viernes, 26 de agosto de 2011

SI DIOS FUERA NEGRO

“Si Dios fuera negro -mi compay- todo cambiaría/
Fuera nuestra raza -mi compay- la que mandaría/
Negro fuera el Papa /
Y negro el ministro/
Los angeles negros/
Negro Jesus Cristo -compay-“

Si Dios Fuera Negro, Roberto Angleró

Navegando por las ediciones digitales de las últimas revistas Semana, en la sección Monólogo de Antonio Caballero, di con una caricatura muy interesante que había pasado por alto. En ella se presenta a un oligarca (un plutócrata) vestido de traje que, sentado en una poltrona que descansa en una predecible alfombra persa, sostiene en una de sus manos el consabido trago de whisky a la vez que se pregunta (realmente lo hace su otra mano a través suyo, aunque el cuestionamiento se hace extensivo a él como miembro de algún grupo) por qué llaman mano negra a un conjunto de dedos blancos (y palma y dorso y muñeca).

El asunto encierra un ejercicio semiótico sugestivo. En occidente, en la tradición judeo-cristiana, estamos habituados a asociar el color negro o la oscuridad con lo malo (aunque, casi siempre en menor medida, también haya sucedido en otras culturas).  Explicaciones hay muchas: desde la caída a los oscuros infiernos del ángel más prestigioso del cielo y preferido de Yaveh debido a su belleza (Lucifer, que significa paradójicamente “el portador de la luz”), hasta la maldición de Noé a los -más oscuros de piel- hijos de su nieto Canaán, condenados a ser esclavos de las progenies de sus otros nietos.  No obstante, ese ignaro y atroz argumento no tiene siquiera el más mínimo asidero histórico-religioso: para los disonantes cognitivos que creen que lo que dice la biblia debe cumplirse a pie juntillas, allí no dice por ninguna parte que la descendencia de Canaán tuviese la piel más oscura -como se ha pretendido dar a entender-, por lo que es de suponer que esta adición debió surgir cuando empezó el tráfico negrero, como una justificación al brutal acto (el mito camítico). El caso es que siempre que vamos a referirnos a algún suceso o concepto que tenga connotación negativa, acudimos al negro y sus sinónimos o derivaciones: lunes negro, fuerzas oscuras, lista negra, mercado negro, pronóstico sombrío, etc…Y, por supuesto, mano negra.

Como “La Mano Negra” primaria se conoce a una organización anarquista creada a finales del siglo XIX en Andalucía, cuya función era perpetrar todo tipo de actos violentos con fines intimidatorios.  Es de suponer que también existía una institución similar en Italia, si nos basamos en la novela “El Padrino” de Mario Puzo, en la que una de las muchas bifurcaciones de la Mafia Siciliana, y que actuaba en la Little Italy de los albores del siglo pasado en Nueva York, tenía a su vez una rama llamada “Mano Negra”, que se encargaba de “extorsionar a las familias y los comerciantes bajo amenazas de violencia física”.  Muy católicas Italia y España al fin y al cabo. Y en la no menos católica Colombia de mediados del siglo XX surgió también una organización subterránea, denunciada por Alfonso López Michelsen, y a la que, desde luego, se bautizó como “Mano Negra”.

Esas organizaciones están generalmente conformadas por los plutócratas que manejan los hilos de sus países o regiones, bien sea por las “buenas” (a través del contubernio con la corrupción política) o por las malas, a través de violentos grupos extremistas al margen de la ley.  Lo curioso es que esos plutócratas, en Colombia, generalmente son blancos, no negros.  Lejos de importarles mucho el asunto racial tipo Ku Klux Klan (aunque también, además de todo lo demás que difiera de su propio arquetipo: creencias religiosas, orientación sexual, “ideas” políticas), lo que realmente los mueve –en la actualidad- está asociado al tema económico: control (robo) de tierras, resistencia a las conquistas laborales, oposición a ultranza a las reivindicaciones sociales.

Si bien es irresponsable pretender que el Estado oficie como un padre benefactor que satisface todos los caprichos de una sociedad a costa de endeudamientos crecientes e insostenibles, tampoco es justo, en este, el país de la inequidad en la repartición de la riqueza por antonomasia, permitir que grupúsculos terroristas sigan gozando de unas prerrogativas criminales, mientras otros  grupos de ciudadanos de la misma nación se mueren de hambre. (Increíblemente, incluso Estados Unidos parece ir en esa dirección por cuenta del Tea Party: una mano negra a plena luz del día -si es tolerable el oxímoron, como diría Borges-).

Como consecuencia de los atentados con bomba en Bogotá de hace unos meses -dirigidos aparentemente a la familia de Álvaro Gómez para presionar el cese en las investigaciones sobre su asesinato- el Presidente Santos habló de dos manos negras actuando en Colombia: una de izquierda y otra de derecha.  Después de las declaraciones los dos bandos ideológicos (la izquierda y la derecha) se rasgaron las vestiduras. Era apenas predecible: los dos bandos opinaron que Santos estaba equivocado.  Y yo creo lo mismo: que el presidente está equivocado, pero no por las razones que esgrime uno u otro bando, pues también creo que los dos bandos lo están. 

