domingo, 22 de abril de 2012

LA LIBERTAD DE UBLIME


 Mediocre. Como todo lo colombiano, e independientemente de los avances en ciertos tópicos y los rotundos fracasos en otros que hicieron presencia diplomática, el resultado de la Cumbre de las Américas fue, para el grueso de la opinión colombiana, que Shakira se equivocó en la letra del himno nacional.

Para conservar la misma línea, y en vista de que hay arte bueno y malo (y muy malo), convengamos en que el himno de Colombia clasifica para inspirar una columna en este blog -que pretende (ojo: pretende, no implica que lo logre) relacionar a la realidad con las obras de arte-. Lo primero que señalo es la tontería de que exista un himno.  No, me equivoco: lo primero es la gran tontería de exista una patria (algunos colombianos de 1902, por ejemplo, pasaron a ser panameños en 1903; es decir: a cambiar el chip se dijo). Pero bueno: ¿qué sería de los políticos mediocres sin la patria? (es decir de todos: ¿cuál de ellos, cuando está en problemas, no recurre al manido recurso del enemigo exterior –chivo expiatorio perfecto- para disfrazar una mala racha interior?).  Y para que haya patria –obvio- debe haber símbolos de ella: himnos, escudos, banderas, próceres, equipos deportivos y todo un sartal de estupideces accesorias: el merchandising patriotero, necesario para mantener viva la llama.

E, increíblemente, esas estupideces, por muy absurdas que puedan llegar a ser, la mantienen viva. Veamos nuestro caso doméstico: una bandera que no representa nada: (amarillo, el oro, las riquezas ¿cuáles? ¿las que estamos regalando a las multinacionales?; azul, los mares ¿a los que les damos la espalda situando el centro político, económico, comercial e industrial del país 2600 metros más cerca de las estrellas? Ah, cierto, se me olvidaba que recientemente firmamos un TLC con Saturno; rojo, la sangre de nuestros próceres ¿la de Bolívar que murió en la cama de tuberculosis? ¿o la de Santander que también murió de muerte natural en otra cama rodeado de una muchedumbre de lagartos? ¿o será, más bien, la de millones de colombianos de todas las clases muertos en esta guerra fratricida? Y, así las cosas, ¿no debería ser el rojo la franja más ancha en la bandera?

No hablemos del escudo, con su cóndor extinto, su canal de Panamá (¡por favor!), su gorro frigio, sus cuernos de la abundancia (¿o abundancia de cuernos?), y su inexplicable Libertad y Orden (¿orden? Ja; ¿libertad? A ese tema vamos.

Esa es justamente la broma más pesada de los símbolos patrios; y una probable causa de la equivocación de Shakira: la libertad: ¿sólo porque nos libramos del yugo español somos libres? No lo creo. Shakira tampoco, y por eso nunca entendió (o entendió y saboteó) esa delirante libertad sublime que imaginó el fantasioso Núñez. Libertad sublime no es muy congruente con este país. Simón Bolívar, el primer presidente de la Gran Colombia, de la que hacía parte la recién liberada Nueva Granada, resolvió convertirse en dictador (quería presidencia vitalicia –la suya- y senaduría hereditaria), despojando así de la libertad recién adquirida a sus gobernados. Y tampoco fueron especialmente libres (ni bajo los españoles ni bajo los neogranadinos) el resto de próceres. Como tampoco lo fueron los demás neogranadinos y colombianos del siglo XIX, cautivos en las decenas de guerras civiles de la Patria Boba; ni los de los de la primera mitad del siglo XX con la Violencia;  ni los de la segunda mitad, con la carnicería tarantinesca que vivimos hasta el día de hoy.

