lunes, 18 de abril de 2011

UN MUNDO FELIZ

"Un estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar a una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre."       Aldous Huxley



Todos hemos leído alguna vez esos estudios en los que los colombianos figuramos, siempre, entre los pueblos más felices del planeta (lo que sea que esto quiera decir). Y también, hemos oído a conocidos nuestros afirmando que habitamos “el mejor vividero del mundo”. Descartado el sarcasmo, y después de ver la emisión diaria de noticias o de hojear un periódico nacional, queda únicamente la pregunta: ¿por qué alguien, que no sea un criminal, creería algo así?

Paralelamente hemos oído hasta la saciedad el manifiesto según el cual somos la democracia más sólida de Latinoamérica. Hemos sido, de acuerdo al lugar común de discursos presidenciales, ejemplo regional de respeto a las instituciones y bla, bla, bla…


Es extraño que a pesar de ese panorama de pueblo autoproclamadamente feliz y respetuoso del mejor sistema político (o menos malo, como decía un resignado Churchill), vivamos en el infierno de pesadilla que nos revelan diariamente las noticias. Pero: ¿no será que el asunto es justamente ese: que no es a pesar de sino precisamente por?

En su inolvidable (y profética) novela “Un Mundo Feliz”, Aldous Huxley nos presenta a una sociedad anestesiada; conformada por autómatas que no tienen ocasión de ser infelices; han sido programados genéticamente para hallarse cómodos con su ubicación en la escala social y con el trabajo que les ha sido asignado; cualquier brote de inconformismo o error en la programación es invariablemente sofocado por un poderoso aparato farmacopeico legal en el que brilla, especialmente, la administración recurrente de la versátil droga soma. Cuestionar dogmas, disentir de las normas establecidas, o preguntarse acerca del sentido de la vida, no es posible en esta sociedad. Al mismo tiempo, tal organización, es virtualmente perfecta desde el punto de vista de orden público: no se registra delincuencia ni crimen. De otro lado, están los salvajes que habitan “La Reserva”, un sitio aislado y no civilizado, donde las costumbres son, en muchos sentidos, contrarias.

A veces parece que en Colombia convivieran las dos sociedades de la novela, conservando lo malo de cada una y prescindiendo de lo bueno. Así puede explicarse el contrasentido de vivir en el supuesto mejor vividero del mundo, que a la vez es un pantano de violencia, miseria y desolación, saqueado por indolentes criminales cuya indiferencia a sus propios desmanes raya en la perversión patológica.

Hay que ver los casos de AIS o el escándalo de la 26 en Bogotá o el robo continuado a la salud –¡a la salud!-, y que, sin embargo, se quedan pálidos ante otros ya descubiertos o aún ocultos. Pero también hay que ver la pasividad de todos ante estos crímenes (entes de control, ciudadanía y, en menor medida, prensa).

No es descabellado preguntarse por qué, si compartimos una historia y unas características socio-políticas parecidas al resto de Latinoamérica, tuvimos sólo una dictadura en el siglo XX frente a innumerables de nuestros vecinos. Quizás sea porque no ha habido necesidad: estamos bien como estamos. No pensamos, o no queremos pensar: lo hacen por nosotros cuatro o cinco vanidosos bufones al servicio de sus egos, que cada mañana pontifican lo políticamente correcto en un programa radial; no disentimos, o lo reprimimos por cualquier medio, voluntario o no, recordemos lo que pasó con Uribe cuando se volvió anatema criticar, así fuera constructivamente, al gobierno; tampoco vivimos: nos viven nuestras vidas de vergonzosas ovejas de un manso rebaño, algunas de las cuales, al llegar al borde del abismo, se transforman en feroces fieras que en su impotencia (o ignorancia), no atacan al inescrupuloso pastor y la emprenden en contra de sus iguales.

¿Qué pasa con nosotros? La protesta a los habituales regímenes corruptos en el resto de Latinoamérica se ha hecho sentir. Y lo ha hecho hasta el punto en que se necesitaron sanguinarias dictaduras para acallarla. Aquí no. Aquí campea la todopoderosa conspiración conformada por una plutocracia perversa e insensible y una clase política criminal, capaz de venderle al alma al Diablo con tal de garantizar sus oscuros intereses. Asombra que, después de nuestra lamentable historia, no ejerzamos una democracia decente y, en contraste, elección tras elección, premiemos a los mismos delincuentes de cuello blanco de siempre con nuestro voto cobarde e irresponsable.

Somos un pueblo dormido, de espaldas a la realidad. Recibimos dócilmente, como en la novela citada antes, cientos de formas de soma y castigamos, a manera de advertencia de otros destinos más siniestros (como le sucedió al Bernard Marx de la novela), con el ostracismo social o político a los que se atreven a disentir. Condenamos, con nuestra apatía política, a “La Reserva” a un grueso número de colombianos, aislados en muchos sentidos pero peligrosamente cerca en otros.

