Dice Woody Allen que él desconoce la fórmula del éxito, pero que
está seguro de que la del fracaso es intentar complacer a todo el mundo. Que
es, esto último, exactamente lo que pretende hacer todo el tiempo el presidente
Santos. De hecho, casi que -extremo de extremos políticos- intentó hacerlo
hasta con su mentor, Uribe. El único ser humano excluido sin lugar a dudas de
tan prostituta vocación, es su primito querido, Francisco Santos, con quien el
mandatario sostiene una legendaria pelea de quinceañeras, de sieteañeras, por
ver quien de los dos se hace con el dominio sobre el juguete más antiguo de
ambos: el país
Los privilegiados primitos -presidente
actual el uno y exvicepresidente el otro-, sobrinos nietos ellos de un
expresidente que, según Alfonso López Michelsen -expresidente él también e
hijo, a su vez, de otro expresidente-, “fue (hasta su muerte) el hombre más
poderoso de Colombia”, están acostumbrados a darle rienda suelta a sus
caprichos y vanidades, seguros -como están- de que nadie podrá interponerse en
su camino, porque, tal como dije que dijo el expresidente López (el hijo), en
el trabalenguas de expresidentes que acaban de leer, pertenecen a la familia
más poderosa de esta finca que, desde hace un siglo, es regentada por un par de
familias non sanctas. (Que tal este otro trabalenguas, que iría de maravillas
en este momento: el país está expresidentado, quién lo desexpresidentará…).
Lo más curioso es que los primorosos primos
no se cansan de machacarnos que este país está muy mal, y que hay que
arreglarlo. Lo cual es dolorosamente cierto, con el sutil añadido de que, a
continuación, sugieren que son ellos, hundidos hasta el cuello en la autoría
intelectual de este crimen de lesa humanidad que llamamos Colombia, quienes
pueden arreglarlo.
Indignados, contra sus propias dignidades e
indignidades de exministros, expresidentes, exvicepresidentes; contra la perversa
oligarquía; contra la egoísta clase empresarial; contra la mefística gran
prensa; indignados contra todo eso, digo, de lo que ellos -no hay ni que
decirlo- hacen más parte que ningún otro ser humano en el mundo, se presentan
como los mesías: “para solucionar un problema, primero hay que crearlo”, solía
decir el genocida de Kissinger.
Para ser un genocida, por otro lado, no se
necesita cometer directamente un genocidio. Puede cometerse, este último, por
ejemplo, despilfarrando en la vanidosa novela del nóbel la plata que podría
salvar la vida de miles de colombianos. O puede cometerse aspirando a un cargo
para el cual uno sabe a ciencia cierta que no está capacitado. La última
pretensión de “Pachito”, después de fungir de adalid de los derechos humanos y
-a renglón seguido- posar de derechista rabioso, es la de ser -nada menos-
presidente de la república. Un hermano mío dice que de niños nos enseñan a que
cualquier persona puede llegar a ser presidente de la república, y que
-temiblemente- puede terminar siendo cierto.
“Pacho” Santos de presidente, ¿se imaginan?
Sé que ya tuvimos a Andrés Pastrana y sobrevivimos, pero, aunque parezca
increíble, esto puede resultar aún peor. Se notó en la valla que mandó a poner,
la cual sólo demostró que la gente con mucha plata, y sin nada que hacer, puede
gastarse fortunas en vaya uno a saber qué.
Juan Manuel Santos reelegido, ¿se imaginan?
A pesar de que, a juzgar por su último discurso, ya aprendió -tal vez leyendo a
su gran detractor y amigo de infancia, Antonio Caballero, (aquí hasta los
opositores pertenecen al mismo curubito)- que el verbo reelegir no es
reflexivo, no parece una buena idea tener cuatro años más de cháchara vomitada
por encuestas. Además, en las mesas de póker, como se sabe, a la larga se
termina perdiendo hasta la mujer.
Esas costumbres políticas -económicas,
sociales- non sanctas de los Santos -los primeros primos del país- deberían
hacernos, más que decir, gritar “no Santos”. Pero, peones que somos, al fin y
al cabo, de su gran finca, somos capaces de todo. No sobra advertir que la
sustracción de materia no debería ser un obstáculo: sería preferible que
gobernara el voto en blanco.
Finalmente, volviendo a Woody, gran amigo
personal mío, así él no lo sepa, podría decir -con él-, acudiendo al resignado
-recurrido- recurso del descarte, que no sé quien diablos será el santo
milagroso capaz de sacarnos de esta deliciosa temporada en el infierno -que ya
cumplió doscientos años-, pero de lo que sí estoy seguro -y lo juro- es de que
ni Francisco ni Juan Manuel Santos lo son.
@samrosacruz
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