sábado, 3 de septiembre de 2011

EL SENDERO DE LA TRAICIÓN



“Mientras el espíritu se halle esclavizado, el cuerpo no podrá ser nunca libre. La libertad psicológica, un firme sentido de la autoestima, es el arma más poderosa contra la larga noche de la esclavitud física. Ninguna proclama de emancipación lincolniana o carta de derechos civiles johnsoniana puede aportar totalmente este tipo de libertad.”.. I Have a Dream, Martin Luther King Jr.

“Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos.” Martin Luther King Jr.



Tres razones que comparten elementos comunes me impulsaron a escribir esta columna: la primera, el hecho de que en la anterior toqué el tema del racismo; la segunda, una noticia proveniente de Sudáfrica que se acompaña de una fotografía francamente ofensiva con el género humano; y la tercera, una ley que aprobó por unanimidad la Cámara de Representantes el martes pasado, y cuyo trámite en el Congreso ignorábamos la mayoría de los colombianos.

Como está bastante fresca la primera razón, pasaré directamente a la segunda. Sudáfrica, país salvajemente golpeado por el racismo a través del infame Apartheid, aún conserva grupos extremistas inspirados en la segregación racial.  Uno de sus exponentes más notorios era el fallecido, Eugene Terreblanche, líder del Movimiento de la Resistencia Afrikáner, AWB.  Pues bien, inspirado en dicho líder, un ciudadano decidió –según informó el martes el diario sudafricano Sunday Times- abrir un perfil de Facebook con el nombre de Eugene Terrorblanche, en el que exhibe una fotografía de un hombre blanco que, fusil en mano, posa su pie sobre el cuerpo abatido de un niño negro, al mejor estilo de las orgullosas fotografías de los safaris de los años cincuenta en Kenia, en los que cazadores orgullosos posaban ante las cámaras pisoteando a sus piezas de caza más preciadas (leones, jirafas, leopardos).



Una vez vi la foto, recordé instantáneamente aquella película de finales de los ochentas: “El Sendero de la Traición”, dirigida por Costa-Gavras. Aunque el argumento lo he olvidado casi por completo, recuerdo con toda claridad la monstruosa escena en la que uno de los protagonistas (perteneciente a una especie de facción del Ku Klux Klan), en compañía de otros secuaces –todos a caballo y provistos de rifles-, liberan de sus ataduras a un joven negro a quien habían secuestrado, con el fin de permitirle que intente una huída a pie por un terreno boscoso y, luego de unos segundos de ventaja, emprender una persecución con el objeto de cazarlo como a un coyote.

El hecho de que Eugene Terrorblanche, el abyecto perfil de Facebook, contara al momento de la publicación de la foto con 590 amigos en dicha red social, tiene que hacernos preguntar hasta cuándo vamos a seguir transitando el sendero de la traición del género humano. Porque ese tipo de manifestaciones vergonzosas para algunos, pero ni siquiera vergonzantes para otros, no son otra cosa que la traición del género humano hacia sí mismo. Por otro lado, el hecho de que muchos de sus 590 amigos hubiesen marcado la fotografía con un “I like it”, nos hace temer que a dicho sendero aún le queden muchos desafortunados transeúntes dispuestos a seguir recorriéndolo. (Ahora bien, estoy hablando desde la suposición de que, como afirmó en su defensa el autor de la fotografía, todo se trató de un montaje: le habrían pagado al niño para que posara.  Ese sólo hecho en sí es espantoso -por lo que quiere transmitir la fotografía como mensaje-.  No obstante, hay quienes sostienen que no hubo tal montaje: la cacería se habría producido y, por lo tanto, lo que descansaba bajo los pies del cazador, era el cadáver del niño.  En ese caso…como se dice popularmente: apaga y vámonos).

Esto nos lleva a la tercera razón: el Congreso colombiano aprobó, también el martes, la ley que castiga la discriminación que, aunque se suele asociar sólo con la raza, abarca gran variedad de asuntos: credo religioso, ideología política o filosófica, orientación sexual, etnia, nacionalidad.  Aplaudible. Y aunque en Colombia no hemos sufrido los excesos en materia racial que han azotado a países como Sudáfrica, y ni siquiera –por lo menos en la historia reciente- hemos sufrido los despropósitos que increíblemente perduraron hasta entrada la segunda mitad del siglo XX en E.E.U.U. (la tierra de la libertad), cuando, por ejemplo, en los buses se reservaban asientos para blancos y se designaban otros en la parte trasera para los negros, aunque no los hemos sufrido en esos extremos, digo, sí es evidente en todo el territorio nacional la existencia de discriminación de muchos tipos. Desde el gorila que oficia como bouncer en la discoteca de moda y que, siguiendo instrucciones de una administración elitista, se regodea en no dejar pasar a una joven negra con el argumento de que “esta noche tenemos fiesta privada”  (probablemente en desesperada venganza por otra discriminación que el mismo bouncer, a su vez, por esa misma u otra condición, ha sufrido), hasta los fenómenos de bullying en los colegios, dirigidos a estudiantes originarios de otras regiones del país o con tendencias homosexuales, por citar sólo dos ejemplos.

