jueves, 4 de abril de 2013

ROBIN HOOD ATRAVIESA EL ESPEJO


Se les debe estar haciendo la boca agua a las grandes farmacéuticas. Obama acaba de anunciar que su gobierno financiará un proyecto que dibujará el mapa del cerebro humano (Investigación Cerebral mediante Neurotecnologías Innovadoras de Vanguardia [BRAIN, por sus siglas en inglés]). A través de la Agencia de Proyectos para la Investigación en Defensa (DARPA), de la Fundación Nacional para la Ciencia, y del Instituto Nacional de Salud (NIH), Estados Unidos invertirá la bobadita de cien millones de dólares en investigaciones.

Después de equiparar el proyecto con la conquista del espacio, Obama recordó que otra gesta de esas dimensiones -la decodificación del genoma humano- trajo increíbles beneficios al país del norte: “Por cada dólar que invertimos en su momento en hacer el mapa del genoma humano recibimos de vuelta 140 para nuestra economía”.

Bien. Después de esa mediocre introducción reporteril de mi parte, llega el turno de preguntar cuántos de esos 140 dólares, que retornaron a la economía estadounidense, fueron a parar al público en general y cuántos a la caja registradora de las grandes corporaciones farmacéuticas. Porque, según agudos analistas, de eso se trata el asunto desde que -durante 40 años- se ha seguido el modelo neoliberal (primero en Estados Unidos y después –impuesto- en casi todo el mundo): se trata de que sean los contribuyentes los que financien los estudios, para que sean las grandes corporaciones las que capitalicen los resultados: la famosa fórmula de socializar la pérdidas y privatizar las ganancias.
Ese modelo económico, junto con otros elementos que lo componen, ha recibido el nombre de “plutonomía”; fenómeno por medio del cual el crecimiento de la economía está “alimentado y consumido en gran medida por la minoría acaudalada”, en palabras de Noam Chomsky. Plutonomía que resulta en la -ya proverbial- brecha cada vez mayor entre los súper ricos y el resto de la población. Porque incluso el hecho de que una creación –en este caso el plano del cerebro- sea estadounidense, no implica que las enormes ventas que de allí se deriven beneficiarán con más empleo a trabajadores gringos, puesto que –para aumentar aún más las ganancias de las grandes corporaciones- gran parte de esa creación se industrializará en otra parte, donde los costos sean menores (y desde dónde, después, será comercializada a precios de monopolio, gracias a los tratados de libre comercio -suscritos a diestra y siniestra- que blindan las patentes).
No obstante, si bien este proyecto forrará de billetes a unos pocos, al menos también hará la vida más llevadera a millones de enfermos de Alzhéimer y a sus familias. Otras iniciativas, en cambio, son más ambiciosas y –también- mucho más mezquinas. Según Chomsky, el periódico The Wall Street Journal registró hace un tiempo una propuesta -como una medida desesperada para contrarrestar el calentamiento global- que se sirve del uso de la “geoingeniería”.

Averigüé que, gracias a esa ciencia, estaríamos en capacidad de “enfriar” al planeta, utilizando, por ejemplo, aviones jet que dispersarían químicos en la atmósfera (partículas de sulfatos) que, a su vez, actuarían como “bloqueadores solares”. Haciendo caso omiso de los posibles efectos colaterales de tal medida –aumento de casos de cáncer de piel en humanos, trastornos impredecibles en los ciclos de lluvias-, cabría preguntarse: ¿cuánto costaría llevar a cabo tan formidable empresa? ¿Quién pagaría? ¿A quiénes beneficiaría?
No hay que ser un brujo para adivinarlo: costaría una montaña de dinero; la que seguramente pagarían los contribuyentes de Estados Unidos y de otros países participantes en el proyecto. Y beneficiaría, obviamente, a las perversas corporaciones de siempre, que así podrían seguir sacándole las tripas al planeta para seguir enriqueciéndose (y para calmar las vanidades arribistas de una población convencida –por esas mismas corporaciones- de necesitar artículos en su mayoría absolutamente superfluos).
Lo peor es que, encima de todo, esas mismas corporaciones sacarán pecho cuando, una vez realizado el gasto grande por el Estado (por los contribuyentes), se embarquen en el proyecto y se llenen la boca por medio de estrategias propagandísticas, que las presentarán como las adalides de la conciencia ecológica planetaria; como las grandes salvadoras de La Tierra y sus habitantes. “El pirómano ofrece su manguera”, habría dicho Fernando Savater.
Puse el ejemplo de Estados Unidos, pero, en realidad, esto ocurre en todo el mundo. La dictadura de las corporaciones ha convertido al político contemporáneo en un títere, al que, en esta función específica, le corresponde el papel de un Robin Hood que atraviesa el espejo –donde todo ocurre al revés- y se dedica a robarle sistemáticamente a los pobres para darle a los ricos (en Colombia, que no podía estar por fuera de una situación así, tenemos el aberrante caso de Agro Ingreso Seguro).
Pero, repito, al menos esta vez el truco financiero-comercial, casi con seguridad, derivará en drogas y tratamientos que harán más llevadera la vida de millones de seres humanos víctimas de Alzhéimer. Así que en esta oportunidad le daré el beneficio de la duda a Obama, quien, quizás cansado de la insensatez surrealista que domina al mundo –o tal vez pensando en su propio futuro-, pudo haberse conmovido con una reflexión que circula por estos días en la red, y que se atribuye a J.M. G. Le Clézio -Nobel de literatura 2008–: “En el mundo actual, se está invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la virilidad masculina y silicona para mujeres que en la cura del Alzhéimer. De aquí a algunos años, tendremos viejas de tetas grandes y viejos con pene duro, pero ninguno de ellos se acordará para que sirven”.

@samrosacruz

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