sábado, 22 de enero de 2011

PARA QUE NO SE SEPA

Difícil no referirse al tema de Wikileaks.  Está por todas partes y, todo indica, se perfila como una gran coyuntura en términos de relaciones diplomáticas internacionales, las que, a partir del momento en que se destapó el escándalo, cambiarán para siempre… ¿O no?.  Al respecto he leído, visto y oído de todo.  En la radio, en la televisión, en las columnas de prensa nacionales e internacionales. A favor y en contra: que muy bueno para saber cómo manejan el poder aquellos a quienes se lo encomendamos, que en adelante las relaciones entre algunos países van a cambiar para siempre, que es delincuencia informática, que la diplomacia propiamente dicha entrará en crisis, que es caldo de cultivo para la inspiración de actos terroristas, que la transparencia va a campear en el mundo, que encontramos la piedra filosofal de la política y las relaciones internacionales y un largo etcétera.
Pero ¿es la primera vez que pasa algo así? Ciertamente no. ¿Cambiará para siempre la diplomacia internacional? Ciertamente tampoco.  O por lo menos no en su fondo.  Puede que cambie, a lo sumo, algo de su forma (el medio de comunicación por ejemplo, o su configuración de seguridad).  A ver si logro transmitir lo que pienso al respecto: si bien el escándalo de Watergate, tuvo abundantes repercusiones en E.E.U.U. (y en el mundo) y, de hecho, le costó el puesto al, a la sazón, hombre más poderoso del planeta, ni al más cándido de los optimistas se le ocurre que ese escándalo cambió en algo la sustancia de las prácticas políticas estadounidenses.  Pienso que, simplemente, ahora, lo que hacen, lo hacen con muchas más precauciones. Para que no se sepa.
 Porque es bien sabido que en política (o mejor: para los políticos.  A menudo confundimos una dimensión tan importante y fundamental de la humanidad como es la Política, con  los mediocres criminales que suelen practicarla)….es bien sabido, digo, que para muchos políticos, la cuestión no está en hacer las cosas sin ética ni responsabilidad, sino en el hecho de ser descubiertos haciendo las cosas así.
Por lo tanto, no: no va a cambiar nada.  No me imagino a muchos políticos colombianos desvelados pensando de dónde sacarán los recursos para sus próximas campañas puesto que a partir del proceso 8000 resolvieron no considerar el ingreso a éstas de dineros de dudosa procedencia.  O a Hillary Clinton despertando en medio de un charco de sudor debido a las pesadillas que le produce el hecho de que ahora su gobierno ya no podrá injerir en los asuntos internos de otros países. O el manojo de nervios en que estarían convertidos, desde que se supo que el régimen de Hussein nunca fabricó armas de destrucción masiva, los empresarios de la industria del acero y las armas de Estados Unidos, por cuenta de la imposibilidad futura de presionar al gobierno para que se involucre en otra guerra inventada.
¿Que se supo como mangonean unos gobiernos a otros de la manera más cínica y humillante?  Cierto. Pero, en serio, ¿no nos lo imaginábamos así?  Muchas mentiras, manipulaciones de información, altanerías, intrigas, lagarteos, delitos, encubrimientos, ruindades, mezquindades, traiciones, chismes, crímenes y otras porquerías salieron a la luz pública.  Pero la noticia, realmente, fue esa: que salieron a la luz pública.  No lo hechos en sí, que ya todos sospechábamos e incluso sabíamos.  No obstante, muy seguramente esa es la punta del iceberg de todos esos asuntos.  Conocimos (o confirmamos) lo trivial.  Lo verdaderamente importante, lo que usan para someternos, permanece oculto.  Aunque, ciertamente, mucho de ello lo podemos suponer.
Los poderosos siempre tendrán secretos (porque en ello reside gran parte de su poder).  Y siempre buscarán (y encontrarán) las formas de mantenerlos así: secretos. Sea por medio de sobres lacrados con anillos reales, de ejecución de heraldos, de desapariciones de ciudadanos, de prácticas criminales de los servicios secretos de seguridad del Estado y hasta de maldiciones faraónicas.  Y ni Wikileaks, ni un ejército de Julianes Assange podrán extinguir a esa estirpe de individuos que manejan a su conveniencia los asuntos del Estado, la información relacionada y las interacciones con gobiernos de otros Estados. Es parte de la naturaleza humana.  Está (sin duda) en nuestro ADN (también éste debidamente desclasificado por bio-hackers). 
Por ahora las relaciones entre gobiernos seguirán funcionando como han funcionado a lo largo de toda la historia: unos países opresores que mandan y otros oprimidos que obedecen. Cambiarán únicamente los nombres propios de los funcionarios o los nombres de los países (meros accidentes). Pero todo seguirá igual.  Sólo que, como dije antes, en adelante redoblarán los esfuerzos para que no se sepa.

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