Y pienso que Santos se equivoca porque, ex profeso o no, esos asuntos meramente semánticos o simbólicos se confunden con lo conceptual.  Llamar izquierda o derecha (o extrema derecha o extrema izquierda) a grupos que son simplemente criminales y asesinos –terroristas- es un despropósito que mancilla el Pensamiento de una u otra corriente (si es que es posible hacer una clasificación en ese sentido que no sea tremendamente vaga y subjetiva).  Porque, ¿qué puede tener que ver un acto terrorista de esa índole con lo que pensó Carlos Marx o con lo que concibió Adam Smith? No, no son respetables ideólogos  señor Presidente: son simples criminales. 

Los dos bandos ideológicos (la derecha y la izquierda), se equivocan por su parte en que, ya entrados en gastos con la afirmación de Santos, es notorio que no son buenas señales sus airadas protestas y el hecho de darse por aludidos y aferrarse a un negacionismo estúpido: el que una ideología sea respetable y, además, sea probablemente la mejor opción para el país, no evita que  homicidas y delincuentes se arroguen la representación de esa ideología para cometer todo tipo de desafueros, y que de hecho “militen” aquí o allá.  Negarlo es una especie de complicidad; lo acertado sería asumir las acusaciones como un punto de partida de investigaciones internas que arrojen luces sobre la verdadera composición de la organización, cualquiera que sea su tendencia.

Y además está lo simbólico: aquello de la denominación mano negra.  Sin querer llevar –no se trata de eso- a extremos ridículos el lenguaje políticamente correcto (como referirnos al fenómeno en términos de extremidad superior que no refleja el color), creo que en algunos casos, como este, debíamos dejar los sofismas o eufemismos que estigmatizan –por asociación de ideas- a determinados grupos humanos, máxime cuando son a menudo minoritarios y víctimas de otros grupos dominantes y opresores. 

Llamemos al pan, pan y al vino, vino, como dice el refrán.  Así que, esos grupos no son manos de ningún color (apelativos que incluso podrían hasta conferirles algún tipo de misterioso glamour): son simplemente grupos terroristas, criminales, delincuentes, asesinos.  Grupos que para lograr sus egoístas objetivos son capaces de perpetrar los actos más siniestros. (Y la palabra “siniestro” viene de izquierdo, y está asociado a malo porque en el mundo hay muchos menos zurdos que derechos ¿Lo ven?).

Oir canción "Si Dios fuera negro"  Rubén Blades & Roberto Angleró

http://www.youtube.com/watch?v=XZ7l7pTlxZA&feature=related

viernes, 19 de agosto de 2011

LA REBELIÓN DE LAS MASAS

“Pretender la masa actuar por sí misma es, pues, rebelarse contra su destino, y como eso es lo que hace ahora, hablo yo de la rebelión de las masas” La Rebelión de las Masas, Ortega y Gasset

El vandalismo que se tomó por asalto a Londres, Birminghan y otras ciudades inglesas dista mucho de ser un caso aislado.  Antes –aunque con un carácter más pacífico- el fenómeno 15M había invadido a Madrid, La Coruña, Barcelona y otras ciudades españolas con movimientos como ¡Democracia Real Ya! O Indignaos.  Lo anterior, a su vez, se dio cuando todavía el caos de la llamada Primavera Árabe ponía a temblar a los gobiernos de la zona: las revueltas de Túnez y Egipto, sumadas a disturbios en Libia, Argelia, Jordania, Marruecos y una larga lista de países árabes, habían costado la permanencia en el poder de tiránicos dirigentes, y obligado a otros a prometer drásticos cambios enfocados a políticas más democráticas.

Por otro lado, factores como la crisis del Euro, la degradación de la calificación triple A de E.E.U.U., la amenaza de desaceleración de economías emergentes y de enorme influencia planetaria como la china, los temores generalizados de recesión mundial en momentos en que los mercados no se han recuperado todavía del anterior ciclo, hacen que todos los disturbios señalados antes, enmarcados en esos violentos altibajos que han caracterizado a la economía global en los últimos lustros, nos presenten un mundo en estado de convulsión que probablemente prefigure un nuevo orden mundial y un cambio de proporciones gigantescas en el modo de vida contemporáneo.

Elementos comunes que acompañan a las anteriores circunstancias no son difíciles de detectar.  Por un lado, está la avasalladora interconectividad que singulariza a las relaciones actuales: las redes sociales y fenómenos de espionaje y sabotaje ultramodernos, como Wikileaks  y Anonymous, son ejemplos perfectos. Por otro lado, está la locura derivada del ciego carnívoro que ha resultado ser el imperio del libre mercado llevado a extremos mezquinos, que con sus insaciables y atolondradas dentelladas devora instituciones e ideas políticas y ha terminado por dar al traste con un Estado de bienestar que prometía la reivindicación de la dignidad humana (referido, por supuesto, a un Estado de bienestar que nutra sus arcas a través de impuestos, no de deuda). A cambio de ese Estado de bienestar, tenemos desempleo creciente, sobre todo en la franja de los más jóvenes, aumento de la fisura entre los muy ricos y el resto de la población, y poder casi absoluto de las grandes multinacionales.

