martes, 16 de abril de 2013

EL GRAN INQUISIDOR


Informa El Espectador que la congregación Misión Paz a las Naciones, a través de su presidente, el pastor cristiano John Milton Rodríguez, firmó en 2010 un documento con el parlamentario Roy Barreras. A la luz de este documento, Barreras se comprometía a “no promover ni apoyar el matrimonio entre personas del mismo sexo, ni la adopción de niños por parte de estas parejas”. En contraprestación, Misión Paz a las Naciones  se comprometía a organizar reuniones para difundir la propuesta del parlamentario y a apoyarlo en el proceso de votación para las elecciones al Senado de marzo de 2010. No es un fenómeno inusual que las congregaciones religiosas en este país, con tal de sacar adelante sus ideas anacrónicas y sus intereses mezquinos, realicen este tipo de pactos, a los que poco les falta para ser con el diablo (nada más basta echar una ojeada a las informaciones acerca de la reciente muerte del esmeraldero Víctor Carranza).

Por otra parte, las últimas noticias indican que Roy Barreras, quien no es precisamente un modelo de lealtad, cumplirá con su pacto: ha anunciado que no apoyará el proyecto de ley del matrimonio igualitario propuesto por el senador Armando Benedetti. No sorprende: hay en juego muchos votos, factor decisivo en el criterio de muchos políticos. Con todo, sigue llamando la atención -a pesar de que es un hecho repetitivo- que en pleno siglo XXI amplios sectores de la sociedad colombiana, bajo la forma de guías espirituales, funcionarios públicos, dirigentes políticos, o jerarcas religiosos, continúen con su campaña de odio, oscurantista y excluyente, encaminada a malograr la vida de personas cuyo único delito es pensar y sentir diferente. Y que, además, la abrumadora mayoría de las veces lo hagan apoyados en los supuestos preceptos de un hombre cuyo discurso de hace veinte siglos consistía en fomentar todo lo contrario: el amor, la inclusión, la justicia.

Recuerdan estos guardianes de la moral al cuento El gran inquisidor, de Fedor Dostoievski, en el que, después de una venida no programada de Jesucristo a la tierra –concretamente en la Sevilla de la Inquisición-, el gran inquisidor de la ciudad encarcela a Jesucristo en uno de los calabozos del Santo Oficio. ¿Los cargos? Amenazar el status quo imperante (“¿Por qué has venido a molestarnos?”, le pregunta el inquisidor). Tal como en la realidad, la Iglesia del cuento se había dedicado, desde los mismísimos tiempos del emperador Constantino hasta el momento en que se desarrolla la historia, a "corregir" la obra de Jesucristo. De hecho, el gran inquisidor del cuento espeta a Jesucristo con una frase que tranquilamente podría salir de la boca de John Milton Rodríguez, el pastor que quiere gobernar en el fuero íntimo de otros sin más argumentos que su lamentable disfraz moral: “Y reinaremos en tu nombre, sin dejarte acercar a nosotros”.  (O de la boca de nuestro flamante procurador).

Y tal como el inquisidor del cuento, nuestros guardianes de la moral, con la aquiescencia de parte del pueblo colombiano, parecen estar convencidos de que la libertad es un don demasiado valioso como para permitírselo al hombre. Saben que la mayoría de la humanidad espera que le den un amo ante quien inclinarse; saben que hay seres humanos que, con tal de no tener que decidir nada, anhelan ser tratados como borregos de un rebaño. (Esas ideas, que aún hoy pretenden imponer en Colombia unos trogloditas que no tienen por faro de la civilización a Suecia sino a Yemen, hace ya siglo y medio le parecían medievales a Dostoievski). 

Lo peor es que, repito, esa dirigencia cavernícola goza del apoyo de una parte del pueblo colombiano que parece amar las cadenas mentales sobre todas las cosas. Porque, para ese pueblo enajenado, es más cómodo que sea, digamos, el Antiguo Testamento, un libro escrito hace miles años, el que decida qué es lo correcto y qué no, y no que sean ellos, homo sapiens dotados de cientos de miles de millones de neuronas, los que tengan que preguntarse qué clase de sabandijas del infierno son, que son capaces de arruinar la vida de otros sólo porque no piensan o sienten como ellos. Porque para ellos es más fácil que sea otro el que decida (el cura, el obispo, el papa), así ello implique que ese otro se arrogue las voluntades de toda una comunidad.

Por esa vocación de siervos mentales, a algunos colombianos les resulta tan fácil pensar que lo fácil es lo correcto; que una humanidad de una homogeneidad inverosímil es a la que debemos aspirar. Una humanidad insípida, pasteurizada, en la que todos tengamos los mismos gustos sexuales; una humanidad sumisa, aterrorizada, sin dilemas morales ni éticos. Un mundo feliz huxleyano en el que ya vengamos programados, y en el que cualquier disidencia al orden establecido deba sofocarse de inmediato. O, como dijo Estanislao Zuleta en su Elogio de la dificultad, un mundo en el que no se pueda “desear una relación humana inquietante, compleja y perdible, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a cambiar”, sino  “un idilio sin sombras y sin peligros, un nido de amor, y por lo tanto, en última instancia un retorno al huevo”. Un paraíso inventado, sin una Eva díscola que origine las tristezas y las dificultades sin las cuales nunca cobrarían sentido las alegrías y las  soluciones.

Y, ya que hablamos de paraísos y cadenas, cabe recordar aquí al poeta inglés que, en su obra El paraíso perdido, presenta nada menos que al diablo como un ser contestatario, amigo de la igualdad de derechos; un libertario capaz de cuestionar normas injustas y arbitrarias. Pero lo más irónico de todo, es que -como dijo Borges- a la realidad le gustan las simetrías, y esta vez ha querido que John Milton, el famoso poeta al que nos referimos, y cuya concepción de la maldad por antonomasia, en El paraíso perdido, coincide con la profesión de la igualdad y la libertad, sea homónimo de John Milton Rodríguez, el pastor inquisidor para quien hay hombres y mujeres inferiores que no son libres ni siquiera de decidir con quien quieren unir sus vidas. El mismo pastor que firmó el pacto con Roy Barreras.

Un pacto que más bien parece del diablo con el diablo.


@samrosacruz


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