domingo, 10 de julio de 2011

EL CHAPULÍN COLORADO


“Era un mundo diferente… Ahora me dicen, sé, que se habla mucho de política.  En mi opinión les interesan los políticos.  La política abstracta, no.”  Jorge Luis Borges, Diálogos

En su última columna hablaba Juan Gabriel Vásquez de la última columna de Antonio Caballero, en la que éste hablaba de Mockus, “de su candidatura a la Alcaldía de Bogotá y las razones de su popularidad, y se preguntaba (Caballero) por qué la gente votaba por él ( Mockus) y se contestaba diciendo: "Por desesperación. Porque se presenta bajo la pretensión de ser distinto de los demás políticos".”  (Un antipolítico). Por una imperdonable prudencia, Vásquez omite la pregunta fundamental (y literal) de Caballero: “¿Por qué vota la gente por semejante payaso?”
Más adelante, en la misma columna,  Vásquez se extraña del concepto “antipolítica” y argumenta, casi que irrefutablemente, que ese disfraz –sustentado por un enorme sinsentido-, dadas las características de nuestras pobres sociedades, es uno de los mecanismos más demagogos y eficaces que existen actualmente para ganar elecciones (Uribe, Mockus, Chávez…).  Y antes de concluir su columna, cita al escritor argentino Patricio Pron: “El rechazo a lo establecido en plazas y calles cuenta con mi solidaridad, pero ¿por qué otra cosa lo reemplazamos? No es menos política lo que necesitamos —porque el punto cero de la política es una dictadura—; lo que necesitamos es más y mejor política”. Y finalmente Vásquez  concluye -refiriéndose a la frase de Pron- con esta frase “Y eso también es cierto, claro. Pero a ver quién se lo explica a los votantes”
No creo que la cosa se trate de explicarle nada a los votantes: un votante que ya no se deja engañar tan fácilmente por un político corrupto no debe ser tan tonto como para creer en un mesías bajado de los cielos (bueno, algunos sí).  Ni tampoco creo que sea por simple desesperación como dice Caballero.  Me parece, en cambio, que, aparte de la desesperación y la falta de explicaciones, los votantes sienten físico odio hacia los políticos tradicionales. Y puede que prefieran que el Estado sea saqueado por otros ladrones distintos a los de siempre (si fuera por desesperación, habríamos oído decir  a entusiastas votantes –otrora abúlicos- que hay que votar por fulano  o mengano, salvadores que nos sacarían del atolladero. Pero no: hay más bien resignación. Resignación que, más que por la desesperación, parece guiada por la rabia o por simple y llana sustracción de materia: sencillamente no hay por quién votar.  No hay esa esperanza que por lo menos deja la desesperación y, en consecuencia, y gracias a un sentido innato de la equidad, el votante se resigna y decide que “de los males el menor”: ya que le ha tocado tanto al ladrón evidente, bien podría tocarle algo al ladrón agazapado.)
Los votantes, entonces, parecen razonar como el anti-héroe “El Chapulín Colorado (“anti” también, a propósito de Mockus, ¡vaya!), quien, cuando se veía en gran peligro, exclamaba: “¡primero muerto antes de perder la vida!”.  Una posición límite frente al descreimiento en la Política. Claro, entendida ésta como lo relativo al ordenamiento de la ciudad, como el proceso que permite la toma de decisiones que benefician a determinado grupo humano; entendida así, como la entendió Aristóteles, y no entendida  como el deprimente sainete que por política (escrita así, con p minúscula) entendemos hoy en día.
Si bien en un principio la Política fue una prolongación simple  de la ley darwiniana del más fuerte, con los años –y sobre todo con los griegos- se sublimó, y evolucionó   a un nivel racionalmente más elevado: arte para algunos, ciencia para otros.  Y como es un hecho que políticos corruptos ha habido todo el tiempo, son pocos los períodos en los que se han debatido las ideas políticas como tal (olvidadas casi siempre por esa detestable realidad corrupta), y, en cambio, sí lo han sido -hasta la saciedad- los chismes y cotilleos con los que, especialmente ahora, sembramos nuestros medios de comunicación y conversaciones: “están hablando de política”, decimos cuando oímos las fechorías de algún gamonal, sin tener la menor idea de lo que estamos diciendo: que fulano o mengano se hayan robado “X” cantidad de plata no tiene nada que ver con la Política; es un asunto judicial, ético; o -en nuestra realidad colombiana- social.
Entonces, sí: puede ser que por desesperación -o por falta de escolares explicaciones, o por sustracción de materia o por rabia - la gente esté dispuesta a votar por Mockus.  (o el antipolítico de turno), pero esto sólo conducirá a espumosos fenómenos que se desvanecerán con el tiempo y se convertirán en totalitarismos o payasadas si resultan mal, o se marchitarán al mismo tiempo que lo haga la salud del caudillo, en el extraño caso en que resulten bien: no trascenderán, pues no gozan de la viabilidad permanente que otorgan los partidos. Por lo tanto, mientras sigamos eligiendo personas y no ideas, el electorado, en el mejor de los casos, estará inmerso en un entorno de comedia televisiva de los ochenta, que al final sólo de deja la opción de conformarse con una famosa frase: “¡se aprovechan de mi nobleza!

No hay comentarios:

Publicar un comentario