El éxito de la mafia estriba en que sus miembros están de
acuerdo en cumplir ciertas reglas, y en que saben que de no cumplirlas hay un
castigo específico que ineluctablemente se cumplirá. Aquel que hable más de la
cuenta, sabe que morirá. Las normas se aplican. En contraste, el fracaso de un
país como Colombia estriba, a su vez, en el hecho de que nadie está de acuerdo
con nadie; y si bien hay unas normas que de no cumplirse conllevan un castigo
teórico, el incumplimiento de estas generalmente desemboca en resultados tan
variables y azarosos que da casi lo mismo cumplirlas que no cumplirlas. El
ridículo porcentaje de impunidad imperante en Colombia (ridículo por lo alto
que es), de hecho transmite el mensaje de que incumplir una norma tiene apenas
relación con un desenlace punible.
Leo en El Colombiano de
Medellín que Francisco José Lloreda, Alto Comisionado para la Seguridad
Ciudadana, refiriéndose a la figura del “conductor temerario” que impulsa el
Gobierno Nacional, dice que “La propuesta es contundente: cero tolerancia al
conducir si se ingirió licor. En el Código de Tránsito actual, las sanciones
son graduales, dependiendo del nivel de alcoholemia. Aquí buscamos que se
aplique la mayor sanción posible, independientemente de si la persona se tomó
una cerveza o tres botellas de aguardiente.”.
Estúpido (qué más se podía esperar). Hay un refrán popular que
dice algo así como que no hay que buscar la fiebre en las sábanas, que es lo
que los colombianos, a través de nuestros representantes, los políticos, vivimos
haciendo. Mucho se ha repetido que el problema no es el número de leyes o la
severidad del castigo, sino la capacidad del Estado para que las leyes se
cumplan, o para castigar su incumplimiento.
¿Qué se gana aumentando a 50 a 60 a 70 años de prisión a quien
maneje embriagado si el aparato judicial es, en un alto porcentaje, incapaz de
llevar a efecto la sanción correspondiente? Nada. (Acaba de escaparse hace una
semana el más prolífico secuestrador del ELN simplemente abriendo la puerta de
su casa, la que tenía “por cárcel”). El de Lloreda -el del gobierno- es un
anuncio efectista (totalmente consecuente con el estilo de este gobierno, eso
sí hay que reconocerlo), que se quedará en palabras, palabras, palabras, como
decía aquella canción italiana setentera.
Todo esto para no mencionar lo increíble que resulta el hecho de
que un Alto Comisionado para la Seguridad Ciudadana no se percate del nivel de
inseguridad al que nos llevará el siguiente razonamiento típico del colombiano
promedio: “pues si me va a pasar lo mismo por tomar una cerveza o tres botellas
de aguardiente, pues tomémonos las tres botellas”. Y cualquiera que no sea un
Alto Comisionado para la Seguridad Ciudadana sabe que se maneja mejor habiendo
consumido apenas una cerveza que con tres botellas encima.
Pero así es Colombia: fanfarria, bombos y platillos. Mientras el
anuncio habla de bajar el actual 40 mg de etanol por ml de sangre como
porcentaje seguro para poder conducir a cero punto cero, en países que han
invertido montañas de dinero en ese tipo de estudios, como Estados Unidos, el
porcentaje es ese, 40; e incluso puede llegar al doble en países bastante
lejanos de una república bananera, como Canadá o el Reino Unido. ¿De dónde sale
ese, a todas luces inaplicable, cero? ¿Qué base científica tiene? Supongo que
ninguna (o por lo menos Lloreda no lo explica). ¿Se trata realmente de evitar
la accidentalidad? Supongo también que no.
Lo que intuyo es que se trata de, repito, un sensacionalismo,
una pompa exagerada al momento de ofrecer soluciones que se quedan en el papel
y que, a la larga, no solucionan nada, pero que eventualmente pueden ayudar a
mejorar la imagen de un gobierno en problemas. Así siempre ha sido Colombia,
pero este gobierno ha llevado esa práctica a niveles de maestría.
Irónicamente, en el país de las mafias de cualquier cosa (de
banqueros, de medicamentos, de cementeros, de políticos, de hijos de políticos,
de medios de comunicación, de paramilitares, de Bacrims, de organismos de
seguridad, de fuerzas del orden, de guerrilleros, de multinacionales, de
extorsionistas, de empresarios nacionales, del sector de la salud, del espacio
público, de moteleros, de funcionarios públicos que piden comisión, de
contratistas, de taxistas, de transportadores, de paseos millonarios, de juegos
de azar legales, de juegos de azar ilegales, de servicios públicos, de
clonadores de tarjetas de crédito, de sindicatos, de apartamenteros, de trata
de blancas…), en el país de las mafias, somos unos mafiosos de pacotilla,
incapaces de ponernos de acuerdo o de hacer cumplir nuestras propias normas.
Los castigos aquí son sofisticacióones inofensivas, aparatosidades bulliciosas,
fanfarronerías sin consecuencias.
Puros fuegos artificiales.
@samrosacruz
No hay comentarios:
Publicar un comentario