No estaba equivocado Estanislao Zuleta cuando dijo: “Amamos las cadenas, los amos, las seguridades, porque nos evitan la angustia de la razón”

LA MURALLA Y LOS LIBROS

 "Acaso la muralla fue un desafío y Shih Huang Ti pensó: «Los hombres aman el pasado y contra ese amor nada puedo, ni pueden mis verdugos, pero alguna vez habrá un hombre que sienta como yo, y ese destruirá mi muralla, como yo he destruido los libros, y ese borrará mi memoria y será mi sombra y mi espejo y no lo sabrá». "   La muralla y los Libros, Jorge Luis Borges

Ahora que volvió a aparecer el ex presidente Uribe, por cuenta de la elección a la alcaldía de Bogotá, y repasando por “su virtud en sí misma ”  la obra La Muralla y los Libros de Borges, no pude menos que pensar, una vez más, (lo sé: soy repetitivo), en las simetrías de la realidad.  Se me dio por extrapolar la historia del primer emperador chino, Shih Huang Ti, con la de nuestro reciente (¿puedo llamarlo así?) emperador Alvaro Uribe.  Tal como para Shih Huang Ti un acto de seguridad para su imperio (la construcción de la colosal muralla china) y otro de oscurantismo (la quema de todos los libros anteriores a él) fueron los atributos por los que es recordado, así mismo creo que esos dos  serán los asuntos por los que será recordado Uribe: seguridad y oscurantismo.
Hay consenso en la formidable tarea realizada por Uribe de rescatar al país del cerco al que lo tenían sometido los grupos ilegales. La abyecta espiral de violencia e inseguridad, (descartando Conquista, Colonia, Independencia, Patria Boba, guerra de los Mil Días, La Violencia) desarrollada durante 12 gobiernos consecutivos, empezando por el de Valencia, cuando se creó la primera guerrilla moderna, y terminando con el de Andrés Pastrana, donde ésta se enseñoreó en casi todo el territorio nacional; ésa abyecta espiral de violencia, digo, estuvo al borde de sumir a Colombia en el infierno del colapso de la legitimación del Estado y la desaparición del Statu Quo institucional.

Y sí: Uribe le devolvió la confianza a un país (urbano) que temía salir de su zona de relativo confort: la ciudad. (¿Relativo? Sí: recordemos el secuestro de los 15 residentes del edificio Miraflores en pleno sector residencial de Neiva;  o el de los diputados del Valle). A la vez, esta tranquilidad se proyectó al exterior.  Sabemos que lo urbano es lo que más cuenta en términos de imagen internacional. Y cuando vienen los altos ejecutivos de las empresas mutinacionales a evaluar sus proyectos de inversión, no van precisamente a almorzar a una finca en los alrededores de Puerto Salgar.  Van al parque de la 93. Pero a veces querían ir a Chía y no podían.  Con Uribe pudieron ir allá y a otros destinos más osados. Y más exóticos.
Ese fue su legado de seguridad.  Sin embargo, Uribe, tal como en una de las conjeturas de Borges acerca del extraño proceder del emperador chino, pareciese haber querido anular sus logros en materia de seguridad contraponiéndolos a sus imposiciones oscurantistas: muy a su manera quemó los mismos libros que quemó Shih Huang Ti. O el predicador dominico Girolamo Savonarola, organizador de la célebre Hoguera de las Vanidades (donde quemó todo lo relativo a la soberbia y vanidad: vaya ironía, teniendo en cuenta la proverbial megalomanía del ex presidente de marras).
Y digo que a su manera quemó libros, porque no de otra forma se explican las enigmáticas conductas que caracterizaron casi todos los días de su largo gobierno. Uribe presionó el nombramiento de un procurador de declaradas ideas medievales y cuya laya intolerante nadie pone en duda (el mismo que, también, quemó libros en su juventud en un acto del que, aun hoy, teniendo en cuenta su carácter dignatario, se jacta con asombroso cinismo).  Durante el gobierno de Uribe, además, después de un efímero avance, se dio un retroceso generalizado en la legitimidad de las instituciones: prostitución del congreso y desprecio por las cortes, por poner los dos ejemplos más significativos.  Adicionalmente, se estimuló, a través del lobby a proyectos de ley específicos, la intromisión del Estado en la intimidad de los ciudadanos: prohibición de la dosis personal de la droga, ataque al aborto inducido, desconocimiento de la igualdad de derechos civiles independientemente de la orientación sexual etc…  Todo lo anterior, para no hablar de la satanización de la oposición (política, intelectual)  ni de los desafueros del aparato de seguridad del Estado. Con ese panorama final de país anacrónico, uno no puede menos que preguntarse si esa no fue la imagen dramática de “un rey desengañado que destruyó lo que antes defendía”.  Igual que Shih Huang Ti.
Por otro lado, el hecho de que, como dice Borges, “quemar libros y erigir fortificaciones es tarea común de los príncipes” no nos exime  de intentar dar con una respuesta que justifique el tamaño despropósito de destruir lo defendido.  Las explicaciones referentes a enconadas venganzas personales para uno de los propósitos o mezquinos o intolerantes intereses personales para el otro, las rechazo por su excesivo carácter trivial.
Hay que seguir indagando, pero tal vez nunca sepamos a ciencia cierta la naturaleza de ese sinsentido.  Tal vez al final no haya nada que conjeturar.  Tal vez (Héctor Abad: perdóname la anáfora) lo mejor que nos haya quedado de esos dos cuatrenios, sea lo que nos quiso decir el ex presidente Uribe y nunca dijo. O lo dijo y lo perdimos.  Tal vez lo mejor sea, para decirlo con Borges, ese hecho estético de la inminencia de una revelación que nunca se produjo.

