miércoles, 7 de septiembre de 2011

EL CÓDIGO DA VINCI

"Pluralitas non est ponenda sine neccesitate" (la pluralidad no se debe postular sin necesidad) William de Ockham

“El gato dentro de la caja está vivo y muerto a la vez”  Paradoja del Gato de Schrödinger

Unos vieron la película, otros leyeron el libro; en cualquier caso, la novela “El Código Da Vinci”, con sus 80 millones de ejemplares vendidos y su traducción a 44 idiomas, se convirtió en un Best Seller sin precedentes en su tipo de literatura.  En la obra se presentan teorías con tintes extravagantes: la relación sentimental entre Jesús y María Magdalena,  la conspiración urdida por el Opus Dei destinada a garantizar, tanto la supervivencia del linaje de los merovingios a través del Priorato de Sión, como el encubrimiento de la divinidad de la Magdalena y su descendencia.  Estas teorías, condimentadas con Hombres de Vitruvio, sucesiones de Fibonacci, Caballeros Templarios, Santos Griales y Últimas Cenas, conforman el marco perfecto de las llamadas teorías conspirativas, tema que trataré hoy a propósito de dos de ellas muy coyunturales: el asesinato de Galán (la ratificación de la condena a Santofimio) y los atentados del 11 de septiembre de 2001 (décimo aniversario de su acaecimiento).

Todos hemos oído teorías de ese tipo, que consisten en atribuir las verdaderas causas de un hecho a complots de grupos poderosos actuando en la sombra en lugar de atribuírselo a las causas comúnmente aceptadas.  Las hay desde la supuesta farsa del viaje a la Luna, hasta el ocultamiento de las actividades del área 51 en E.E.U.U. (incluido el accidente de un supuesto OVNI y la captura de extraterrestres por el ejército americano), pasando por hipótesis de todos los pelajes acerca de los más disímiles temas: histéricas, como la abducción de humanos por extraterrestres;  ridículas, como la que asegura que Elvis (o Marylin o Michael Jackson o Hitler o Bin Laden) sigue vivo o que –por el contrario- Paul MacCartney murió y fue sustituido por un doble; infames, como la que proclama que el holocausto judío fue una patraña montada por los hebreos con el fin de adueñarse de tierras palestinas; intrigantes, como la que afirma la existencia de una zona –el Triángulo de las Bermudas- en la que los sistemas de navegación de las naves enloquecen y suceden más siniestros aéreos o marítimos que en ninguna otra parte del globo; risibles, como la que abandera la idea de que la Tierra es hueca y en su interior vive una civilización más avanzada (que accede a ese lugar a través de unas aberturas en los polos, cuyas fotos -que prueban su existencia- esconde la NASA); inverosímiles, como la que asevera que el VIH fue un encargo de la Iglesia Católica a ingenieros genéticos con el fin de castigar el homosexualismo* (inverosímil, sí: una cosa es que toda la rabiosa resistencia a esa orientación sexual se quedase en letra muerta, y otra que se autocastigasen de esa manera los prelados); otras, un poco más verosímiles, como la que declara que la adición de flúor en el agua se hace con la intención de que esta sustancia se acumule en la glándula pineal de los individuos, causando así un pobre desarrollo mental (verosímil, sí: siempre y cuando esta adición se haya hecho mayoritaria  y sistemáticamente en la cafetería del Congreso de la República).


*En la época en que me hablaron de esa teoría, el SIDA era, casi exclusivamente, relacionado con las prácticas homosexuales.

Si me preguntan si creo en este tipo de teorías, tendría que hacer una distinción; porque pienso que las hay de dos clases: unas en las que sí creo, más del tipo de las que involucran estrategias de manipulación de masas, como la famosa y antigua -data de hace más de 2000 años- panes et circenses (pan y circo), y otras en las que no creo, pues las considero descabelladas y basadas en supercherías sin fundamento, como la inmensa mayoría que mencioné más arriba (aunque ciertamente hay miles de preguntas sin responder que, por no ser experto en los respectivos campos, se quedan así: sin responder; por ejemplo: el hecho de que la bandera estadounidense –según se ve en las mismas fotografías provistas por la NASA- ondee en la Luna, donde se supone que no hay atmósfera).

