“Es mejor ser rico que ser
pobre”, Pambelé. “Es mejor ser rico que ser pobre”, Julio Mario Santo Domingo. No
es difícil advertir el contraste que marca el hecho de que a veces no es lo que
se diga, sino quién lo dice. Y cómo lo haga. Pero no me voy a centrar
exclusivamente en la columna de una flaca ofendiendo a unas gordas; ni a la
paupérrima defensa que de la columna hizo su autora, plagada de contradicciones
e incongruencias [“…no hubo nadie que se riera más de verse metamorfoseada, (…)
que yo…” decía, al final de la entrevista radial que concedió, refiriéndose a
los tiempos en que subió 19 kilos. “Ay, dios mío, yo cuando voy a recuperar mi
figura” era la descripción que hacía de lo que ella veía como su desgraciado
descenso a los infiernos de la obesidad, al principio de la misma entrevista. Curiosa
manera de reírse de sí misma. Pero, bueno, esas ambigüedades pueden darse en un
contexto en el que puede existir una flaca tan pesada]. Voy a tratar, más bien,
de establecer por qué una superficialidad tal ocupa tanto tiempo y espacio en
la mente de todo un país. Y en esa labor
me voy a servir del magnífico ensayo de Vargas Llosa: La Civilización del Espectáculo.
Lo primero es que todos
somos sobornados a comulgar en el “altar del espectáculo”. Y empiezo por mí. En
este momento me dispongo a alimentarme –y a regurgitar sobre los lectores- del
cuerpo herido de una figura pública; es eso que el profesor Andrew Oitke ha llamado “cadáveres de
reputaciones”, que es uno de los alimentos que componen la dieta intelectual de
nuestros días: hamburguesas de conocimiento, donuts de información. El
amarillismo, el escándalo, el sensacionalismo, priman sobre las ideas
profundas. Y eso es lo que la gente occidental
contemporánea quiere oír, leer y ver. Y lo que los generadores de información y
conocimiento deben proveer en alguna medida, so pena de “dirigirse sólo a
fantasmas” como bien dice Vargas Llosa en su ensayo. En mi mínima defensa alego
la intención de abordar este tipo de temas desde una perspectiva más profunda,
que invariablemente me la proporcionan verdaderos intelectuales y pensadores,
como, en este caso, Vargas Llosa: sólo cumplo el papel de asociar temas e
ideas, alternando, además -o pretendiendo
hacerlo-, entre lo frívolo y lo profundo.
Y ese, justamente, parece ser el problema: la casi nula pluralidad en la
naturaleza de los temas tratados en los medios de comunicación o practicados en
la vida intelectual de las civilizaciones actuales; la colombiana, para nuestro
caso de hoy. Aparte del hecho de que estemos pendientes, como buitres, de los
primeros estertores de alguna figura pública para caer sobre ella, cabría
preguntarse por qué una persona que escribe unas opiniones tan mediocres y
estúpidas, como la autora de la columna, es considerada una líder de opinión en
sectores tan amplios de nuestra sociedad. Lo cual, por otra parte, y remedando
una frase del ensayo, no habla mal de ella, sino mal del país.
La crisis de la cultura (no entendida en su acepción antropológica) de
la que habla Vargas Llosa hace que fanfarrones y embaucadores pasen como
artistas; que en lugar de que los pretendidos gurús de la cultura actual
intenten ofrecernos soluciones a los grandes enigmas de la vida nos carameleen con
tonterías lúdicas que son pensadas para ser consumidas y desechadas, “como las
gaseosas y los jabones”. Discúlpenme que cite tanto hoy, pero díganme si las
siguientes ideas de La Civilización del
Espectáculo no describen inmejorablemente la columna del escándalo; o, si
vamos más allá, toda la actividad profesional de su autora, incluyendo su -a
estas alturas- obviamente famoso show
de stand-up comedy (uno de los muchos
shows que, dicho sea de paso, “dan la
impresión cómoda al espectador, de ser culto, revolucionario, moderno, y de
estar a la vanguardia, con el mínimo esfuerzo intelectual”).
Aquí las citas: “…un tiempo (este) en el que el juego y la bravata, el
gesto provocador y despojado de sentido, bastan a veces, con la complicidad de
las mafias que controlan el mercado del arte y los críticos cómplices o
papanatas, para coronar falsos prestigios, confiriendo el estatuto de artistas
a grandes ilusionistas que ocultan su indigencia y su vacío detrás del embeleco
y la supuesta insolencia.” (…) “…en nuestros días, en que lo que se espera de
los artistas no es el talento, ni la destreza, sino la bravata y el desplante.”
(…) “Lo que era antes revolucionario se ha vuelto moda, pasatiempo, juego, un
ácido sutil que desnaturaliza el quehacer artístico…”
El temor suscitado, y ampliamente debatido en
emisoras radiales, programas televisivos, prensa escrita y redes sociales, de
que algunas jóvenes aquejadas de obesidad sean víctimas de elementos externos,
como el bullying, o internos, como la
anorexia o la bulimia, radica precisamente en que las jóvenes, gordas o flacas,
leen exclusivamente esas tonterías, como la columna afrentosa que nos ocupa hoy. Si al mismo tiempo leyeran, por ejemplo, a
Sartre y a Camus (porque, como bien dice Vargas llosa, no se trata –ni más
faltaba- de desterrar el entretenimiento de la vida de nadie), si se inscribiesen
simultáneamente en una cultura de la reflexión, del análisis, todos ellos, los
menos favorecidos con el esquema social actual, serían menos vulnerables; y
tendrían más herramientas para enfrentar la tiranía de los irreverentes del
matoneo; o de los extremistas de la corrección (esas ambigüedades, esos
extremos, lejos de ser la lógica excepción, son la asombrosa regla).
Finalmente, a ti, a la autora
de una columna que no es otra cosa que una larga lista de insultos, y que, por
otra parte, según informó en su cuenta de facebook
el reputado cronista Alberto Salcedo Ramos, parece ser un plagio (se llega al
colmo del descaro y la displicencia, en nuestros días, de fusilar estupideces), me he cuidado a lo largo de toda esta columna
de agraviarte directamente; estaría cayendo –una vez más, como tantas otras
veces me ha sucedido- en la misma trampa, en el mismo soborno que mencionaba
arriba. Sólo que, por algún motivo, tu imagen física la asemejo a tu capacidad
intelectual; y me recuerda –tu imagen intelectual, no vaya y sea que me linchen
las flacas- aquella canción cubana interpretada magistralmente por el Trío Matamoros: “Buche y pluma na’ más”
Y eso eres tú.
@samrosacruz
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