PERIODISMO Y LITERATURA

“El escepticismo es el deber más elevado, y la fe ciega el único pecado imperdonable” Thomas Henry Huxley


Estuve en la conferencia "Literatura y Periodismo", una de la muchas que componen el Hay Festival 2011. Alejandro Santos Rubino y Pablo Ordaz eran los conferencistas. ¿Cómo me pareció? Bueno: pensé que iban a reafirmar la simbiosis de esa relación -incestuosa para muchos-. No: la aniquilaron. Para Santos, periodismo y literatura tienen orígenes diferentes. El primero se basa en hechos objetivos, mientras que la segunda lo hace en inventos.  El uno registra, mientras la otra crea. Ordaz, por su parte, está de acuerdo, pero, además, vincula al oficio de periodista, como diferenciador adicional, a la premura del cierre, y al (así sea por referencias) sonido de los linotipos.
Tajante el uno y romántico el otro. Pero no estoy de acuerdo con ninguno de los dos.  Para empezar, y mas allá del problema semántico con el que resolvieron la cuestión con un reduccionismo fácil, me parece que el periodismo es, a la larga, literatura.  Para empezar, y así refuto la tesis central de Santos, la realidad es una masa informe que interpretamos, por medio de nuestras mentes.  Pero que también, y al mismo tiempo,  creamos (de forma única y personal). La copiosa e incesante información que captan nuestros sentidos es clasificada y editada.  Luego nuestro cerebro produce, literalmente, un contenido.  Es un truco evolutivo que permite economía en las decisiones.
Por otro lado, muchas investigaciones demuestran que las percepciones son adecuadas por las experiencias, emociones y expectativas de la persona (v.g. las diferentes versiones de los testigos de un mismo hecho).  Los sentidos, funcionan de forma diferente entre las especies.  Un perro no vive el mundo ni remotamente igual a un humano: su mundo es más olfativo que visual. Incluso entre la misma especie: para un daltónico, por poner el ejemplo más pobre que se me ocurre, la realidad es diferente.
En consecuencia la interpretación (registro) de la realidad, y el invento (creación) caben en el mismo saco: son lo mismo. La objetividad y exactitud de los hechos, de la que habla Santos, simplemente no existe. Ellos mismos, sin hacer alusión directa al libro “Absalón, Absalón” de William Faulkner, se refirieron al fenómeno de un mismo hecho contado por 14 personas diferentes.  14 puntos de vista distintos y un solo hecho verdadero.  Casi más complicado que la Trinidad.  Consideremos esto: un hombre pesa  una cosa aquí en el Ecuador, otra ligeramente distinta en el Polo Sur y en Júpiter más de lo que pesaría en La Tierra un toro de lidia (bueno, el hombre o el amasijo de carne y huesos triturados que resulte del colapso de su humanidad por cuenta de la enorme fuerza de gravedad allí presente)
Los hechos objetivos, en los que, según Santos, se basa el periodismo son, en realidad, interpretados de manera diferente por cada persona.  Así que son, si se mira bien,  invenciones.  Y las invenciones, base de la literatura según Santos, son basadas en hechos terrenales: experiencias propias o ajenas del autor.  No provienen de otra dimensión.  (Pensemos en “Crónica de una muerte Anunciada” o “A Sangre Fría”)
En cuanto al argumento de los linotipos expuesto por Ordaz (también habríamos podido incluir putas y borracheras), sólo podría decir que esas nostalgias combinadas con comentarios de pretendida irreverencia son una fórmula usual –y mediocremente funcional- de ese tipo de conferencias.  El público sucumbe a ese paupérrimo encanto y lo valida dócilmente con robóticas risotadas.  Los linotipos habrán tenido una vida de ¿noventa años? ¿Cien? Ya son anacronismo para los periodistas actuales.  Pero también lo eran hace tres mil años cuando Homero escribió “La Odisea”, el primer trabajo periodístico de la historia conocida.  El periodismo es contenido, no máquinas. Sería equivalente a definir como drama sólo lo escrito con pluma, pues así se escribió “Hamlet” ¿Y la premura del tiempo? Tampoco.  Si alguien se apresura en la terminación de un libro por el cierre de entregas para un concurso de novela, ¿el material muta de novela a reportaje? No ¿verdad? Así de allí no resulte “El Quijote” precisamente. Y si “Noticia de un Secuestro” no tuvo fecha de cierre, mal podríamos decir que no es un trabajo periodístico.
El asunto es más complejo que hechos objetivos, cierres y linotipos: ellos mismos, Santos y Ordaz, navegando entre los traicioneros meandros de las incongruencias ideológicas que tenemos todos, hablaron del triunfo mundial (hoy) del periodismo editorializado (hasta hubo una apología al reportaje editorializado por parte de Santos: ¿y la cacareada objetividad?)
En conclusión, creo que periodismo y literatura tienen un origen común: la realidad interpretada y creada.  De hecho pienso que ni siquiera son dos cosas: es una sola. Tal vez periodismo (no el concepto global que tengo de este, sino la limitada dimensión presentada en la conferencia: vinculado a hechos escuetos, linotipias y cierres de edición) es literatura hecha por escritores aprendices. O fracasados.  Es literatura insípida.


martes, 1 de febrero de 2011

TEMA DEL TRAIDOR Y DEL HEROE

Tal como en el cuento de Borges de idéntico título al de esta columna, pareciese que en Colombia una misma persona pueda encarnar esos dos, usualmente, excluyentes epítetos. Esa persona, como no es muy difícil de deducir a estas instancias del acontecer nacional, no es otro que el presidente Santos.