Y así como creo que Julio César entregaba gratuitamente trigo y entradas para los espectáculos circenses al pueblo, con la intención deliberada de desviar la atención ciudadana de la política, también creo que Hitler y sus secuaces nacionalsocialistas presentaron al pueblo alemán el chivo expiatorio de los judíos, sobre los cuales aquél descargó toda la rabia y las frustraciones por la derrota de la Primera Guerra Mundial –con los asfixiantes aprietos económicos que ésta trajo consigo- y por el apabullante desempleo que asediaba a Alemania en la década de los 30. Fueron, aquellas, conspiraciones orquestadas por los respectivos gobiernos de Roma y Alemania, con el fin de perpetrar determinado stau quo favorable a ciertos grupos privilegiados –de hecho ese tipo de conspiraciones ocurren todo el tiempo hoy en día por parte, también, de gobiernos, multinacionales y medios de comunicación-. 

No obstante todo lo anterior, hay unas pocas del corte de las que cité más arriba en las que –apartándome del valioso principio de la navaja de Ockham- me inclino más por la explicación conspirativa plural que por la explicación más sencilla.  El asesinato de Kennedy es una de ellas. Diríase que la explicación más simple –y según el principio de la navaja, más probable- es aquella según la cual Lee Harvey Oswald actuó solo, movido por sentimientos antinorteamericanos.  Sin embargo, los enormes intereses que mediaban entre la permanencia o no de Kennedy en la Casa Blanca, no pueden hacernos más que dudar: mafiosos gringos y oligarcas cubanos habían perdido millones de dólares con el ascenso de Castro al poder en Cuba, dólares que querían recuperar por medio de una invasión a la isla (a la que Kennedy se oponía); por otro lado, las industrias militar, siderúrgica y aeronáutica tenían desmedidos intereses en participar en la guerra de Vietnam (también era cuestión de millones y millones de dólares), guerra a la que Kennedy también se oponía. Entonces: descontento de mafiosos, plutócratas, militares…temo que esta vez la navaja no pudo cortar las barbas de Platón.

En cuanto a los dos casos que nos conciernen, los atentados del 11-S y el crimen de Galán, creo que hay uno en cada orilla. Por el lado del 11 de septiembre, es sabido que la versión oficial divulgada por el gobierno de Estados Unidos presenta cientos de inconsistencias encontradas por los más diversos personajes: desde antinorteamericanos recalcitrantes como Red Voltaire Thierry (quien a propósito del tema escribió el libro “La Gran Impostura”), pasando por el cineasta Michael Moore con su documental “Fahrenheit 911”, hasta reputados profesores como David Ray Griffin, autor de “Desenmascarando el 11-S”.  Las denuncias, a su turno, van desde poderosas sociedades corporativas -que involucrarían a la familia Bush y a la familia Bin Laden- a las que, por tener significativos intereses en la industria de hidrocarburos, les convendría una excusa para iniciar una guerra en Oriente Medio, hasta ataques de naves extraterrestres contra el Pentágono.

Con todo, si bien se esgrimen hipótesis que hacen distinciones entre los términos técnicos acerca del fenómeno que vimos al derrumbarse las Torres Gemelas (se habla de colapso o implosión; uno de los dos efectos no sería compatible con las colisiones y posterior incendio, sino con una demolición controlada), o se manifiestan dudas -en esa misma línea- en torno a la posibilidad de que con los incendios se alcanzara una temperatura suficiente para derretir en tan poco tiempo las columnas de acero de la armazón de las edificaciones, o se abunda en cuestionamientos acerca de la idoneidad en la navegación aérea por parte de los terroristas, o se recurre a una larga lista de interrogantes adicionales que harían pensar que pudo tratarse de una conspiración auspiciada por el propio gobierno de Estados Unidos -como aseguran algunos-, la ausencia de filtraciones de chivatos que -por supuesto- resultarían de una operación tan vasta y compleja, le restan credibilidad a esa teoría y refuerzan la menos plural y más comúnmente aceptada, que devela una conspiración tramada por el grupo fundamentalista Al Qaeda (que, por lo demás, se atribuyó el hecho).

