sábado, 22 de octubre de 2011

EL MALESTAR EN LA CULTURA

“El fin justifica los medios”
Frase atribuida a Nicolás Maquiavelo

A siete días de cumplirse el primer aniversario de la misteriosa muerte de Luis Colmenares, estudiante de la Universidad de los Andes, las nuevas investigaciones desestiman la hipótesis inicial del accidente como causa de su muerte y, en cambio, develan una truculenta historia con crimen pasional de por medio. Al parecer el muchacho era un estorbo para las pretensiones amorosas de alguien más. Y por eso lo mataron. Si bien las investigaciones continúan, y en ella están implicados otros estudiantes de la prestigiosa universidad, el mecanismo mental que llevó a este crimen no es privativo de precoces asesinos en furiosos éxtasis hormonales: ladrones de cuello blanco, atracadores de poca monta, jaladores de carros, extorsionistas, y una larga lista adicional de criminales, que pululan en algunas de nuestras sociedades modernas, andan por ahí satisfaciendo sus pulsiones más primitivas sin el menor asomo de represión: agreden a cualquiera por cualquier motivo o toman lo que quieren cuando les apetece, transgrediendo así el contrato social que, como seres humanos, nos exige la cultura para posibilitar una convivencia razonable.

Echemos una ojeada a los antecedentes inmediatos aquí en Colombia: los hijitos ricos de un acaudalado exministro defraudan al erario público en una cifra de 10 dígitos, y lo hacen en complicidad con los otros hijitos ricos de una poderosa gamonal de la política, ella misma hija de un expresidente de la República; un influyente ministro del gabinete ofrece dádivas millonarias a adinerados latifundistas a cambio de contribuciones pecuniarias a su futura campaña política; un magnate del cooperativismo saquea su propio sector para enriquecerse ilícitamente; decenas de capos del narcotráfico y cientos de traquetos evaporan a punta de bala a quien se interponga en sus caminos; miles de guerrilleros y paramilitares despojan a humildes campesinos, que a la postre resultan desplazados hacia las grandes urbes; decenas de miles de ciudadanos comunes y corrientes no tienen mayores problemas en apuñalar a indefensos transeúntes para robarles el teléfono celular…

No vemos mucho malestar en la cultura, concepto que el gran padre del psicoanálisis, el médico vienés Sigmund Freud, definió como el precio que debe pagar el hombre, a través de la represión de sus pulsiones más primarias, para poder vivir en sociedad; para que el impulso del Eros domine a su destructiva antítesis, aquella que lleva a la agresión entre los hombres. No lo vemos. Sigamos con Colombia: aquí un grueso número de la población (no cometeré la demagógica hipocresía de afirmar que la mayoría de colombianos son gente buena) opta por la vida fácil: no es sino oír los fragmentos de conversaciones que reptan hacia nosotros mientras caminamos por lugares públicos; o ver las posiciones gangsteriles de cuerpos en trance de conjurar; o –en algunos casos- simplemente ver ciertas caras.

Pocos reprimen el deseo de conseguir dinero a costa de contravenir el acuerdo comunitario que nos impide matarnos los unos a los otros. Y aunque en Freud el componente reprimido es, por excelencia, el sexual, no parece desatinado pensar que todos los objetivos económicos perseguidos por esos innúmeros delincuentes desemboquen precisamente en un gran objetivo: la dominación sexual: el pavoneo en enormes camionetas, la ostentación de lujosas viviendas, la exhibición en exclusivos restaurantes y clubes nocturnos  -logrados todos gracias a esos dineros fáciles- no son otra cosa que una estrategia sexual darwiniana.