El año pasado asistimos a una de las campañas presidenciales más singulares de la historia reciente: hubo momentos en los que el partido que a la postre resultó perdedor, se encaramó en las encuestas amenazando con convertirse en un fenómeno ”bola de nieve” imparable. Los resultados fueron contrarios y buena parte de los colombianos quedamos (me incluyo) temiendo por un continuismo que nos deparaba un futuro nada esperanzador. Pero no ha resultado así.

No bien posesionado el nuevo presidente, y para sorpresa de muchos (vuelvo a incluirme), inició un mandato caracterizado por el sometimiento a la democracia, equilibrando los tres poderes (a través del respeto al judicial y de la –más complicada- dignificación del legislativo). En adición, logró grandes avances diplomáticos con Ecuador y casi hizo olvidar los problemas con Venezuela, cuyo presidente lo había calificado de mafioso después de advertir, en mayo del año pasado, de una inminente confrontación bélica en la zona si Santos salía elegido. No habíamos acabado de asimilar lo anterior, cuando anunció las leyes de víctimas y de tierras, reivindicando así a un grueso número de colombianos expoliados sistemáticamente durante las tres últimas décadas. Todo esto sumado al clima que ha caracterizado las relaciones con la oposición y a otras prácticas innatas (vistas así ahora) del ejercicio democrático, a las que desde hacía 8 años estábamos desacostumbrados, configuran uno de los mejores arranques que se recuerden en la Presidencia de la República.

Lo curioso de todo esto es que nada de eso esperaba nadie. No lo esperaban los que votaron por otros candidatos. Tampoco lo esperaban los que votaron por él, muchos de los cuales, esperanzados en el continuismo, depositaron votos endosados por su antecesor: Álvaro Uribe. Es bien sabido que en política el determinismo no funciona, pero esta especie de negativo de Uribe que resultó ser Santos lo hace un traidor con todas sus letras. Y, sin embargo, ¡vaya paradoja!, el tipo termina convertido en el héroe nacional. O por lo menos es lo que se colige después de conocer su abrumador porcentaje de popularidad que rebasa, incluso, al obtenido, en idéntico período, por Álvaro Uribe y al que todos creíamos imbatible.

Este aparente contrasentido puede ser una invaluable lección para todos. El país, sitiado por la violencia, se exasperó hasta tal punto que no le importaron las prácticas maquiavélicas que se llevaron a cabo durante 8 años. “El fin justifica los medios”: haz lo que tengas que hacer pero sácame de esta situación, parecía pedirle a gritos el país a Álvaro Uribe. Delegar esa omnipotencia sólo sale bien en las películas de James Bond. La vida real cobra esos desenfrenos. Y los ciudadanos pagan con su libertad, tal como lo ha demostrado la historia del mundo y, especialmente, la corta y violenta historia latinoamericana, atestada de pintorescos y sanguinarios tiranos. Hicimos –salvo valientes excepciones- lo de los tres monos: no vimos, no oímos, ni dijimos nada. Aunque por motivos nada místicos.

Sin saber si las cosas seguirán así, lo cierto es que, hasta ahora, se ha demostrado que las cosas se pueden mejorar sin romper los diques (valga la metáfora más que nunca) del cauce democrático. La insurgencia puede seguir combatiéndose, a la par que se respeta a la oposición y a los otros poderes. El reto es hacerlo, también, al tiempo que se actúe efectivamente contra la inequidad económica y social, contra la lentitud e ineficiencia de la justicia, contra la corrupción, y contra la delincuencia organizada (causas, todas ellas, a la larga, de la insurgencia).

Obviamente no todo es color de rosa: 10 minutos de cualquier noticiero nacional (independientemente del amarillismo patético de algunos) nos revelan un caos social y ético generalizados, que nos hace preguntarnos en qué clase de manicomio de pesadilla vivimos.

En consecuencia, hay muchísimo por hacer, y Santos puede seguir siendo el héroe que se convirtió en tal por ser un traidor. A veces desconfiamos: por supuesto, somos colombianos. Y lo que nos es corriente es que una cosa que esperábamos que saliera bien, salga mal; y no al contrario. A eso hay que sumarle la reputación de tramposo que para algunos tiene Santos, afortunadamente confirmada al iniciar su mandato. Y digo afortunadamente, porque si bien todo esto puede ser una trampa más para lograr otros propósitos ocultos, hasta ahora el timo efectuado a los continuistas nos ha beneficiado. De modo que, por favor presidente, siga así. Siga con su engaño. Siga metiéndonos, como decía el genial Cortázar, liebre por gato.

sábado, 22 de enero de 2011

TRES VERSIONES DE SAMUEL MORENO

"Lo que más rápido aprende un gobierno de otro es el arte de sacar dinero del bolsillo de la gente" Adam Smith

Que a la realidad le gustan las simetrías, como afirmaba Borges, parece un hecho irrefutable. Se sabe que un poema, supuestamente autoría del mismo Borges, fue hallado en el bolsillo de la camisa del padre del periodista colombiano Héctor Abad la tarde de su asesinato. No obstante su verdadero origen es un misterio que ha dado para toda clase de especulaciones y desconcertantes versiones.

Así, ayer,mientras buscaba unos papeles encontré, en una improbable gaveta, un manuscrito (la fecha está borrosa y sólo se advierte el mes: marzo o mayo) firmado por un tal J.L. Borges:Tres versiones de Samuel Moreno.