Si aceptamos las ideas expuestas por el filósofo español Ortega y Gasset en su libro “La Rebelión de las Masas”, encontramos allí al hombre masa, cuya aparición en el siglo XX constituyó una verdadera rebelión de éste sobre la antigua concepción de la vida. El hombre masa, para Ortega, se caracteriza por un conformismo con su modo de vida: el progreso tecnológico, la abundancia derivada de éste, lo mantiene en una situación de confort que lo hace alinearse con comportamientos y concepciones superficiales acerca de la vida (desde el punto de vista de su relación con la sociedad y consigo mismo).  Es un niño mimado que desprecia a toda forma de autoridad, toda posibilidad de trascendencia como ser humano e incluso aquello que le permite su parasitario y anodino modo de vida.  Es una especie de autómata destinado a saber mucho acerca de algo, y ufanarse de ignorar olímpicamente el resto de dimensiones del saber humano. Su realidad consiste en aprovechar las facilidades que le da el entorno, rebelándose contra la propia civilización que le da esas mismas facilidades, pues pretende dirigir, con base en la caprichosa veleta de sus conveniencias, su propio destino, al margen de todo el andamiaje cultural, ético y espiritual sobre el que se asienta esa misma civilización: un bárbaro afortunado.

Pasando por alto el fantasma de Humberto Eco (“Apocalípticos e Integrados”) que merodea retrospectivamente en el texto de Ortega, notamos una engañosa paradoja entre lo visualizado por Ortega y los sucesos -a los que nos referimos al principio- de los comienzos de esta segunda década del siglo XXI.  Aunque para Ortega el término hombre masa no tiene nada que ver con estratos sociales (es simplemente una actitud ante la vida, el hombre masa puede ser el presidente de una multinacional, como ya veremos), a lo que estamos asistiendo ahora en Europa, los países árabes y quizás pronto E.E.U.U., es a una rebelión (ya en el sentido mas motinesco, de la palabra) de las grandes masas oprimidas que ya no están conformes con su entorno y, por lo tanto, pierden sus características de hombre masa en ese aspecto, aunque conserven otras de sus características: su superespecialización, su ignorancia, su frivolidad.

A la luz de Ortega, podríamos decir que la actual crisis está alimentada por el apoderamiento del liderazgo del mundo por parte del hombre masa  (un liderazgo, desde luego, raquítico, quebradizo, voluble.  Involuntario en tanto liderazgo en sí, y más bien utilizado para conseguir su hábitat de hombre masa). Ese hecho, hace que sujetos de esas características abonen el terreno para el avance del llamado capitalismo salvaje, donde encuentran su zona de confort: son ricos y poderosos, se han vuelto o pueden volverse, y eso les basta (¿Espiritualidad? ¿Misticismo?... ¡Bah!: dales un convertible y asunto arreglado).  La indiferencia ante el otro, el que no se le parece, hace su aparición, porque simplemente no le importa: desprecia a sus congéneres que no son iguales a él, que no comparten su misma zona de confort de avaricia, frivolidad, mezquindad, insensibilidad.  Su sentido de la ética (el del líder, o más bien, el de la nueva figura del líder) se ha transformado y no le permite solidarizarse con sus semejantes, que, mientras tanto, se hunden en la desesperanza, la pobreza, el desempleo, la humillación, la indignidad y la rabia de ver desde abajo la grosera ostentación de los de arriba. Y ese desequilibrio entre los individuos y grupos sociales, por la conformación misma del esquema, se traslada indefectiblemente al comportamiento de la Economía.

La interconectividad, por su parte, redondea el trabajo. Para algunos –los tercermundistas- el descubrimiento de otros niveles de vida diferentes al suyo, a través de los nuevos instrumentos de comunicación, da una nueva perspectiva  acerca de las novedosas conformidades a las que puede acceder el hombre masa; mientras para otros –el mundo desarrollado- el paulatino proceso de pauperización de la propia situación –no en vano alguien decía recientemente que el primer mundo desarrolló su propio tercer mundo-, hacen que ésta ya no sea de confort, muchísimo menos comparada con la jactanciosa y omnipresente exhibición de los poderosos a través de los numerosos canales de comunicación de hoy día (amén de la extraordinaria capacidad de convocatoria que esos mismos canales de comunicación otorgan ahora a los no poderosos, y que se convierte en una verdadera bomba de tiempo).

Son, entonces, dos rebeliones de distinta naturaleza y a cargo de dos tipos de masas diferentes en su definición. Contradictorias, pero, al fin y al cabo, complementarias e inevitables. El hombre masa ha engendrado el germen de su propia destrucción.

jueves, 11 de agosto de 2011

MEMENTO

                                                                                                        "La mujer del César no sólo debe serlo,
                                                                                                                         sino parecerlo”   Julio César

Los que hayan visto la película Memento estarán de acuerdo conmigo: tiene uno de esos buenos guiones  que se ven muy de cuando en cuando. Si tienen la oportunidad de verla por primera vez, háganlo: no se imaginan cuánto los envidiamos aquellos a los que ya sólo nos queda el consuelo de repetirla.  Como asumo que algunos no la han visto, únicamente mencionaré que Leonard (el protagonista), después de supuestamente sufrir un bestial ataque en su casa a manos de un intruso –en el que resulta muerta su esposa-, termina aquejado por una rara condición (amnesia anterógrada) que le impide a su mente fabricar recuerdos nuevos; en consecuencia, Leonard recuerda todo lo referente al tiempo anterior al ataque, pero para recordar acontecimientos recientes se ve obligado a recurrir a fotografías, a afanosas notas que almacena en los bolsillos y a información más importante que se tatúa en el cuerpo.  Lo anterior no solo lo ayuda a saber dónde está, para dónde va, que va a hacer y demás actividades cotidianas, sino que constituye un recordatorio permanente de su máxima motivación en la vida: la venganza: matar al asesino de su esposa.

