domingo, 31 de julio de 2011

ATRAPADOS SIN SALIDA

Harding  -Estoy aquí (en el manicomio) por mi propia voluntad, no estoy confinado, no tengo que quedarme aquí, puedo volver a casa en cualquier momento
McMurphy  -¿Puedes volver a casa en cualquier momento?
Harding  -Sí
Mcmurphy  -No lo puedo creer
Atrapados Sin Salida


Recientemente un estadounidense cometió uno de los actos más extraños que alguien pueda imaginarse: el desesperado hombre optó por asaltar un banco, con el fin de ser atrapado y condenado a prisión.  La cosa ocurrió así: James Varone entró al Banco RCB de la localidad de Gastonia y entregó un papel al cajero en el que le informaba que el banco estaba siendo asaltado y exigía que le entragara la suma de ¡un dólar!...  Luego se retiró de la ventanilla y se sentó tranquilamente a esperar a que llegara la Policía.

Posiblemente muchos ya lo habían hecho antes con propósitos y etiología similares, pero dudo que de la misma forma.  Varone no parece ser el típico ser humano que ha perdido su humanidad y, en consecuencia, ya no le importa nada ni nadie, ni siquiera su propia vida (la que estaría dispuesto a sacrificar en busca de la única salida posible a –por lo menos- el problema económico).  No: Varone, al igual que un delantero de la selección colombiana de fútbol, se aseguró de enviar un mensaje inequívocamente claro acerca de su absoluta inocuidad: se presentó solo, sin armas y exigió una suma ridícula.

Hay que ver la enorme carga simbólica que implica un movimiento de esa naturaleza y que, al parecer, Varone se decidió a realizar por la angustia que le causaba el hecho de que sufría una severa artritis y feroces dolores de espalda. Todo lo anterior en el marco de una tesitura tormentosa: tal como  informa el cable noticioso:  se quedó sin trabajo y perdió su seguro, así que la única opción que encontró para recibir asistencia médica fue la cárcel”.   Lo único que faltó fue que entregara el mensaje dentro de una botella.  Como un náufrago (sería una muy buena escena cinematográfica ¿no?). Varone, entonces, quería vivir.  Así fuera en la cárcel… Telón. 

Cierro la revista en la que aparece la nota y me pongo a pensar cómo la cárcel –¡la cárcel!- podría ser un medio menos hostil que la cotidianeidad del mundo libre estadounidense (ojo: hablamos de Estados Unidos, no de Corea del Norte). Pero es una realidad.  Y mucho tiene que ver con la cobertura en salud en ese país: los francamente abusivos costos médicos y farmacéuticos hacen que los gastos per cápita en dicho sector sean descomunales. Los empleadores costean los impagables seguros médicos de buena parte de la población.  Otros (ancianos, y discapacitados) son cubiertos por el Estado federal a través del Medicare.  Pero hay otros (casi el 20%) que no poseen ningún tipo de cobertura.  Eso equivale a cincuenta millones de personas (un poco más de la población total de Colombia). Lo triste de todo, es que esta situación está dada por un simple manejo político: de falta de voluntad política, de oportunismo político, de mezquindad política: hay un influyente grupo de políticos al servicio de los poderosos, que se encargan de frenar cualquier iniciativa que implique aumento en los impuestos (que ayudaría a mejorar la cobertura en salud), al tiempo que convencen al ciudadano de clase media y baja, con hábiles discursos nacionalistas y xenófobos, de que los impuestos son el enemigo a vencer.  Los votantes lo creen y lo refrendan en las urnas, mientras los supermillonarios -patrocinadores de las campañas políticas y principales beneficiarios de estas medidas- se mueren de la risa.

Varone se encuentra en este último grupo, en el del 20% sin cobertura de salud.  Y su situación recuerda a la vivida por los internos del hospital psiquiátrico de la novela (llevada después al cine) “Atrapados Sin Salida” (Alguien voló sobre el nido del cuco).  Mcmurphy, el protagonista, es acusado de varios abusos sexuales y finge un desequilibrio mental.  En consecuencia es trasladado al hospital psiquiátrico. Allí se encuentra con un rebaño de internos, algunos de los cuales también fingen estar enfermos. La diferencia es que mientras Mcmurphy lo hace para evadir la cárcel, los otros lo hacen porque el humillante ambiente del hospital es, para ellos, preferible al mundo exterior.  Recordemos al indio (Chief) que aparenta ser sordomudo para permanecer interno.  O a Billy (todo un adulto), quien termina suicidándose ante la posibilidad de ser acusado con su mamá por un acto de indisciplina, lo que podría acarrearle la expulsión del sanatorio, único lugar en donde se siente a salvo de vivir una –para él- intimidante vida convencional.


De igual forma que los anteriores casos, Varone se siente (paradójicamente) atrapado en la libertad, y opta por una especie de liberación en…¡la cárcel!.  Liberación de su dolor físico (su espalda, su artritis), pero, especialmente, liberación mental: la presión de mantenerse en un sistema de salud que, a pesar de los esfuerzos de Barak Obama por mejorarlo, es, por decirlo dulcemente, infame.

No obstante, Varone se enfrenta a un escollo final: que no sea condenado: puede que un jurado con gran sentido de la justicia, pero “insensible”, determine que el acusado no representa un peligro para la sociedad y lo absuelva. Por otro lado, si Varone viviera aquí en Colombia, correría la misma suerte de la absolución, siempre y cuando se limitara a desfalcar al Estado en enormes sumas -que  habrían podido usarse en inversión de salud y educación de los más pobres-; pero con sólo  tocar el trasero de una mujer desconocida en la calle, sería condenado inapelablemente a cinco años de cárcel, como lo fue el mensajero Víctor García por cometer ese execrable acto criminal.  Lo malo es que si, por otro lado, lograra esa condena aquí en Colombia, se encontraría con la sorpresa de que, aparte de que en prisión no le suministrarían ninguno de los medicamentos que necesita para aliviar sus dolencias, probablemente tampoco dispondría de agua potable, como ocurrió recientemente en la cárcel de Valledupar. Eso si lograra que lo condenasen. De no lograrlo tendría la oportunidad de intentar obtener los medicamentos en el saqueado sistema de salud colombiano. Fácil ¿no?


Varone, entonces, parece estar atrapado sin salida. No obstante, queda una última puerta por abrir: ayudémoslo: iniciemos una acción popular internacional (o abramos un grupo en Facebook, ¡qué sé yo!), encaminada a sensibilizar al jurado que le corresponda definir la culpabilidad de Varone: señores del jurado, pónganse la mano en el corazón, miren a ese pobre hombre, piensen en su futuro, tengan compasión de ese ser humano que clama su culpabilidad, por favor: declárenlo culpable, Señor Juez: enciérrelo para siempre.

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