jueves, 10 de noviembre de 2011

SÍSIFO

“Con otra victoria como esta, estoy perdido” Pirro II, rey de Epiro

Albert Camus escribió un célebre ensayo titulado El Mito de Sísifo, en el que pretende darle otra interpretación a la famosa historia del hombre condenado a repetir la misma acción una y otra vez sin un objetivo evidente. Puesto que al final de todos modos está la muerte, Camus, en su concepción existencialista, intenta ver en la repetición inútil de acciones, que caracterizan la vida contemporánea, un triunfo de la voluntad humana sobre su destino finito y sobre las tentaciones de la religión, refugio final de los sinsentidos de la vida.  Edificante.  No se podría esperar menos de Camus.

Sin embargo, el mito original -descrito por Homero en La Odisea- presentaba un escenario cuya naturaleza primaria era bastante diferente del expuesto por Camus: Sísifo (padre de Odiseo en la mitología griega), debido a su atrevimiento para con los dioses, y debido a sus astutas artimañas para evadir el encierro en el inframundo -al que lo había sometido Hades (supongo que el inepto precursor de nuestro actual INPEC)-, fue condenado a cargar una pesada piedra desde la base hasta la cima de una montaña para que, una vez concluido el penoso ascenso, la piedra rodara montaña abajo obligándolo a recomenzar la tarea. Y así eternamente. Entonces olvidemos a Camus y concentrémonos en el espíritu del mito: la inutilidad como castigo.

Olvido a Camus porque, lejos de estar -como nación- pensando en angustias existenciales acerca del sentido de nuestras civilizadas acciones diarias, como lo podrían estar haciendo un grupo de ciudadanos en Noruega, nosotros en Colombia luchamos por simplemente sobrevivir, como lo podrían estar haciendo un grupo de gacelas en las estepas africanas infestadas de leones.  La guerra que vivimos no da tregua, y si a veces recibimos malas noticias referentes a masacres de inocentes por parte del bando insurgente, también, por otra parte, recibimos jubilosas noticias referentes a bajas de líderes guerrilleros de alto nivel.

Alias ‘Alfonso Cano’ fue el último comandante abatido. Alegría nacional: alborozados abrazos de compatriotas exultantes de felicidad, intercambio público de mensajes de felicitación entre figuras nacionales de la política, metidas más que nunca en sociedades de elogios mutuos, ambiente triunfalista reflejado en los rostros de los transeúntes, y muchas otras experiencias ya vividas, hicieron su aparición el sábado anterior una vez conocido el parte oficial del éxito de la operación bautizada (¡vaya!) Odiseo.

Con todo, no bien recibimos la noticia a través de las reacciones en cadena de mensajes a teléfonos celulares -que en estas ocasiones se suceden inmediatamente- cuando ya,  frente a la edición digital de cualquier periódico, vemos, cual vedettes, las sonrientes fotografías de los posibles sucesores del jefe aniquilado (‘Iván Márquez’ y ‘Timochenko’ en esta ocasión). La piedra de Sísifo, después de una fugaz ebriedad de sangre, vuelve en ese momento a rodar montaña abajo. 

“Hoy Colombia es un lugar más seguro” se podía leer por doquier en las redes sociales, en una vergonzosa, zalamera y humillante parodia de la efectista frase de Obama acerca de la operación que terminó con la vida de Osama.  Es un poco menos inteligente ese razonamiento del que hace el marido a quien su esposa ha engañado en el sofá de su casa y, para solucionar su problema, decide vender…el sofá. Estamos, con ese regocijo fácil y bobalicón, comprando un nuevo sofá (tal vez más pequeño, para que no quepan los amantes en él). Y el presidente Santos, excelente vendedor de sofás, no perderá la oportunidad: “el comienzo del fin”, “el golpe más grande dado a las FARC en toda su historia”, “este será el mejor mundial sub-17 de la historia” (perdonen esta última: ya se me confunden las artificiosas frases de relumbrón del Primer Culebrero del país. ¡Cómo nos engañó al principio!)

¿Un lugar más seguro? No lo creo. El fenómeno guerrillero no es uno de carácter mesiánico que se nutra de la existencia o no de una figura carismática que aglutine a un grupo de lunáticos al estilo de Charles Manson y su Familia. No: su naturaleza (su génesis) es otra, más relativa a la falta de oportunidades (el hambre, el futuro inviable); al predominio (y aplauso) de una cultura mafiosa de la trampa y el atajo; a una actitud de emprendimiento mal entendida, que incluye la intimidación y el atropello entre sus increíblemente admiradas características.
 