Pero ¿por qué la recordé? Sencillo: la recordé porque caí en cuenta de que nosotros no recordamos: sufrimos de un tipo de memoria antérograda en muchos órdenes de nuestra vida cotidiana de colombianos. No hablemos de política, porque en ese campo las explicaciones de la rara condición sobran. Pienso, más bien, en el caso de “Bolillo” Gómez.  Es sabido que en el deporte (y más en uno que despierta tantas pasiones en tantos países –Colombia incluido- como el fútbol) las victorias coyunturales suelen tapar largos historiales de fracasos (no en vano se ha llegado a asimilar la emoción de un gol anotado por el equipo de los amores con un orgasmo).   No obstante, es asombroso el hecho de que nos hayamos visto, una vez más, ante la tesitura de la conveniencia o no de la continuidad de Gómez al frente de la dirección técnica de la Selección Colombia: ¿tendremos que tatuarnos el cuerpo con un “no más Bolillo”?

Sabemos que no es la primera vez que “Bolillo” se mete en problemas: recordemos cuando, al regreso del mundial del 94, sin advertir que los micrófonos de la rueda de prensa a la que a acudió estaban abiertos, y refiriéndose a los periodistas presentes, dijo: “algún día voy a matar a un hijueputa de estos”.  O cuando en plenas eliminatorias al mundial del 98, en Barranquilla, se fue a las manos con un aficionado* que le reclamaba, con la consecuencia de que terminó con el ojo tan colombiano como le quedó el suyo -derivado de los puñetazos de “Bolillo”- a la mujer que lo acompañó a una discoteca en el norte de Bogotá el fin de semana pasado. Reacciones intolerables en un personaje público. Es como si un presidente de la república resolviera decirle a un subalterno que le va a romper la cara, marica.

*Aunque realmente, mientras el aficionado se fue a las manos con “Bolillo”, éste sólo alcanzó a irse a  los ojos con el aficionado.

¿Se nos olvidaron, entonces, –entre muchos otros- los anteriores incidentes?  Si bien a raíz de lo ocurrido he leído los absurdos más increíbles (como el de comparar a Bolillo con el pederasta Garavito), es indudable que este señor no tiene el manejo necesario para desempeñar un cargo de esa categoría; un cargo que se ve sometido a tantos cuestionamientos y presiones y el que, en adición, cada uno de los colombianos vivos se cree en la capacidad de desempeñar mejor que ninguna otra persona. ¿Por qué insistir, entonces, en un técnico que fracasa recurrentemente en la parte profesional y que no tiene siquiera un buen manejo en su dimensión personal? Ojalá hubiese una explicación a ese fenómeno de parte de de los directivos de la Federación Colombiana de Fútbol, diferente a las especulaciones sobre componendas, comisiones y compadrazgos con las que nos ilustran a diario los taxistas. (Aunque con esos directivos… Nuestra amnesia anterógrada –que sufrimos hace décadas- no nos permite acordarnos –por ejemplo- de aquel Miguel Ángel Bermúdez, especie de pistolero de la Federación, que resultó acusado de abuso sexual por una de sus subordinadas en 1994).

Por otro lado, las conquistas de “Bolillo” en materia deportiva se reducen a una sola clasificación al mundial como director técnico y a dos como asistente técnico,  que en las condiciones en que éstas se dieron (clasificaban la mitad de las selecciones en competencia) no son la gran cosa. Encima de todo, los tristes papelones en los mundiales respectivos lo terminan de hundir en el enorme charco de los técnicos mediocres o malos. Lo peor es que eso se olvida al primer fracaso de otro técnico al frente de la Selección. ¿Y qué tal su descarado nepotismo? (recordemos cómo prefería alinear a su hermano Barrabás –de dudosas calidades técnicas- a cambio de jugadores más talentosos como, digamos, aquel Harold Lozano).  Pero eso se olvida al primer partido ganado con “Bolillo” al frente de la Selección. ¿O Sus terquedades? (insistir en la estrategia “sin balón” del inofensivo Aristizábal). Eso también se olvida. Es sólo en el momento en que sobreviene uno de los acostumbrados y estrepitosos descalabros deportivos, o el momento en que “Bolillo” se sale de la ropa y se muele a golpes o a insultos con alguien, cuando buscamos en nuestros bolsillos las desperdigadas notas que registran sus desafueros pasados, sus historiales de numerosos reveses deportivos.

Todos esos olvidos (su mediocridad, su nepotismo, su terquedad, su atarvanería con periodistas y aficionados, su rosca) es lo que creo que en realidad le cobramos hoy, cuando, bruscamente, lo recordamos todo (a nadie le ha importado un pepino la suerte de la víctima de los golpes). Es nuestra venganza. Es por eso que le caemos en gavilla como una manada de hienas hambrientas que ven renguear  a un suculento jabalí mal herido (tal vez otro animal haría un mejor símil).  Porque, aunque lo que hizo “Bolillo” el fin de semana (sopapear a una mujer) está muy mal, la saña con que ha reaccionado la opinión pública (imagínense: ¡Garavito!) me parece desproporcionada (aparte, pues, de unas cuantas voces discordantes al extremo: una senadora opinó que ella podría ser merecedora de esos sutiles correctivos masculinos).