La copiosa extensión del manuscrito no me permite transcribirlo, por lo tanto me limitaré a resumirlo guardando la mayor fidelidad posible a las tesis allí expuestas.

Todo el documento hace referencia al burgomaestre de una ciudad (al parecer suramericana), cuya asombrosa incompetencia para dirigirla suscitó una verdadera tormenta de hipótesis entre politólogos e intelectuales acerca de ese desastroso desempeño que rayaba en lo inverosímil.

Borges fatigó todas las explicaciones posibles y, despuès de descartar (por candorosamente obvias), las de mezquindad o deshonestidad y mediocridad o estupidez del alcalde, pues el intolerable caos de la ciudad tenìa que tener otra explicación, dejó sólo registro de tres.

La primera apunta a que Samuel Moreno (tal era el nombre del alcalde) fue seleccionado por atemorizados sectores de ultra derecha, para abismar en el desprestigio a la izquierda democràtica (que recientemente había tenido avances significativos en los países vecinos). La estrategia no por su simpleza dejaba de ser ingeniosa: se seleccionaba a la persona idónea, un hombre de derecha con todas las de la ley, y se infiltraba en las filas del partido opositor: el izquierdista Polo Democrático. Luego, a través de un soterrado pero minucioso trabajo proselitista, se lograba la victoria en las urnas. De ahí en adelante se dependía del talento de la ficha seleccionada.

En el ejercicio de su cargo, el alcalde debía minar los fundamentos mismos de la ciudad y sumir a sus habitantes en un estado de desmoralización sin precedentes, con lo cual, el desprestigio absoluto del partido era inminente. Así quedaba conjurada la amenaza izquierdista.

El egregio hombre de Derecha,se había rebajado a izquierdista con tal de salvar la causa.

No obstante lo anterior,en la segunda parte, Borges propone otro móvil para la forma de actuar del alcalde: cito textualmente: "un hiperbólico y hasta ilimitado ascetismo" (¿plagio?). Ascetismo al que quiso arrastrar a sus amados gobernados para que, a través de penitencia y privaciones, lograran la purificación del espíritu. Con la ciudad en tales condiciones los ciudadanos estuvieron al nivel de los monjes Eremitas o Anacoretas. Mientras tanto él, para no caer en el espantoso pecado de vanitas vanitatum, se creyó indigno de ser un buen alcalde: optó, humildemente, por ser el peor.

Dice Borges que Samuel Moreno pensó que la felicidad es un atributo divino que no debían usurpar sus gobernados.

En la última parte, que es la que más convence a Borges, la conclusión es monstruosa. Al principio, Borges, reflexiona sobre la transmigración de las almas. Agota todas las posibles variaciones que le ofrecen los numerosos tratados que consulta sobre religiones: lee a los celtas y a los druidas britànicos, pasa por el hinduismo, estudia a los egipcios, pero nada logra satisfacerlo. Finalmente da con una oscura religiòn (mezcla desordenada del taoísmo, shintoismo) practicada por una tribu que en algún momento en el siglo IX o X emigró de Asia a una de las más pequeñas islas del archipiélago que conforma la actual Repùblica de Kiribati al noreste de Australia.

Para estos creyentes, el alma transmigraba de un cuerpo a otro (nada nuevo hasta ahí), pero (y aquí viene la parte que le reafirmo a Borges el argumento que él, sin duda, estaba buscando) el alma podía elegir, en cualquier momento, para reencarnar (o invadir) al cuerpo que se le antojara. Pero sólo por una vez.  Ergo, de alguna manera, estaba escogiendo su propio destino. Muchas consideraciones después, termina conectando
todo esto con otra teoría del mismo corte de la conspirativa expuesta en la primera parte. 

En su sesuda explicación, Borges descubre al alma atormentada de Adam Smith, cuya idea de la acumulación de capital como fuente de riqueza, se estaba viendo amenazada por el sorpresivo avance izquierdista democràtico. Partiendo de la misma estrategia maquinada por las fuerzas derechistas, encaminada a poner al Polo Democrático fuera de combate a través del desprestigio, el alma de Smith transmigraría y se reencarnaría en un dirigente de izquierda. El resto es básicamente igual.

Al final, Borges comprende la gran ironía de su descubrimiento: para luchar contra la izquierda Smith pudo elegir (cito otra vez) "cualquiera de los destinos que traman la perpleja red de la historia" (¿auto plagio?). Pudo ser Milton Friedman o Winston Churchill; eligió un destino ínfimo: fue Samuel Moreno