El caso del asesinato de Galán, a su turno, parece estar en el otro lado: una conspiración que, en su momento, involucró a la mafia, a la plutocracia colombiana y la alta dirigencia política del país (a cambio de pensar que la mafia hubiese actuado exclusivamente por cuenta propia).  Lo de la mafia no requiere de ninguna explicación adicional diferente a decir que Galán (el Nuevo Liberalismo) le había declarado la guerra desde los tiempos del asesinato de Lara Bonilla.  En cuanto a los otros dos factores, para nadie es un secreto que esa misma mafia se infiltró en la vida empresarial colombiana y permeó totalmente la política nacional: unos y otros, empresarios y políticos, dependían de sus nuevas relaciones con el dinero ilegal y no les convenía que las organizaciones criminales se vieran trenzadas en una guerra frontal contra el Establecimiento, cuyo más notable general estaba encarnado en el candidato sacrificado.  Otra vez el mortífero coctel: mafia, plutocracia, poder. Pero aquí, como en el caso Kennedy, y a diferencia del caso Torres Gemelas, existió un agravante: sí hubo delatores. Y muchos. 

Algunos, sin embargo, han cuestionado la credibilidad de los testigos: Santofimio Botero, el principal político acusado de instigar al capo del narcotráfico, Pablo Escobar, para que cometiera el crimen, calificó de mitómana a Virginia Vallejo, expresentadora de televisión y examante del mafioso, cuando ésta aseguró haber estado presente en la reunión que decidió el atentado, y que lo revelaba a él (Santofimio) como principal inductor del mismo (“mátalo Pablo”). Adicionalmente, John Jairo Velásquez (“Popeye”), jefe de sicarios de Escobar, también atestiguó, en ese mismo sentido, en contra del político opita y –también- su declaración fue puesta en duda por parte de la defensa de Santofimio con el argumento de sus antecedentes criminales.

No obstante, el hecho de poner en entredicho los anteriores testimonios, arguyendo la dudosa reputación de sus emisores, no ayuda mucho a Santofimio: él mismo ha visitado la cárcel en dos ocasiones anteriores a esta: en los 80, siendo Representante a la Cámara y en los 90, relacionado con el Proceso 8000.  No parece una persona muy creíble que digamos, si es que sólo vamos a conferir credibilidad a testimonios de acuerdo a las calidades de quien los emita. Y mucho menos si tenemos en cuenta esta tercera –y definitiva- encarcelada, fruto de un fallo de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia, que ratifica la condena a 24 años a que fue sentenciado Santofimio por el magnicidio de marras, y que había sido revocada por el Tribunal Superior de Cundinamarca.

Entonces, definitivamente sí creo en esta conspiración.  Y no estoy solo.  A diferencia de teorías conspirativas en las que uno estaría acompañado únicamente por orates o por locos de atar, en esta me acompañan columnistas tan prestigiosos como Héctor Osuna, quien, bajo el seudónimo de Lorenzo Madrigal, escribió recientemente en El Espectador: “La piel aún se me pone arrozuda cuando recuerdo el extraño ímpetu con que corté una conversación de amigos para decir: el presidente del 90 no será Galán, ¿por qué?, ¿tú ya no crees en él?, me preguntaron, sí creo, respondí aturdido, pero lo van a matar”. Y termina con esta pielrojesca sentencia “Veinte puestas de sol más tarde sobrevino la fatídica noche de Soacha.”  Y también Antonio Caballero, quien escribió en Semana: Y dice la Corte (Suprema), revocando su fallo absolutorio (del Tribunal superior de Cundinamarca), que "para negar el indicio del móvil, el juzgador acudió a una no probada regla de experiencia, según la cual no es factible que se utilice el homicidio para dirimir las contiendas políticas. Tal aserto desconoce nuestra realidad nacional...", para después concluir: “En efecto: parece como si los magistrados del Tribunal Superior de Cundinamarca no tuvieran ni idea de dónde están parados.”

Totalmente de acuerdo: en un país donde padres explotan, venden, matan, violan, abandonan a sus propios hijos, sería estúpido suponer que peligrosos criminales que militan en la política no acudieran a la sangre para quitar contrincantes del camino. Y a pesar de que faltan muchos culpables por condenar en el caso Galán, este, el de la condena a Santofimio, es un paso gigante en contravía de la habitual impunidad que campea en el país. Por lo tanto, creo que es mejor que sigamos interesándonos en este tipo de conspiraciones reales, a cambio de las tonterías que nos ofrecen canales pseudo-culturales como Discovery Channel o History Channel.  A quién le importa ya si Jesucristo era gay o si Tutankhamon fue empujado de su carruaje y se fracturó el cráneo.  Con eso no arreglamos este estercolero en el que vivimos.

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