Gran paso del país hacia la verdadera civilización, hacia la meta que debemos tener como género humano: el triunfo de la razón sobre la insensible genética.  No obstante (porque casi todo tiene un pero) hay factores que nos pueden dañar la fiesta. La amplitud de la (interpretación de la) ley, la incertidumbre acerca de la verosimilitud de su aplicabilidad, en un país donde la impunidad campea, presentan serias dudas acerca de su utilidad práctica.  Para empezar, la propensión a la trampa y al leguleyismo del ciudadano colombiano puede acarrear un sinnúmero de extorsiones de todas clases (laborales, sociales, familiares).  Un empleado despedido por ineptitud, pero perteneciente a alguna minoría, podrá esgrimir la ley de marras en su defensa para ser reintegrado; un desadaptado que se vea permanentemente envuelto en riñas de tragos, pero incluido en uno de los grupos protegidos, podrá invocar en su favor la legislación que lo protege para evitar ser expulsado de un club nocturno; un estudiante mediocre que no es aceptado en una institución educativa, pero propietario de una característica comúnmente segregada, podrá cobijarse en la nueva norma para acceder al colegio o universidad que lo rechazó.

Pero ahí no acaban los problemas que tendrá que sortear la ley.  Para nadie es un secreto el paquidérmico funcionamiento de la justicia en Colombia.  Si bien es cierto que la Acción de Tutela se ha constituido en valioso instrumento para los menos favorecidos que antes veían impotentes cómo se conculcaban sus derechos, también es cierto que el abuso de este mecanismo (para resolver auténticas tonterías o como instrumento de presión y chantaje por parte de avivatos) ha creado congestión en el sistema.  La avalancha de acciones que pueden originarse cuando el Presidente sancione la nueva ley -y ésta entre en vigencia- contribuirá a lentificar aún más al ya de por sí flemático aparato de justicia colombiano. En el probable maremágnum de demandas que sobrevendrán, coexistirán nimiedades con casos verdaderamente importantes que antes de la nueva ley podrían haber hecho tránsito con menor dificultad.

Y hay más.  No sabemos cómo será la reglamentación de la ley, y como ésta definirá la tenue línea entre bromas y comentarios no malintencionados, y genuinos ataques o insultos. Entonces, so pena de convertirnos en delincuentes o criminales, ¿habrá que abolir de nuestras conversaciones sociales los chistes sobre pastusos? (chistes que los mismos pastusos disfrutan);  ¿quedarán proscritos algunos apodos con los que se identifican más que con sus propios nombres algunas personas? (llamar al “Negro” Perea de ese modo, por ejemplo); ¿deberemos autocensurarnos al emitir opiniones a propósito de determinadas costumbres? (digamos, el comentario que hice más arriba acerca de la propensión de los colombianos a la trampa).

Como vemos, no son pocos los escollos que tendrá que eludir la nueva ley para que no se convierta en otro farragoso ornamento legislativo.  Depende de legisladores que hagan bien su trabajo y de ciudadanos que dejen de lado esa proclividad al fraude -que consume nuestro proyecto de sociedad- el que la nueva ley (o su intención) sea la señal para, llegados a la encrucijada, prescindamos del sendero de la traición, la ignorancia, los prejuicios, y tomemos el más laborioso -pero también más virtuoso- camino que nos lleve a convertirnos en verdaderos homo sapiens (hombre sabio). En verdaderos seres humanos.

2 comentarios:

  1. Excelente el artículo y la crítica. Quería comentar que a los pastusos no les caen bien (ni disfrutan) el tipo de chistes al cual se hace referencia. No creo que a un costeño le gusten los chistes que involucran burras.

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  2. Bueno pero por lo menos ya avanzamos en algo. creo que en temas de discriminación podríamos estar mejor a futuro que en el pasado, y ese paso vale mucho. Nuestra cultura de "hecha la ley hecha la trampa" nos impide avanzar mas rápidamente que en otras culturas, así que nuestro "honorable" congreso podría estar compuesto por prohombres intachables, inmaculados, el estado de la pureza misma (cosa que es diametralmente opuesto a la realidad)de nada serviría si la sociedad no esta dispuesta a acatarla. La ley desde una óptica holística, se entiende como forma y fondo, en donde la forma la genera el Legislativo y el fondo lo brinda el colectivo (sociedad) cumpliendo la norma. Ya es cuestión del individuo aceptarla ya sea por cuestiones ético-morales o por la persuasión que el Estado hace a través de mecanismos coercitivos.
    Así que bienvenida la ley sopena de maremagnums, avalanchas y todo tipo de adjetivos apocalípticos.
    Será mejor que la agenda legislativa este llena de este tipo de proyectos o que se dediquen a debatir temas como la inmunidad parlamentaria???
    Es cuestión de CULTURA!!!!!!

    DGN

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