PARA QUE NO SE SEPA

Difícil no referirse al tema de Wikileaks.  Está por todas partes y, todo indica, se perfila como una gran coyuntura en términos de relaciones diplomáticas internacionales, las que, a partir del momento en que se destapó el escándalo, cambiarán para siempre… ¿O no?.  Al respecto he leído, visto y oído de todo.  En la radio, en la televisión, en las columnas de prensa nacionales e internacionales. A favor y en contra: que muy bueno para saber cómo manejan el poder aquellos a quienes se lo encomendamos, que en adelante las relaciones entre algunos países van a cambiar para siempre, que es delincuencia informática, que la diplomacia propiamente dicha entrará en crisis, que es caldo de cultivo para la inspiración de actos terroristas, que la transparencia va a campear en el mundo, que encontramos la piedra filosofal de la política y las relaciones internacionales y un largo etcétera.
Pero ¿es la primera vez que pasa algo así? Ciertamente no. ¿Cambiará para siempre la diplomacia internacional? Ciertamente tampoco.  O por lo menos no en su fondo.  Puede que cambie, a lo sumo, algo de su forma (el medio de comunicación por ejemplo, o su configuración de seguridad).  A ver si logro transmitir lo que pienso al respecto: si bien el escándalo de Watergate, tuvo abundantes repercusiones en E.E.U.U. (y en el mundo) y, de hecho, le costó el puesto al, a la sazón, hombre más poderoso del planeta, ni al más cándido de los optimistas se le ocurre que ese escándalo cambió en algo la sustancia de las prácticas políticas estadounidenses.  Pienso que, simplemente, ahora, lo que hacen, lo hacen con muchas más precauciones. Para que no se sepa.
 Porque es bien sabido que en política (o mejor: para los políticos.  A menudo confundimos una dimensión tan importante y fundamental de la humanidad como es la Política, con  los mediocres criminales que suelen practicarla)….es bien sabido, digo, que para muchos políticos, la cuestión no está en hacer las cosas sin ética ni responsabilidad, sino en el hecho de ser descubiertos haciendo las cosas así.
Por lo tanto, no: no va a cambiar nada.  No me imagino a muchos políticos colombianos desvelados pensando de dónde sacarán los recursos para sus próximas campañas puesto que a partir del proceso 8000 resolvieron no considerar el ingreso a éstas de dineros de dudosa procedencia.  O a Hillary Clinton despertando en medio de un charco de sudor debido a las pesadillas que le produce el hecho de que ahora su gobierno ya no podrá injerir en los asuntos internos de otros países. O el manojo de nervios en que estarían convertidos, desde que se supo que el régimen de Hussein nunca fabricó armas de destrucción masiva, los empresarios de la industria del acero y las armas de Estados Unidos, por cuenta de la imposibilidad futura de presionar al gobierno para que se involucre en otra guerra inventada.
¿Que se supo como mangonean unos gobiernos a otros de la manera más cínica y humillante?  Cierto. Pero, en serio, ¿no nos lo imaginábamos así?  Muchas mentiras, manipulaciones de información, altanerías, intrigas, lagarteos, delitos, encubrimientos, ruindades, mezquindades, traiciones, chismes, crímenes y otras porquerías salieron a la luz pública.  Pero la noticia, realmente, fue esa: que salieron a la luz pública.  No lo hechos en sí, que ya todos sospechábamos e incluso sabíamos.  No obstante, muy seguramente esa es la punta del iceberg de todos esos asuntos.  Conocimos (o confirmamos) lo trivial.  Lo verdaderamente importante, lo que usan para someternos, permanece oculto.  Aunque, ciertamente, mucho de ello lo podemos suponer.
Los poderosos siempre tendrán secretos (porque en ello reside gran parte de su poder).  Y siempre buscarán (y encontrarán) las formas de mantenerlos así: secretos. Sea por medio de sobres lacrados con anillos reales, de ejecución de heraldos, de desapariciones de ciudadanos, de prácticas criminales de los servicios secretos de seguridad del Estado y hasta de maldiciones faraónicas.  Y ni Wikileaks, ni un ejército de Julianes Assange podrán extinguir a esa estirpe de individuos que manejan a su conveniencia los asuntos del Estado, la información relacionada y las interacciones con gobiernos de otros Estados. Es parte de la naturaleza humana.  Está (sin duda) en nuestro ADN (también éste debidamente desclasificado por bio-hackers). 
Por ahora las relaciones entre gobiernos seguirán funcionando como han funcionado a lo largo de toda la historia: unos países opresores que mandan y otros oprimidos que obedecen. Cambiarán únicamente los nombres propios de los funcionarios o los nombres de los países (meros accidentes). Pero todo seguirá igual.  Sólo que, como dije antes, en adelante redoblarán los esfuerzos para que no se sepa.

ADIOS GRAN HERMANO

Primero se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío, no me importó.  Después se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista, tampoco me importó. Luego se llevaron a los obreros, pero como yo no era obrero tampoco me importó. Más tarde se llevaron a los intelectuales, pero como yo no era intelectual, tampoco me importó. Después siguieron con los curas,  pero como yo no era cura, tampoco me importó. Ahora vienen por mí, pero ya es demasiado tarde.
                                                                                                              Martin Niomeller