Otros, mientras tanto, para poder escapar de la neurosis que produce el malestar en la cultura, acuden a válvulas de escape. Una de ellas es la religión, esa dimensión que, según Freud, está alimentada en gran parte por la nostalgia paterna: nos damos cuenta de que, contrario a lo que pensábamos en la primera infancia, nuestro padre biológico no es omnipotente, y por lo tanto debemos buscar un sustituto: uno que sí lo sea, y que, por ende, nos solucione todo: Dios. Eso dice Freud.  Y yo supongo que, como padre que es (Dios) nos somete a su autoridad y aprobación, pero también nos permite (o eso suponemos) gozar de todas las prerrogativas de hijos. ¿O es que acaso toda esa concepción de Dios mafioso -tan común en nuestras cabecitas- de dónde creemos que sale? Por poner un ejemplo: cuando alguna situación, aún en injusto detrimento de otro, nos sale mejor de lo esperado: “es que mi Dios me quiere mucho”. ¿No habíamos quedado en que, en la imperante concepción judeo-cristiana del país, Dios era infinitamente justo? Y así, exactamente igual, es en miles de aspectos de nuestra vida diaria: trascendentales, como el destino ulterior de nuestro ser; angustiosos, como la cura de una enfermedad; fútiles; como el triunfo del equipo de fútbol preferido; mezquinos, como la favorabilidad en la escogencia de un puesto de trabajo…

Algunos de los anteriores casos son inocuos y, de hecho, incluso necesarios para sobrellevar una vida de la que no sabemos absolutamente nada.  Pero otros son dañinos, y dan al traste con el pacto que nos haría aún más llevadera esa misma vida. Sobre todo aquellos casos protagonizados por los desadaptados de los que hablábamos antes que, más que como válvula de escape, aprovechan el poder que ejerce la religión para someterla a un vasallaje destinado a satisfacer sus oscuros intereses.

Es probable que los desadaptados se amparen en el hecho de que la religión ha sido, generalmente, inculcada en los estadios más tempranos –y plásticos- del cerebro y, por lo tanto, está implantada en la psiquis más profundamente que otros aspectos claves para la convivencia actual, como, digamos, la legalidad. (Y aquí volvemos a Dios, el padre censor pero alcahueta; el que perdonará todas las fallas a cambio de vanidosos sobornos en forma de alabanzas a su persona, o de donaciones monetarias a sus ministros o instituciones terrenales).

La religión, entonces, es un invento que tal vez haya quedado obsoleto: probablemente pudo servir como mecanismo de control de las comunidades primitivas, pero ahora ha degenerado en una suerte de trinchera contra los proyectiles de la ética, quizá, esa sí, el invento más adecuado para los tiempos que corren. Todos conocemos, por ejemplo, la peligrosa sentencia del catolicismo según la cual basta con arrepentirse en el último suspiro para ser perdonado de una abyecta vida de fechorías. “El que peca y reza, empata” dice, por otra parte, un irresponsable proverbio que serviría de epígrafe de la vida de muchos (o de epitafio).  (Parece obvio que, con desadaptados o sin ellos, de todos modos se necesitan otras válvulas de escape, y en esa línea Freud nos deja esta reflexión de Goethe: "Quien posee Ciencia y Arte también tiene Religión; quien no posee una ni otra, ¡tenga Religión!")

En conclusión, estamos rodeados de codiciosos bribones, muchas veces resguardados en parodias de religión, y quienes tal vez incluso piensen que no hacen nada malo; que el perjuicio que puedan ocasionar a otros, con sus miserables actos, está plenamente justificado por la obtención de un fin, no importa lo frívolo que éste sea, ni lo calamitoso que resulte ser para otros; que pretenden saciar desaforadamente sus instintos más elementales, abusando de los preceptos de una sociedad de la que se favorecen.

Hay, entonces, una trágica paradoja: supuestamente la ecuación freudiana no debe fallar: menos represión resulta en menos cultura (en menos civilización).  Es por eso que esto, Colombia, se parece más a una selva que a un país. Y aquí viene la paradoja, porque entonces perdemos todos: destinados a vivir reprimidos, pero en medio del caos (¡vaya malestar!). Todos menos ellos, los malandrines, porque… ¿malestar en la cultura? ¡Por favor! No vivió Freud para ver a estos especímenes que explotan los beneficios protectores de la cultura sin experimentar ninguna clase de malestar.

3 comentarios:

  1. La civilización implica calidades espirituales y humanas, que lamentablemente no abundan en demasía por estos lares ígnaros...

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  2. Muy bueno desde la perspectiva que se enfcoa...Esto no lo podría leer mi mamá o mi hermana...o más bien se preguntarán a que horas perdimos al PAME...Un sábado de estos le damos un debate al TEMA de Dios y Religión...Ese tema me toco a mi en la Primera Infancia, en la Segunda... y hasta en la Cuarta Infancia que estoy ahora. Slds EL COMPADRE

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