No es congruente una cosa con la otra: libertad sublime y Colombia: agua y aceite. ¿Exagero? Insisto, no creo: en este país fue secuestrado un candidato a la alcaldía de Bogotá, posteriormente presidente de la república del siglo que corre (Pastrana), un periodista que después fue vicepresidente (‘Pacho’ Santos: a la vez primo del presidente actual), el tío del director del partido más emblemático -el liberal- que es, a la vez, hermano de un expresidente de la república de hace menos de 25 años: César Gaviria, la hija de otro expresidente (Diana Turbay). Ni siquiera esa oligarquía criminal es libre. Y de ahí para abajo: acabamos de recibir a la “libertad” (¿sublime?) a  un grupo de uniformados que llevaban 14 años privados de ella -en un sentido menos amplio-. Y están también los liberados anteriormente; y los que permanecen secuestrados; y los muertos en cautiverio; y los ejecutados; y los chivos expiatorios (remember Jubiz Hazbún); y las pescas milagrosas; y los políticos  presos –por cientos- debido a sus nexos con las mafias, con los paramilitares, con la guerrilla; y los carteles de la contratación, también presos; y los homónimos de los delincuentes; y los boleteados (todos los finqueros); y los extorsionados (todos los comerciantes); y las mujeres pobres (hay 50.000 víctimas de la trata de blancas en Colombia); y las ricas (esperando, con la comida hecha, a sus maridos machistas); y las que quieren abortar (el procurador no las deja); y los gays (el procurador tampoco); y los amarrados a hipotecas de por vida a los bancos de Sarmiento; y las empleadas del servicio doméstico; y hasta los multimillonarios, presos en sus mansiones y fincas de recreo. Y los falsos positivos; y los asalariados, trabajando jornadas esclavizadoras por unos de los peores salarios del mundo; y los campesinos; y los desplazados; y los jefes guerrilleros (Cano dejó atrás, en su huida, hasta su dentadura postiza); y los niños de clase baja, esclavizados por sus padres; y los adultos de clase alta, tiranizados por los caprichos de los pequeños mequetrefes de hijos que están formando; y los chuzados; y hasta los narcotraficantes (Escobar vivió sus últimos días aterrorizado en un barrio popular de Medellín). Incluso algunos delincuentes, hacinándose en esos hermosos centros de rehabilitación que son las cárceles colombianas. Y el resto.

Un país que tuvo que crear una institución (por supuesto ilegal, clandestina, como casi todo lo colombiano que no sea inoperante) llamada Muerte a Secuestradores. Un país así de libre.

Por todo eso es que uno se imagina que Shakira no soportó tamaño despropósito: libertad y Colombia en el mismo sitio. Y, además, sublime  (a propósito: ¿cuántos de los que se han burlado de Shakira podrían definir sublime? En vista de que yo tampoco estaba seguro, busqué en el diccionario, y he aquí la definición: excelente, admirable, lo más elevado en su género). Ante tamaño despropósito, digo, Shakira optó por ignorar la composición original y, fiel a su oficio de compositora creativa, refrescó las macabras estrofas del oligofrénico Núñez con la ya famosa palabra ublime, que quizás ella haya inventado adrede, y signifique nominal, imaginario: libertad ublime: libertad nominal, libertad imaginaria. Libertad tan inventada como la misma palabra.

Hay quienes dicen, por otro lado, (la exsenadora Córdoba entre ellos) que Ublime se refiere a alguien que está preso (como todo el resto de colombianos) y al que hay que liberar. (Exsenadora: ¿a usted qué le importa que la hayan despojado de su curul si este oficio de mediadora de rescates tiene muchísimo más futuro en este país que gime entre cadenas sublimes?). Ublime, entonces, estaría preso (o debería estarlo; por lo menos lo está Ublimito -guiño a un ingenioso tuit, increíblemente subestimado, de mi gran amigo Felipe Restrepo-).  Recogiendo la hipótesis exsenadora Córdoba y otros, Ublime sería alguien anónimo, enigmático: nadie sabría a quién se refiere Shakira al reclamar su libertad. O al celebrarla.

Yo me incliné por esto último: porque pensé que Shakira, en vez de pedir por la libertad de Ublime, estaría, más bien, celebrando que habría alguien en Colombia –uno solo- que goza de libertad: la libertad de Ublime. Y fue ahí cuando reflexioné, que ella, que hace lo que –desde que nació- siempre quiso hacer, que es ciudadana del mundo y se pasea por todo el planeta bajo la admiración general, que le dio la santa y real gana de regalarle un colegio al barrio en donde alfabetizó cuando era adolescente sin que intervinieran las sabandijas de políticos que plagan este país, que terminó una relación con el hijo de un expresidente argentino y empezó otra -casi sin solución de continuidad- con uno de los mejores jugadores de fútbol del mundo, que no es sierva de los políticos ni los poderosos esclavistas de este país sino que, al contrario, son ellos los que tienen que lamerle los pies para que haga presencia en los actos demagogos que organizan, que ella, entonces, era Ublime.

Pero no: me equivoqué otra vez: ella no es tan egocéntrica. Sin embargo, por muy modesta que sea, hasta ella misma tiene que reconocer que su música es excelente e incluso más libre que ella. Porque sin ser heredera de ninguna corona (dizque “el Rey no es soberano” ¿y es que acaso los Santos no lo son?), además de pasearse por el planeta, en plena crisis de la industria musical, su música ha logrado un sitio de honor en el mundo. Y es libre. Tan libre que es capaz preguntarse dónde están los ladrones y asesinos, en un país de ladrones y asesinos; y es capaz de cantarle a los prejuicios, en un país de gente llena de prejuicios, muchas de cuyas víctimas están tres metros bajo tierra viendo crecer gusanos. Y probablemente esa música libre la sobreviva incluso a ella. Así que sí Shakira: ya sabemos quién es Ublime: tu música es Ublime.

Tu música es sublime.

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