Era un día lluvioso y frío de agosto, cuando Álvaro Uribe Vélez entregó el poder al que se había aferrado durante ocho años y al que, de haber resultado nuevamente exitosas las artimañas ilegales utilizadas en la primera extensión de su mandato, se habría aferrado eternamente (la reelección presidencial era ilegal entonces, así como lo es hoy una segunda reelección consecutiva).
Fueron ocho años en los que es difícil no hacer un paralelo del país que fue, con la Oceanía de George Orwell en su, cada vez más, profética novela “1984”.  Para empezar, en Oceanía (país donde se desarrolla la novela: una Inglaterra en un futuro distópico) había un único partido (cómo no homologarlo al colombiano de la U) que regentaba el poder, cuya figura suprema y omnipotente era El Gran Hermano (homologuen ustedes esta vez), y cuyas tres consignas: LA GUERRA ES LA PAZ, LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD y LA IGNORANCIA ES LA FUERZA, podrían fácilmente haber sido inspiradas en el gobierno que terminó o en los representantes de las instituciones cuyo poder fue cada vez más  malsanamente concentrado en la figura del ejecutivo. 
A pesar de que el presidente siempre insistió en el eufemismo del conflicto interno, lo que siempre tuvimos aquí fue una guerra continua, cuyo objetivo ha sido atacar los resultados de la situación socio-económica del país y no sus causas. Referente a la segunda consigna, es increíble ver como las libertades constitucionales de los ciudadanos durante las dos últimas administraciones han sido atacadas y, de hecho constreñidas (eliminación de la dosis personal de la droga, lucha frontal contra el aborto, satanización de las relaciones sexuales prematrimoniales), con lo cual se configura una inaceptable intromisión del Estado en la vida privada de sus ciudadanos, rebajándolos a la condición de los esclavos de la colonia.  La tercera consigna la inspiraría mejor que el gobierno como tal, el representante de una de las instituciones fiscalizadoras que, debido a las numerosos engendros que resultaron de la reelección presidencial (que dio al traste con casi todos los procesos de control concebidos en la constitución), resultó siendo un vigilante de bolsillo del presidente: el Procurador, quien con su quema de libros y sus absurdas ideas medievales, le pone la cereza al pastel oscurantista que se ha horneado durante todo el Uribato.
Aparte de lo anterior existen inquietantes similitudes entre algunas instituciones existentes en la Oceanía de El Gran Hermano y la Colombia de Uribe, e incluso habría expresiones en neolengua (tal era el nombre del lenguaje desarrollado en Oceanía, destinado a tergiversar y controlar la realidad) que bien podrían aplicarse aquí. 
En Oceanía existía la espeluznante Policía del Pensamiento cuya finalidad era detectar y capturar a cualquier individuo que pensara diferente a los dogmas establecidos por el partido (¿cómo no pensar inmediatamente en el DAS con sus masivas interceptaciones ilegales a teléfonos de adversarios políticos de nuestro Gran Hermano?).  Y a propósito de éstas últimas, las interceptaciones (al ex candidato presidencial por el partido opositor, Carlos Gaviria, a la Corte Suprema de Justicia y a más de cien personalidades de la vida pública nacional), o chuzadas para usar el eufemismo de turno, las relacionaría con la advertencia omnipresente en la Londres de la novela: EL GRAN HERMANO TE VIGILA, así el inefable asesor presidencial, José Obdulio Gaviria, el hombre de las frases de relumbrón, en una entrevista asegurara que todo no era más que un montaje de la insurgencia que buscaba presentar al ejecutivo como un dictador y así aquella obtener legitimación o razón de existir. (Aún así, el gobierno no se contentó con el mencionado eufemismo, y decidió que recompensaría con 200 millones de pesos a quien diera información conducente a atrapar a los culpables, con lo cual convalidó uno de los mecanismos del Partido de la novela de marras: EL QUE CONTROLA EL PASADO, CONTROLA TAMBIÉN EL FUTURO.  EL QUE CONTROLA EL PRESENTE, CONTROLA EL PASADO.   Con todo esto se trata de distorsionar la realidad hasta tal punto en que llegamos a la situación de pájaros disparándole a las escopetas. La mentira, la manipulación cínica y descarada, para desviar en un tercero las culpas propias.
 Pero las similitudes no se limitan a instituciones, sino también a los conceptos. Así, los de la prole (clase baja de Oceanía), no eran considerados seres humanos, tal como no fueron considerados seres humanos las más de 1043 ejecuciones extrajudiciales (u homicidios en persona protegida) cometidas por las fuerzas armadas (los tristemente célebres falsos positivos: el más macabro de los eufemismos), que eran presentadas como éxitos militares (igual ocurría en los notirrelámpagos de la novela, que a costa de este tipo de noticias vaticinaban el pronto final de la guerra) sin contar a otros tantos que habrían sido vaporizados, para usar un término Orwelliano: nunca existieron.
De hecho, tampoco estarían fuera de lugar en la Colombia 2002-2010 algunas de las expresiones en neolengua Oceánica:  crimental (pensar diferente al régimen, como aquí en Colombia algunas ONG, los partidos opositores, algunos congresistas, las Cortes), doblepensar (proceso por el cual se desechan los pensamientos contradictorios con los dogmas del partido y se sustituyen por los ajustados a los mismos, tal como debieron haberlo hecho estos ocho años los miles de áulicos y lacayos de Uribe: no es concebible tamaño alejamiento de la realidad de tanta gente de no aplicar el doblepensar). De ahí se desprenden también piensabién, paracrimen (parar en seco los razonamientos contrarios a la ortodoxia del partido, así se vaya en contra de la lógica)
(Había olvidado anotar que en la Oceanía de Orwell los dogmas de El Partido buscaban quitarle todo placer al acto sexual, y este sólo era admitido con la finalidad de engendrar hijos, ¿recuerdan ustedes aquella reunión de Álvaro Uribe (siendo presidente) con los pastores de la Fraternidad Ministerial Cristiana, en la que hablo de Dios como Arquitecto Creador, y en la que incitó a los presentes a que le ayudaran en la difusión de un mensaje que exhortara a los jóvenes a abstenerse de mantener relaciones sexuales prematrimoniales (que aplazaran el “gustico” y lo reservaran para la familia)?
 Como en la novela, el presidente y su equipo de gobierno pretendían convertir a Colombia en “una nación de guerreros y fanáticos que marchaba en bloque (…) pensando todos los mismos pensamientos, y repitiendo a grito unánime la misma consigna, trabajando perpetuamente, luchando, triunfantes, persiguiendo a los traidores…  Traidores que, como el Goldstein de la novela (el personaje a ser odiado, el traidor por antonomasia), abogaban por libertad de palabra, prensa (recuérdese nuestro  caso doméstico de Hollman Morris en la liberación de un grupo de secuestrados, por sólo poner un ejemplo), reunión y pensamiento.
No obstante todo lo anterior, según la última encuesta de la firma Gallup, el presidente se retiró con un inverosímil porcentaje de aceptación o popularidad del 75%.  Uno se pregunta: ¿qué le pasa a toda esa gente? Ya no les pasa nada: se vencieron a sí mismos: aman a Álvaro Uribe. 

