon la propuesta, principalmente Carlos Fuentes, cuyo país vive una época de violencia y corrupción abrumadora por culpa de esa guerra de tigre con burro amarrado que libran los Estados del mundo contra el poderoso crimen organizado del narcotráfico. Siendo, por supuesto, estos últimos el tigre.

Es perogrullesco decir que tras esa guerra perdida (el consumo sube, los narcotraficantes se infiltran en todos los estamentos políticos, económicos y sociales, la violencia se multiplica) hay, como en la obra de Jacinto Benavente, intereses creados. Pero mientras en Los Intereses Creados de Benavente las intrigas se limitan a las inofensivas maquinaciones de dos pícaros cazafortunas y de los múltiples acreedores de éstos -a quienes conviene que Leandro, uno de los pícaros, despose a la hija del rico Polichinela para así poder recuperar el dinero prestado- en el infierno real del tráfico de drogas algunos de los protagonistas son temibles asesinos que desafían a Estados, a sus aparatos de seguridad, y la ciudadanía en general.

Pero aunque sea difícil de creer, estos feroces narcotraficantes palidecen ante sus alcahuetas: poderosos y peligrosos (otra vez con los pleonasmos) mafiosos blanqueados, que al estar –precisamente- blanqueados se convierten en los verdaderos intocables. Los Pablos Escobares de todo el mundo al fin y al cabo caerán, presos o abatidos por los aparatos de seguridad estatales. Pero los otros, los empresarios que nutren sus corporaciones de los dineros del narcotráfico, esos seguirán, por el contrario, protegidos constitucionalmente por esos mismos aparatos de seguridad.

Banqueros que, con hábiles sistemas de vasos comunicantes financieros, ceban a sus organizaciones -y a sus bolsillos- con el barril sin fondo de la plata del narcotráfico; vendedores legales de armas que viven su sueño dorado con la carnicería caníbal en la que están envueltos los carteles de la droga mexicanos; altos mandos de agencias de seguridad estatales que se forran, literalmente, en dinero a través de las comisiones que dejan las compras de esas mismas armas (o de uniformes y equipos de seguridad); y la lista sigue.

Por otro lado, si bien, de darse la descriminalización -que tímidamente mencionó Santos- a los narcotraficantes se les acabaría la fantástica rentabilidad del negocio, el hecho de que no se dé los hace permanecer, al fin y al cabo, en su condición de enemigos públicos: sus vidas se caracterizan por el miedo y la zozobra, y raramente sus muertes son naturales o en libertad. Los otros, en cambio, los verdaderos titiriteros del mundo, dejan el trabajo sucio a esos adictos a la adrenalina, a esos buenos para nada que sólo pudieron triunfar en esa actividad. Así, pues, se dedican a exprimirlos, a chuparles, como vampiros, hasta la última gota de sangre de sus cuerpos desahuciados, inocentes estuches de sus mentes de idiotas útiles. Son a esos banqueros, armeros, agentes de seguridad, a quienes verdaderamente no conviene la descriminalización de las drogas.

Porque por muy impopular que resulte la medida de la descriminalización de las drogas -por razones morales, puritanas, qué se yo-, no es verosímil pensar que por causa de ese tipo de presiones ningún mandatario en ejercicio haya tomado una real decisión (no la timoratada de Santos) en esa dirección: digamos una nueva convocatoria mundial, como la ocurrida hace cien años en La Haya pero en sentido inverso. Temas en teoría más espinosos como el aborto, que de alguna manera involucran vidas humanas, han ganado terreno legislativo favorable. Cinco o seis anacoretas furiosos puede que tengan algún poder, pero no tanto como para evitar un cambio de paradigma que acabaría con una increíble cantidad de problemas a nivel global. Es más probable que el verdadero poder para torpedear cualquier iniciativa que busque la descriminalización de las drogas lo ostente la mafia empresarial que mencioné antes.

Y justamente esos anacoretas son otros idiotas útiles de la conspiración -así ésta sea no concertada explícitamente- conformada por banqueros, agentes de seguridad, armeros, etc... Con su rabiosa oposición le hacen el juego a los conspiradores en nombre de Dios y la moral, a costa del debilitamiento de las instituciones, y con los pírricos premios de la consecución de dos o tres trofeítos insignificantes en la forma de la baja o encarcelamiento de narcotraficantes de mediática notoriedad: belle figure.

Y todo esto nos lleva a otro de los puntos tocados en la conferencia: la educación.  La educación como clave para torcer el rumbo de la tendencia prohibicionista. Porque como me dijo un agudo asistente a la conferencia, mientras Santos se queja de que la iniciativa debe partir de un consenso internacional, y no de una solitaria Colombia convertida en quijote de la descriminalización, lo más seguro es que un referendo nacional al respecto arroje como resultado el rechazo popular a la descriminalización. Pero bueno, que más se puede esperar de una ciudadanía apabullada a diario por discursos moralistas de altos mandos policiales y por comerciales televisivos del sector financiero repletos de mascotas y balbucientes bebés, cuyo fin es sacralizar la familia nuclear normal, libre de vicios y otros demonios...

A la ciudadanía hay que educarla, enseñarla a pensar. ¿Quién con un criterio medianamente sensato pensaría que la prohibición es el camino? Hay que sacar de la ecuación al puritanismo fanático, al clericarismo supersticioso, a los ingenuos prohibicionistas de oficio. Hay que aumentar el número de personas, ya no en Colombia, sino en el mundo, que sean capaces de darse cuenta de que la prohibición no hace descender el consumo; de que la prohibición hace que el precio de la droga sea escandalosamente alto, lo que se traduce en enormes ganancias para los traficantes y los que manejan los hilos del planeta; de que el afán por controlar ese jugoso mercado ha desatado uno de los fenómenos de violencia más tenebrosos de la historia humanidad, lo que a su vez ha granjeado una cantidad de muertos centenas de veces superior a la generada por los problemas de salud que pretende evitar esa misma prohibición; de que las utilidades de allí derivadas permiten los niveles de corrupción necesarios para socavar las instituciones y permitir que toda esos actos violentos permanezcan impunes; de que abanderar la causa prohibicionista convierte al que lo hace en cómplice e idiota útil, no sólo de los narcotraficantes, sino de aquellos otros, los del complot más colosal y espeluznante en contra del avance social del género humano jamás visto; de que habiendo la humanidad superado en buena parte las anteriores mafias, conformadas por reyes y jerarcas de la iglesia, hoy sucumbe ante esta nueva mafia que, sin traficar un solo gramo de droga, es capaz de mantener vigente a la madre de una inmensa cantidad de problemas del mundo: la prohibición de las drogas.

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