De hecho, confieso que me compadecí al oír los entrecortados sollozos de Barrabás en la radio pidiendo que no crucificáramos a su hermano.  Y tiene razón: un error lo comete cualquiera.  No obstante, podríamos hilar más delgado pensando en lo que hubiera podido pasar si se le hubiese ido la mano (literalmente) a “Bolillo” en su mandoble y, como consecuencia de un mal golpe contra el pavimento, la mujer hubiera muerto esa noche.  Aunque seguramente no hubiera sido su intención, ya estaría –como el exboxeador Carlos Monzón, que tampoco la tuvo cuando mató a su esposa- en la categoría de asesino de mujeres; así de tenue es la línea que divide un error no fatal, una golpiza, de un homicidio. 

Sea como sea, una figura pública está permanentemente expuesta al escrutinio general, y sus acciones tienen unas consecuencias de más largo alcance que las del resto de anónimos ciudadanos.  Así que lo mejor es que pongamos las cosas en su debido contexto: hay que aceptar esa renuncia; y ese hecho, aparte de las acusaciones de agresión por parte de la víctima o las de oficio a las que haya lugar, será su castigo (sí, señor Higuita; sí, senadora Liliana Rendón); hay que aceptar esa renuncia en aras del cambio de mentalidad con respecto a la levedad con que se trata en este país el problema de la violencia intrafamiliar; en aras de sentar un precedente en cuanto a las responsabilidades de los actos de los personajes públicos; en aras de sacar al fútbol colombiano del exasperante circulo vicioso en el que gira locamente hace lustros; hay que hacerlo, repito, pero dejemos en paz a ese pobre sujeto –me incluyo- que ya suficientes problemas tiene.  Pero, además, sólo por si acaso, no sobraría que hiciéramos una visita masiva a la tienda de tatuajes.

Ñapa: esto del fútbol colombiano es un paupérrimo circo que repite una y otra vez sus desgastados y patéticos números.  Fue por eso que me atreví a hacer una predicción sobre la excusa que sacarían, periodistas y cuerpo técnico, una vez eliminados del mundial Sub 20. Parte de la predicción falló por un providencial penalty, fina atención del árbitro del compromiso Colombia-Costa Rica, a favor de los locales; pero la otra parte, la referente a la excusa del bajo rendimiento, sí se dio y, por lo tanto, los invito a leer lo que publiqué en mi estado de Facebook unas horas antes del partido, para que, a continuación, lean el titular del periódico “El Heraldo” del día siguiente.  (En realidad esto de los vaticinios en Colombia es de lo más fácil, por eso aquí hay tantos adivinos y clarividentes de profesión.  Si no me creen que es muy sencillo, hagan la prueba: tomen con sus dos manos la cabeza de algún conocido suyo, entrecierren lo ojos y con voz trémula digan las siguientes palabras: “te robarán en el futuro cercano”.  A renglón seguido, esperen tranquilamente la llamada de asombro de su conocido en menos de 48 horas.)

Publicación en el estado de Facebook: "Ya está la excusa perfecta para cuando llegue la eliminación de Colombia en el sub 20: el problema de Bolillo, que, aunque no sea el DT, sí "afecta a nuestros muchachos como grupo" Así que ya hay una alternativa a las que estaban preparadas: el balón, la lluvia, el árbitro, la posición de Saturno y Urano etc.."

Titular de El Heraldo del día siguiente:
http://www.elheraldo.co/mundial-sub-20/renuncia-de-bolillo-g-mez-afect-a-la-selecci-n-sub-20-eduardo-lara-32952

domingo, 7 de agosto de 2011

DEL BIG BANG AL HOMO SAPIENS

“El fenómeno de cambios pequeños, pero con efectos grandes, es también común en la vida diaria. Del gran emperador Julio César se cuenta que en cierta ocasión, habiendo decidido perdonar a uno de sus altos oficiales acusado de traición, envió a los que debían juzgarlo el siguiente lacónico mensaje: Liberarlo, no ejecutarlo”. Los encargados de transmitirlo, para la mala fortuna del acusado, introdujeron sin querer una mutación letal en el texto: una translocación de la modesta coma. El mensaje quedó así: “Liberarlo no, ejecutarlo”.” Del Big Bang al Homo Sapiens, Antonio Vélez

Esta vez le tocó el turno a una obra de divulgación científica. Mientras leía el capítulo 1 del libro “Del Big Bang al Homo Sapiens” del colombiano Antonio Vélez, entre conjuntos de cromosomas, aminoácidos, bases nitrogenadas y otros ingredientes del sancocho primordial de la vida, me encontré con esta analogía citada por el autor “En consecuencia –afirmaba cierto biólogo-, en el gobierno de la vida, el ADN ostenta el poder legislativo y las proteínas el ejecutivo. El judicial (…) lo ostenta el nicho ecológico o medio ambiente”. Lo que entendí es que el ADN tiene las instrucciones (por ejemplo: hay que hacer una mano), las proteínas sintetizadas llevan a cabo esas instrucciones (la hacen, dentro de los rangos permitidos por el ADN: ahí se determina la forma, el tamaño y otras características) y el medio ambiente es el que al final decide si ese diseño sirve o no sirve para lo único que son diseñados todos los órganos de un ser vivo: ayudarlo a sobrevivir hasta que pueda transmitir su material genético. No obstante, de cuando en cuando hay errores en el ADN, algunos de los cuales resultan beneficiosos para el individuo y otros perjudiciales, dependiendo del entorno. Esto último ha permitido, primero que haya vida, y segundo que se dé el fenómeno de la especiación, que a su vez ha permitido que de una simple bacteria provenga una máquina tan compleja como el ser humano. Todo lo anterior a través de millones de años, en los que la lotería del cambiante medio ambiente ha jugado un papel fundamental: pequeños cambios frecuentemente producen efectos grandes. Y grandes cambios pues ni se diga: recordemos el asteroide que colisionó con la Tierra hace sesenta y cinco millones de años y cuyo impacto levanto una nube de polvo que tapó el Sol suficiente tiempo para que se extinguieran los exitosos dinosaurios, que se habían pavoneado por el planeta durante cien millones de años (cien veces más de lo que llevamos nosotros, como especie, en él).