Robin Hood a través del espejo

Cuentan que el escritor británico Lewis Carrol, se inspiró para escribir su obra “Alicia a través del espejo” (la inolvidable secuela de “Alicia en el país de las maravillas”) en una pregunta que le hizo a una pequeña niña (llamada Alicia), vecina suya, que jugaba en una habitación con un gran espejo adosado a una de sus paredes: ¿en que mano tengo la naranja? Preguntó Carroll a la inocente pequeña.  -En la derecha. Contestó la infante sin vacilar.  -Y si miras en ese espejo ¿en que mano la tendría?  -En la izquierda.. Respondió intrigada la niña. -¿Cómo  explicas eso? Le preguntó Carroll, entusiasmado por oír la respuesta de la niña.  -Si yo pasara a través del espejo, la tendrías en la derecha.  Esa fue la inteligente respuesta de Alicia y que se convirtió en el punto de partida de inspiración del creativo autor para concebir su famoso libro en donde las  cosas suceden en una especie de negativo de la realidad.  Así, un rey mete el pie izquierdo en el zapato derecho, y un tren que toma la protagonista se mueve en el sentido inverso al esperado: en general, los eventos ocurren a la inversa de cómo uno imagina que deben suceder.
Se me ocurre que de vivir Lewis Carroll en el presente colombiano, podría prescindir del incidente con su vecinita, y sólo le bastaría hojear algunos periódicos o ver el consejo comunal al que el Presidente Uribe invitó a su exMinistro de Agricultura Andrés Felipe Arias a que se defendiera de las acusaciones que han llovido en estos días en torno al escándalo de Agro Ingreso Seguro.  Teniendo en la mente la obra “Robin Hood” (aquel justiciero de los bosques de Sherwood que robaba a los ricos para darle a los pobres) que seguramente leyó en su juventud el buen Carroll, y uniendo cabos sueltos de una situación y otra, de seguro  habría imaginado de golpe todo un argumento nuevo para su libro e, incluso, se habría valido de algunos de los personajes que pueblan la fauna política colombiana (Por ejemplo, Twelldede y Twelldedu podrían, en cambio, ser Jerónimo y Tomás).
Porque tal como está diseñada la ley, que aprovecharon sin titubear grandes terratenientes del país, parece propicia para haber sido ideada por  Robin de los bosques  quien, en un rapto de curiosidad, atravesara un espejo (el de los baños del congreso, por ejemplo) y se dedicara a robar masivamente a los pobres para repartir grandes sumas a algunos ricos amigos suyos, que es lo que , en plata blanca, están haciendo el exminintro Arias, su sucesor y toda una pandilla de rufianes que manejan, a su libre e impune arbitrio, los recursos provenientes de los impuestos pagados con el sudor de la frente de toda una nación, para favorecer los intereses de poderosos compadrones, colaboradores de campañas electorales pasadas (y futuras, por supuesto).
Y lo realmente preocupante de todo esto, es que la cosa podría resultar relativamente pasajera: en el improbable caso de que todos los beneficiarios de la luciferina ley devolvieran lo desembolsado, seguramente habría voces que tratarían de acallar la indignación de muchos con un aquí-no-ha-pasado-nada, y todo transcurriría como metido en el letargo del calor de las dos de la tarde en Macondo: inmóvil, irreal, inoperante.  Es decir, si no estuviéramos a través del espejo, la carrera política del exministro, la de su marioneta (el actual ministro de agricultura), e incluso la del mismo Presidente de la República habrían concluido sin remedio hace semanas (en contraste, al parecer la popularidad del Presidente sube: es verdad: la realidad supera a la ficción).
Todos estos episodios unidos a otros escándalos, como la adjudicación de la zona franca a los hijos del Presidente o la ley del manejo de las basuras (que pretende despojar a los recicladores de la única forma de trabajar que conocen o que les ha dejado el caos social de este país, para beneficiar a una empresa de los mencionados y poderosos delfines) harían parecer que no bastaría un Robin Hood a través del espejo sino, tal vez, un ejército de ellos.  Hordas y hordas de inescrupulosos flecheros que cercaran a los muchos pobres de este país y los despojaran sistemáticamente de lo poco que les va quedando para repartirlo sin remordimientos en ruidosas jaranas de amigotes del régimen. 
Todo esto huele mal.  Está podrido.  Y es completamente anti-ético aparte de ser una infamia de toda la clase política involucrada.  Mucha de ella áulica, lacaya o simpatizante de la figura de un presidente que la inspira a obrar así, y a quién en su infinita soberbia y egoísmo y megalomanía le convendría saber lo que en una ocasión dijo Oliver Wendell Holmes jr.: “El secreto de mi éxito es que de joven descubrí que no era Dios”.