martes, 28 de mayo de 2013

LOS TRAMPOSOS


Esta mañana, como casi todos los días, empezó el predecible numerito que montan en la W, y que consiste en que los de "la mesa de trabajo" se muestran ostensiblemente asombrados por la masiva respuesta de la gente ante alguna campaña que ellos mismos han adelantado. La campaña, cualquiera que ella sea -vender carros, recoger plata para una obra benéfica, captar créditos hipotecarios-, siempre supera con creces las expectativas más optimistas soñadas por ellos:

- Alberto, ¿cuántos millones cree que vendió BMW el viernes?

- No sé, voy a decir una cifra que se me acaba de ocurrir: ¿quinientos millones novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve?

- Pues no, según el último dato, vendió mil doscientos millones, ¡mil-dos-cien-tos-mi-llo-nes!, es decir, no el doble, sino más del doble (risas de incredulidad, interjecciones de sorpresa); y aquí está con nosotros el vicepresidente comercial de BMW, el doctor Fulano...

En ese momento entra al aire el doctor Fulano -con una risita de suficiencia que quiere decir "es que yo soy el putas boy de la Westinghouse, el próximo Bill Gates"-, y a continuación se saludan como viejos camaradas, hacen un par de chistes privados (para que no quede duda de que todos ellos pertenecen a la misma rosca que maneja al país), y finalmente se conforma la más vergonzosa sociedad de elogios mutuos que alguien pueda imaginar.

 El turno de hoy, la farsa de rigor, fue para la subasta de camisetas autografiadas por futbolistas europeos organizada por Martín Santos, el hijo del presidente, y cuyo producto se destinará a obras de caridad. Ignoro si el emprendedor delfín -como cabría suponer por la salva de alabanzas de la que fue objeto en el tercer acto del sainete- tuvo que sufrir innumerables privaciones para conseguir las camisetas. No sé, ni he investigado, si para su filantrópica  labor el pobrecito Martín tuvo que colarse como polizón en un barco mercante que lo trasladara a Europa. Desconozco si se vio obligado a pasar eternas noches en vela aguardando a que los futbolistas salieran de sus casas o de algún club nocturno de moda. O, tal vez, su sacrificada cacería de autógrafos le significó algún empellón, o algún insulto por parte de los guardaespaldas de las grandes estrellas del deporte a las que él, almita modesta y caritativa, intentaba abordar. Lo cierto es que la maledicencia y las lenguas viperinas han hecho correr la malintencionada especie de que a los jugadores simplemente les pasaron la camiseta, la firmaron, y se la regalaron al papito de Martín, el presidente de una banana republic (porque nunca se sabe cuando se necesitará un favor de por allá).

Sea como sea, Martincito, joven sensible y humilde, se desprendió de la valiosa posesión familiar en favor de los más necesitados. Para tal efecto, se sirvió -cómo no- del apoyo de los caballeros de la mesa redonda de trabajo, quienes, gracias a su su fino olfato de sabuesos detectores de billetes, consiguieron que un desinteresado filántropo, un santo altruista de esos que se dan silvestres en Colombia, comprara la camiseta subastada en una cifra que -para gran sorpresa de Julio y de su corte- doblaba la expectativa más delirante de Camila Zuluaga.

Una vez concretado el negocio, siguió -por supuesto- una original conferencia telefónica tripartita entre el dueño de la camiseta (Martín Santos), el comprador (la empresa de encomiendas Servientrega, representada por su presidente), y el flamante intermediario (la W, Julito). En ella, Martín Santos nos confió que él no ha podido explicarse por qué su subasta obtuvo esa respuesta tan desproporcionada. Yo tampoco lo entiendo, si tenemos en cuenta que él, Martín, sólo es el hijo del presidente de la república de un país de lambones, lobbistas y empresarios oportunistas, y en el que, por lo demás, el presidente tiene un poder casi imperial. Quién sabe: son fenómenos extraños que se dan de vez en cuando. Grandes enigmas de la vida.

Y ante todo esto, uno no puede evitar preguntarse de dónde sale tanta bondad, tanta sensibilidad humana, en este país. Y quizás la respuesta se encuentre en la tierna confesión del presidente de Servientrega, cuando informó, no sé si con cinismo o con descarada ingenuidad, que las camisetas no quedarán en poder de la empresa, sino en las de colombianos del común ¿Cómo? Pues muy sencillo: "nuestros gurús de mercadeo se encargarán de eso". La más probable traducción de lo anterior es: haremos un concurso cuyo resultado nos reporte el triple de lo invertido en las camisetas: mande usted tres encomiendas por Servientrega y reclame una boleta que...

Porque es allá, en el lucro, donde terminan todas esas obras de caridad que, si en realidad lo fueran, deberían permanecer anónimas. Martín Santos busca ayudar en su campaña reelectoral a su papá (ser hijo de presidente es altamente lucrativo, como lo demostraron ampliamente "Tom y Jerry"). Y, para lo cual, ¿qué mejor estrategia que la de mejorar la imagen de la sagrada familia presidencial? De tal hijo, tal padre, pensarán que pensaremos. Y lo mejor: gratis. Servientrega S.A. (Sin Alma, aclaraba el padre de un amigo mío acerca del verdadero significado de esas siglas de las sociedades anónimas), por su lado, pretende, como lo confirmó su presidente, exprimir hasta la última gota de su inversión en las camisetas (están "los gurús" trabajando en ello a todo vapor). Y, mientras, la W, sigue en lo suyo: en su singular reinvención del periodismo: no contenta con hacer bochornosos publirreportajes, tan comunes en el periodismo contemporáneo, se ha dedicado, a lo largo de veinte años, a un extenso publirreportaje sobre sí misma, el cual ha soportado hasta cambios de cadena radial.

La obra benéfica, como es fácil de ver a estas alturas, no la hará ninguno de ellos, cuyas imágenes ganan indulgencias con avemarías ajenos. Indulgencias que, en este caso, toman la forma de rating, de concursos, de votos. Es decir, de billete. Billete que pagarán otros. Tal era el método de los monjes medievales, lo cual exasperó hasta tal punto a Luthero que terminó publicando las tesis que derivaron en uno de los grandes cismas de la iglesia católica. Desgraciadamente, nosotros, los indignados contra el sumo pontífice de la radio colombiana, no contamos con el apoyo de un rey hereje y poderoso que le haga contrapeso.

La obra benéfica, en conclusión, la terminaremos pagando todos los colombianos. Todos con la excepción de tres personas, quienes sacarán provecho económico de ésta, y de cuyos bolsillos no saldrá un solo centavo: Martín Santos, el presidente de Servientrega, y -por supuesto- Julio Sánchez Cristo.

Ese trío de tramposos.

@samrosacruz

2 comentarios:

  1. Muy.. pero muy bueno.

    ResponderEliminar
  2. Me puede explicar de dónde sale la frase putas boy de la Westinghouse, mi mamá la dice con frecuencia y me gustaría saber su origen o que es la Westinghouse gracias

    ResponderEliminar