Teniendo en cuenta, además, la afirmación que hace el autor en la introducción del libro acerca de la sencillez desconcertante del modelo darwiniano –yo también siempre lo he creído así-, me pareció que la anterior analogía podía aplicarse a casi todos los órdenes de la vida (hagan la prueba y verán). Fue así como, de pronto, supuse que podía considerar la analogía inversa: aplicar los fundamentos darwinianos a los fenómenos socio-políticos.

Pensemos, por ejemplo, en el caso de Túnez. El 14 de diciembre pasado Mohamed Bouazizi, un humilde vendedor ambulante de frutas, fue interrumpido en sus labores diarias por una agente inspectora que lo instaba a desmontar su negocio. Al no tener otro medio de subsistencia, Mohamed opuso resistencia con la consecuencia de que la inspectora le largase una violenta bofetada; acto seguido, los ayudantes de ésta le propinaron una feroz paliza. Humillado, Mohamed acudió -sin éxito- a otras instancias. Presa de la desesperación, resolvió rociarse con un líquido inflamable y prenderse fuego al frente de la gobernación de su ciudad. El resto ya lo conocemos: revueltas, movimientos en las redes sociales y desorden generalizado, fenómenos que terminaron acabando con 23 años de régimen tiránico de Zine el-Abidine Ben Ali. Después siguió Egipto, Yemen; Jordania etc…

Si bien la legislación de Túnez seguramente contemplaba la prohibición de las ventas ambulantes (lo que sería el ADN en la analogía), y la inspectora era una de las encargadas de hacer cumplir la ley (haría el papel de las proteínas) a un pueblo resignado durante 23 años (que configuraría el medio ambiente), supongo que el ingrediente de la cachetada y la golpiza no estarían contemplados ni siquiera en la, seguramente, arbitraria legislación tunecina. Es una pequeña mutación en el ADN de la nación que seguramente no se presentaba por primera vez, pero que unido a los sutiles pero incesantes cambios causados por la interconectividad y otras características que confieren las redes sociales (anonimato, inmediatez, capacidad de convocatoria), unido al ultrajante tratamiento a que se había visto sometido todo un pueblo durante más de dos décadas y, finalmente, unido a la autoinmolación del desvalido vendedor, desataron la rebelión.

Adaptémoslo a Colombia, donde esta semana se destacaron dos sucesos. Por un lado las desconcertantes reacciones que han tenido lugar en torno a la medida de aseguramiento del exministro Arias: las copiosas manifestaciones de regodeo por la medida no se compadecen con el hecho de que para algunos no es muy claro si el tipo es en realidad un delincuente peligroso que debe permanecer encerrado (aunque probablemente sí lo es). Y toda la confusión es porque se dio un cambio en el medio ambiente: del Uribismo del todo vale, pasamos al Santismo del –al menos en apariencia- imperio de la democracia. No sabemos porque lo hace Santos (¿convicción? ¿vanidad? ¿manipulación?), pero su discurso conciliador cambió el ambiente y, por tanto, aquellas proteínas abusivas, despóticas y arrogantes que mutaban caprichosamente el ADN de nuestras leyes, aquellos machos-alfa que pateaban el culo a su antojo a los asustados betas o a los indefensos omegas, se encontraron de pronto con que la naturaleza ya no les era tan hospitalaria (y también es por eso que vemos a un encolerizado Uribe rugiendo por tuiter y enseñando su despoblada dentadura de león decrépito).

Por otro lado están los australophitecus del siglo XXI: los conservadores y los representantes de las iglesias, quienes, con su irresponsable posición frente a la posibilidad del aborto por razones excepcionales y su mezquina oposición al matrimonio entre personas del mismo sexo, hacen que Colombia se vea rezagada en esa carrera emprendida hace miles de millones de años por organismos unicelulares, y cuya meta es, hasta ahora, el homo sapiens. Como bien lo anotaba alguien recientemente, el aborto legal no ha aumentado el número de abortos en Colombia, pero sí ha dejado menos mujeres muertas.


Esas mojigaterías hipócritas y ese poder criminal de la iglesia y la religión en la vida de las personas, constituyen un medio hostil para el desarrollo de una vida digna.

En cuanto al matrimonio entre personas del mismo sexo, el artículo que lo impide en la constitución está en abierta contradicción con el espíritu de la propia constitución, que declara la igualdad de todos los colombianos (no se preocupen, no cometeré la solemne tontería de agregar “y todas las colombianas”): el mencionado artículo es una malformación del código genético que debemos extirpar, so pena de que su resultado sea un engendro monstruoso que luego crezca y se lancé al Senado por el partido conservador.

