Muere Chávez y empieza la rebatiña por el poder. Por el poder y
por el gran billetón que está en juego: nada menos que el enorme presupuesto
nacional venezolano, alimentado por el barril sin fondo de PDVSA: los
petrobolos. Pero no es precisamente la oposición venezolana –sumida en un
resignado silencio frente a la colosal demostración de popularidad del caudillo
fallecido- la principal protagonista de las intrigas, sino el chavismo
sobreviviente; sus luchas intestinas por arrancar, mientras llegan las nuevas
elecciones que ordena la constitución, cada cual un pedazo más grande del
aceitoso pastel; su maquiavélica lucha por continuar detentando, después de las
elecciones, el cuchillo que corta y reparte.
Y para eso se han valido de todo.
Aprovechando la naturaleza de la masa –que mientras más numerosa más
ignorante-, han hecho correr la especie de que un enigmático complot
internacional de opositores es la causa última de la muerte de Chávez. Y lo han
hecho –coincidencialmente- horas antes de reconocer oficialmente el deceso del
presidente. La inoculación a control remoto del cáncer etéreo que padeció el
coronel fue la mejor ocurrencia que tuvo el equipo de estrategas del chavismo,
convencido, como está, de que su trabajo no merece grandes esfuerzos, puesto
que una turba, inculta hasta lo medieval, es capaz de tragarse cualquier
historia. Como efectivamente sucedió.
Al incluir en la conspiración al Satanás
norteamericano, apelaron a la alta autoridad del nacionalismo –sacrosanta para
todo buen colombiano, pero también importante para el venezolano del común-; y
con ello garantizaron que apareciera en escena el no tan pequeño borrego que
todos llevamos dentro. Los gritos, los berridos, las consignas y la demente
feria de manifestaciones en las redes sociales -que ha desatado la luctuosa
noticia-, no han pasado de ser un monumento al disparate. Maduro y sus
secuaces, mientras tanto, ni siquiera se molestan en aclarar a qué se referían
con sus gaseosas afirmaciones, apenas sugeridas por el propio Chávez tiempo
atrás (ah, las delicias de gobernar una república donde el petróleo se
encuentra debajo de cualquier mata de banano).
Y mientras la piñata pública la rompen a
palazo limpio Maduro y Diosdado, supongo que la privada –la fortuna personal de
Hugo Chávez, que algunos medios estiman en la bicoca de dos mil millones de
dólares- debe ser objeto de garrotazos no menos salvajes por parte de su
familia, incluyendo a la joyita de su hermano: la humanidad es así, qué se le
va a hacer.
A todas estas, Chávez, quién ya en la caja negra creo que más
nada se lleve, seguramente, al presentir ayer la prisa sin corazón del reloj
desbocado hacia la cita ineluctable del 5 de marzo a las cuatro y veinticinco
minutos de su tarde final, y mientras sus deudos se repartían sus rojos ropajes
y sus caudalosos bienes, debió pensar que el poder para qué, si el único para
qué que al final importa es la vida misma: “no quiero morir, por favor no me dejen morir”, fueron
las últimas palabras silenciosas del comandante supremo, ante cuyas órdenes
inapelables se rebelaron las insolentes, indomables, células malignas.
Él, quien, al contrario de Simón Bolívar, su mentor, su luz
tutelar, sí tenía la felicidad de creer en la vida del otro mundo (“Sigo aferrado a Cristo y
confiado en mis médicos y enfermeras. ¡Hasta la victoria siempre! ¡Viviremos y
venceremos!“, fue el último trino en la vida de @chavezcandanga),
de todos modos debió preguntarse, tal como el Libertador, en la clarividencia
de sus vísperas, que ¡carajos!, que cómo voy a salir de este laberinto.
Porque seguramente, como a todos nos pasará
en nuestros propios laberintos, se encontró en los interminables vericuetos a
Carlos Andrés Pérez; a George Bush, con su característico olor a azufre; a
Álvaro Uribe, a Fidel Castro, a Rafael Correa, a su nuevo mejor amigo, al Imperio
del Mal, a Henrique Capriles, a la victoria de mierda de los otros, a la
victoria de mierda de él mismo, a las masas manipuladas, al líder embalsamado,
a Marx, a Lenin; a Obama, que buscaba votos atacándolo a él; a él, que busca
votos atacando a Obama; a Mr. Danger, al burro. Y en ese momento tal vez se dio
cuenta, como también todos nosotros nos daremos cuenta algún día, de que nada
de eso importa; de que después de estar lidiando con tantas mezquindades y
odios en la vida, con tantas maquinaciones de dinero y poder, con tantos
nacionalismos y partidismos estúpidos, lo más valioso que tendremos al final
serán los últimos fulgores de la vida que nunca más, por los siglos de los
siglos, volverá a repetirse.
@samrosacruz
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