La explosiva receta anterior reacciona ante el menor detonante, y resulta en las esquirlas de gentes mala ley que se reparten por todo el territorio nacional. Matar a uno solo de ellos (Cano) representó una labor formidable: tres años y más de una veintena de acciones militares de gran calado, como afirma la revista Semana en su informe especial titulado (por enésima vez quizás) Jaque Mate.  ¡Cómo costó subir esa piedra!

A ese paso, redondear el genocidio de matar a los dieciocho mil colombianos que no tuvieron otra opción que jugarse la vida, tomar un fusil e irse a dormir en los pantanos repletos de mosquitos, tomará más tiempo que tratar de vaciar el océano pacífico con una totuma (pero, bueno: es más difícil pensar en la Santísima Trinidad de todos modos, dirán algunos); y costará tanto que al final los espartanos serán unos botaratas buena vidas al lado nuestro. Y aún matándolos: mientras el caldo de cultivo que los generó subsista, seguirán apareciendo otros nuevos inconformes. (O bien las FARC, como ya ocurrió con los paramilitares, simplemente cambiarán de denominación; surgirán nuevos acrónimos, como el ya conocido BACRIM; tendremos entonces las BASEC, las BAEXT, las BABOL, etc... Son miles de personas que no saben hacer otra cosa, ni tienen la posibilidad de hacerla, debido al esquema socio-económico que nos rige.)

Por ahí no parece ser la cosa.  Las pírricas victorias obtenidas ni nos hacen una potencia militar ni nos favorecen gran cosa, pues ni siquiera a Estados Unidos, la potencia militar actual por antonomasia, le resultan favorables (de hecho sus aventuras militares, victoriosas o  no, terminan costando más que los beneficios económicos que pretenden conseguir). El que unos ineptos como Andrés Pastrana o Belisario hayan malogrado los intentos de una solución política no implica que la única solución de sangre y fuego, impuesta por Uribe y su pusilánime -aunque menos cerrado a alternativas- discípulo Santos, sea la indicada. 

Sería mejor dejarnos de esos embelecos y pavonerías de triunfalismo militar (Venezuela acabaría con nosotros en menos de 24 horas) y de hacerle el juego egocéntrico y superficial a vanidosos “mejores policías del mundo”, que más parecen, mentalmente, reinas de belleza que altos mandos castrenses. En cambio, deberíamos tratar de ponernos de acuerdo en las cosas básicas que, para el bien de todos, incluso de los más ricos y poderosos, no deberían pasar nunca en Colombia.

Que Sarmiento Angulo -el hombre más rico de Colombia- dejara su furia acaparadora y renunciara a su plan de apoderarse de El Tiempo (y así hacerse a un poderoso instrumento para presionar la perpetuación de unos privilegios plutocráticos que maltratan al resto de colombianos) sería un paso más firme en la consecución de la paz que la, a la larga, insustancial muerte de un accidental líder guerrillero (tal vez si empezara a ceder en su insaciable afán de plata y poder, él mismo, Sarmiento, podría disfrutar algún día de un tranquilo almuerzo en la Zona T de Bogotá sin estar rodeado de ochenta guardaespaldas).

Aclaro: dejar esa alharaca de triunfalismo militar -que distorsiona nuestra visión de la realidad- no quiere decir que las F.F.A.A. se queden de brazos cruzados: al fin y al cabo las FARC no muestran ningún interés en una salida negociada (al contrario). Pero sería más útil que el gobierno dejara de lado sus frívolas ínfulas y con iniciativas reales, no con habladuría, mostrara acciones que dejaran vislumbrar un futuro viable para las clases menos favorecidas. Quedaría así el nuevo número uno de las FARC sin materia prima para reclutar; y sin piso sus argumentos.

Ahí está, en todo caso, “la baraja de sucesores” de Cano, como la denominó Semana en su informe. Pueden ser esos u otros; eso no importa: las FARC son una organización como cualquier otra (criminal, sí, pero organización al fin y al cabo). No porque se haya muerto Steve Jobs, por ejemplo, se ha quedado Apple sin CEO, como lo llaman ellos. Vendrá otro, y otro, y otro. Y así sucesivamente, mientras no cambien las circunstancias que así lo determinan. 

Y mientras aquí en Colombia subsistan las condiciones de desigualdad económica y social que nos caracterizan, no cesarán de surgir ciudadanos dispuestos a matar, robar, secuestrar y extorsionar a cambio de no ser ellos mismos, ante la indiferencia general, aniquilados por el sistema. Hoy parece ser que el destino designa a ‘Timochenko’ o a ‘Iván Márquéz’ como sucesores del -para regodeo general- abatido Cano. Ya fue feliz Sísifo un momento (y no todo el tiempo, como el noruego personaje que imaginó Camus). Pero no tardó la piedra en rodar otra vez colina abajo. Es hora de que Sísifo empiece a subirla de nuevo. 

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