La noticia es que el medio ambiente está cambiando.  Y cuando lo hace es, a veces inatajable, tal como lo demostró la Corte con su sentencia, y tal como lo sugieren las nuevas condiciones en los países más desarrollados del mundo (Noruega, Suecia, Holanda) y hasta en España, de donde heredamos todas estas taras genéticas y donde esas mutaciones dañinas van en vía de extinción (y hasta en México, el país de los meros machos; y hasta en Argentina, tierra de malevos y cuchilleros). Aquí, en cambio, estamos en las cavernas por cuenta de los ¿dije australophitecus? No: me equivoqué: dinosaurios del siglo XXI.

No obstante, y a pesar de las agónicas pataletas de extremistas en otras latitudes (Le Pen en Francia, Tea Party en E.E.U.U.), el gigante asteroide de la apertura mental se dirige a la Tierra. De modo que, señores dinosaurios José Galat, José Darío Salazar, Procurador Ordóñez, representantes de las iglesias Católica, Ortodoxa Griega, Anglicana, Metodista, Evangélica: ¡corran por sus vidas!

domingo, 31 de julio de 2011

ATRAPADOS SIN SALIDA

Harding  -Estoy aquí (en el manicomio) por mi propia voluntad, no estoy confinado, no tengo que quedarme aquí, puedo volver a casa en cualquier momento
McMurphy  -¿Puedes volver a casa en cualquier momento?
Harding  -Sí
Mcmurphy  -No lo puedo creer
Atrapados Sin Salida


Recientemente un estadounidense cometió uno de los actos más extraños que alguien pueda imaginarse: el desesperado hombre optó por asaltar un banco, con el fin de ser atrapado y condenado a prisión.  La cosa ocurrió así: James Varone entró al Banco RCB de la localidad de Gastonia y entregó un papel al cajero en el que le informaba que el banco estaba siendo asaltado y exigía que le entragara la suma de ¡un dólar!...  Luego se retiró de la ventanilla y se sentó tranquilamente a esperar a que llegara la Policía.

Posiblemente muchos ya lo habían hecho antes con propósitos y etiología similares, pero dudo que de la misma forma.  Varone no parece ser el típico ser humano que ha perdido su humanidad y, en consecuencia, ya no le importa nada ni nadie, ni siquiera su propia vida (la que estaría dispuesto a sacrificar en busca de la única salida posible a –por lo menos- el problema económico).  No: Varone, al igual que un delantero de la selección colombiana de fútbol, se aseguró de enviar un mensaje inequívocamente claro acerca de su absoluta inocuidad: se presentó solo, sin armas y exigió una suma ridícula.

Hay que ver la enorme carga simbólica que implica un movimiento de esa naturaleza y que, al parecer, Varone se decidió a realizar por la angustia que le causaba el hecho de que sufría una severa artritis y feroces dolores de espalda. Todo lo anterior en el marco de una tesitura tormentosa: tal como  informa el cable noticioso:  se quedó sin trabajo y perdió su seguro, así que la única opción que encontró para recibir asistencia médica fue la cárcel”.   Lo único que faltó fue que entregara el mensaje dentro de una botella.  Como un náufrago (sería una muy buena escena cinematográfica ¿no?). Varone, entonces, quería vivir.  Así fuera en la cárcel… Telón. 

Cierro la revista en la que aparece la nota y me pongo a pensar cómo la cárcel –¡la cárcel!- podría ser un medio menos hostil que la cotidianeidad del mundo libre estadounidense (ojo: hablamos de Estados Unidos, no de Corea del Norte). Pero es una realidad.  Y mucho tiene que ver con la cobertura en salud en ese país: los francamente abusivos costos médicos y farmacéuticos hacen que los gastos per cápita en dicho sector sean descomunales. Los empleadores costean los impagables seguros médicos de buena parte de la población.  Otros (ancianos, y discapacitados) son cubiertos por el Estado federal a través del Medicare.  Pero hay otros (casi el 20%) que no poseen ningún tipo de cobertura.  Eso equivale a cincuenta millones de personas (un poco más de la población total de Colombia). Lo triste de todo, es que esta situación está dada por un simple manejo político: de falta de voluntad política, de oportunismo político, de mezquindad política: hay un influyente grupo de políticos al servicio de los poderosos, que se encargan de frenar cualquier iniciativa que implique aumento en los impuestos (que ayudaría a mejorar la cobertura en salud), al tiempo que convencen al ciudadano de clase media y baja, con hábiles discursos nacionalistas y xenófobos, de que los impuestos son el enemigo a vencer.  Los votantes lo creen y lo refrendan en las urnas, mientras los supermillonarios -patrocinadores de las campañas políticas y principales beneficiarios de estas medidas- se mueren de la risa.

Varone se encuentra en este último grupo, en el del 20% sin cobertura de salud.  Y su situación recuerda a la vivida por los internos del hospital psiquiátrico de la novela (llevada después al cine) “Atrapados Sin Salida” (Alguien voló sobre el nido del cuco).  Mcmurphy, el protagonista, es acusado de varios abusos sexuales y finge un desequilibrio mental.  En consecuencia es trasladado al hospital psiquiátrico. Allí se encuentra con un rebaño de internos, algunos de los cuales también fingen estar enfermos. La diferencia es que mientras Mcmurphy lo hace para evadir la cárcel, los otros lo hacen porque el humillante ambiente del hospital es, para ellos, preferible al mundo exterior.  Recordemos al indio (Chief) que aparenta ser sordomudo para permanecer interno.  O a Billy (todo un adulto), quien termina suicidándose ante la posibilidad de ser acusado con su mamá por un acto de indisciplina, lo que podría acarrearle la expulsión del sanatorio, único lugar en donde se siente a salvo de vivir una –para él- intimidante vida convencional.


