No hay que bajar mucho en una
lista de diez estrategias de manipulación mediática que circula por la red -y
que es atribuida al prestigioso lingüista y analista político Noam Chomsky- para
que los colombianos nos encontremos a nosotros mismos allí. De hecho, no hay
que bajar: la primera de dichas estrategias, con las que los poderosos siguen
siendo poderosos, a costa de la opresión de la gran masa, se llama la estrategia de la distracción. Y consiste en “desviar
la atención del público de los problemas importantes y de los cambios decididos
por las élites políticas y económicas, mediante la técnica del diluvio o
inundación de continuas distracciones y de informaciones insignificantes”; en
“impedir al público interesarse por los conocimientos esenciales, en el área de
la ciencia, la economía, la psicología, la neurobiología y la cibernética”.
El diluvio de tonterías con que nos bombardean a diario los
lamentables medios de este país, presentó esta semana (hoy) un verdadero
chaparrón chovinista, con aquello de la elección de Medellín como “ciudad más
innovadora del mundo”. No voy a decir aquí que la innovación sea mala (tampoco
es buena per se: si no
preguntémosle a los genios criminales de los que estamos rodeados); no es mala
sobre todo si se da para mejorar la calidad de vida general respetando el medio
ambiente, como parece ser el caso de Medellín. Y el premio tampoco es malo,
sino que las cosas hay que ponerlas en su debido contexto. Y en este caso no se
ha hecho eso.
Por un lado, si bien “el aporte de empresas
públicas de Medellín a la educación y al mejoramiento de la innovación, el
transporte público, el parque explora, el jardín botánico, el sistema metro…”
fueron algunos de los factores por los que postularon a la ciudad, hay que ver
hasta dónde los “combos armados” y la “industria criminal conformada por los
narcos”, en palabras del columnista paisa Pascual Gaviria –elementos que, según
él, “desbordan siempre a las administraciones locales”-, permiten que esos
factores beneficien a toda la población de Medellín, y no sólo a unos cuantos
privilegiados. La escalera eléctrica de la comuna 13, por ejemplo, fue otro de
los componentes que vieron los organizadores del concurso al momento de
considerar las postulaciones. Sin embargo, tal como escribí en un artículo
anterior (ver http://www.kienyke.com/kien-bloguea/gomorra/), y cómo lo
reconoció el mismísimo presidente del Concejo de Medellín, aún antes de
terminarse la obra ya el usufructo de la escalera estaba en poder de la mafia
(que, dicho sea de paso, también tiene su propia versión de la innovación).
Por otro lado, el tal concurso que según una influyente emisora
“nos puso (a los colombianos) en la primera plana del mundo”, es la gran
noticia en Colombia hoy, que Medellín lo ganó (no sé en qué recoveco del Wall Street Journal publicaron
eso; yo no lo encontré por más que lo busqué). Pero estoy seguro de que se
cuentan con los dedos de la mano las personas que sabían de su existencia. ¿O
acaso alguien sabe cuál fue la ciudad ganadora la última vez?
Finalmente, y aunque hay un indudable
mérito en la selección inicial, los últimos finalistas del concurso -y el
ganador- se decidieron a través de votaciones masivas en la red. Lo que
convierte al concurso en uno de convocatorias, más que en uno de innovaciones;
y, obviamente, en uno con mayor probabilidad de ser ganado por una ciudad
perteneciente a un país novelero y estúpido como este, que por ciudades a cuyos
ciudadanos les importan un pito esas pendejadas (Medellín más innovadora que
Nueva York: hágame el maldito favor).
Y precisamente ahí es donde está el quid
del asunto: en que la alianza criminal de medios y plutocracia de este país
anda constantemente revolando en cuadro, a la caza de victorias de pacotilla
que pongan al pueblo a brincar en una pata, y emborracharse a muerte en medio
de insufribles declaraciones de amor patriótico y regional. Lo que, a su vez,
hace que a ese mismo pueblo se le olviden, por decir algo, los intereses de
usura que debe pagarle al banco (técnicamente, según la ley –que la hacen los
poderosos mientras el pueblo se embrutece con realities shows-, no es usura;
pero cuando un banco capta al 5% de interés efectivo anual y presta a más
arriba del 30%, ¿eso cómo se llama?). Y en medio de toda esa ebriedad de gloria
barata, los medios nos embuten dos o tres entrevistas a prohombres que
supuestamente han contribuido a esas victorias de hojalata, pero que en
realidad no son otra cosa que unos usureros, ladrones y estafadores del gran
carajo.
El caso es que a las convocatorias de
imbecilidades acudimos raudos (no nos gana nadie apretando botones frente a un
computador, a ver si el que sale es John Freddy o Marelvis del reality de
turno), pero mostramos la más grande apatía (esa sí) del mundo cuando la
convocatoria es para acabar con las criminales clases política y empresarial
que nos han oprimido proverbialmente. Y nos sentimos orgullosos de ello. Debe
ser porque –bajando un poco más en la lista de estrategias que cité al
principio, cuyo origen incierto no le quita lo agudo de sus observaciones- los
dirigentes tienen clarísimo que deben “promover al público a creer que es moda el
hecho de ser estúpido, vulgar e inculto”.
Y, en este país, siempre rezagado en todo
lo demás, esa es la única moda que nos ha llegado primero.
@samrosacruz
Vínculos:http://www.elespectador.com/opinion/columna-407089-el-tiempo-perdido
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