De igual forma que los anteriores casos, Varone se siente (paradójicamente) atrapado en la libertad, y opta por una especie de liberación en…¡la cárcel!.  Liberación de su dolor físico (su espalda, su artritis), pero, especialmente, liberación mental: la presión de mantenerse en un sistema de salud que, a pesar de los esfuerzos de Barak Obama por mejorarlo, es, por decirlo dulcemente, infame.

No obstante, Varone se enfrenta a un escollo final: que no sea condenado: puede que un jurado con gran sentido de la justicia, pero “insensible”, determine que el acusado no representa un peligro para la sociedad y lo absuelva. Por otro lado, si Varone viviera aquí en Colombia, correría la misma suerte de la absolución, siempre y cuando se limitara a desfalcar al Estado en enormes sumas -que  habrían podido usarse en inversión de salud y educación de los más pobres-; pero con sólo  tocar el trasero de una mujer desconocida en la calle, sería condenado inapelablemente a cinco años de cárcel, como lo fue el mensajero Víctor García por cometer ese execrable acto criminal.  Lo malo es que si, por otro lado, lograra esa condena aquí en Colombia, se encontraría con la sorpresa de que, aparte de que en prisión no le suministrarían ninguno de los medicamentos que necesita para aliviar sus dolencias, probablemente tampoco dispondría de agua potable, como ocurrió recientemente en la cárcel de Valledupar. Eso si lograra que lo condenasen. De no lograrlo tendría la oportunidad de intentar obtener los medicamentos en el saqueado sistema de salud colombiano. Fácil ¿no?


Varone, entonces, parece estar atrapado sin salida. No obstante, queda una última puerta por abrir: ayudémoslo: iniciemos una acción popular internacional (o abramos un grupo en Facebook, ¡qué sé yo!), encaminada a sensibilizar al jurado que le corresponda definir la culpabilidad de Varone: señores del jurado, pónganse la mano en el corazón, miren a ese pobre hombre, piensen en su futuro, tengan compasión de ese ser humano que clama su culpabilidad, por favor: declárenlo culpable, Señor Juez: enciérrelo para siempre.

sábado, 23 de julio de 2011

CIEN AÑOS DE CALIDAD

"Los uruguayos llevarán por siempre consigo la gloria y la desgracia de haber sido. Mientras los argentinos, por años, la soberbia maldición de creerse lo que nunca pudieron demostrar que fueron”  Juan Sasturain



La Copa América –conocida hasta 1967 como Campeonato Sudamericano de Selecciones- es la competencia futbolística internacional, adscrita a la FIFA, más antigua del planeta. Aún si no contamos el primer experimento realizado en 1910 en Argentina -como conmemoración de la Revolución de Mayo- todavía podemos contar la competición realizada en 1916, también en Argentina (ya reconocida por la FIFA), y que es considerada la primera Copa América. Faltan, entonces, apenas cinco para celebrar los cien años de existencia de aquel primer torneo en el que se impuso el principal protagonista de la Copa en toda su historia: Uruguay

La Selección de Uruguay tiene de qué jactarse en el mundo, pero sobre todo en América.  Hace más de cien años (1901) la ya existente Asociación Uruguaya de Fútbol, se daba el lujo de que la selección que la representaba disputara partidos internacionales, los que, desde hace ciento uno, juega con la tradicional camiseta Celeste.  Cuando no existían aún los mundiales, la máxima distinción internacional de fútbol de selecciones era la medalla de oro Olímpica de fútbol. Los de Amberes 1920, en los que la medalla de oro la ganó Bélgica, se consideran el primer campeonato intercontinental de fútbol.  Pues bien, Uruguay ganó las dos medallas siguientes: París 1924 y Ámsterdam 1928 (es de anotar que Uruguay fue el único equipo de América en ganar la medalla de oro durante 80 años hasta que Argentina la ganó en 2004 -y repitió en 2008-.  Brasil, en cambio, no ha podido ganarla.  Es el único título importante que le falta, y –pienso- tiene la oportunidad dorada -si me permiten la figura- de lograrlo en Río de Janeiro 2016).  A partir de 1930, la medalla  de oro fue desplazada por el Mundial de Futbol, cuya primera edición fue ganada por…Uruguay, país que además ofició como anfitrión de la misma.

Aparte de los títulos mencionados, la selección uruguaya de fútbol cuenta con los siguientes: otro Mundial de Fútbol (Brasil 1950), un Mundialito (jugado en 1980 en Uruguay en conmemoración a los 50 años del primer mundial y que fue disputado entre los campeones mundiales hasta ese momento), ocho Copas Libertadores (el torneo de clubes más importante de América), y trece Copas América adicionales, siete de las cuales ganó como anfitrión del torneo en igual número de veces en que ofició como tal.  A la fecha está empatado con Argentina en títulos de Copa América (catorce cada uno) pero de ganarle hoy a un italianizado Paraguay -cuya única arma en la Copa ha sido aplicar una especie de catenaccio sudamericano- tomaría ventaja, algo que fue la regla durante las primeras décadas de historia de la Copa.


Durante esa ya larga historia, grandes cracks uruguayos –como Enzo Francescoli y  el “Policía” Alzamendi- han ganado la Copa América.  Sin embargo, como hecho curioso, ninguno de los considerados mejores jugadores de fútbol de todos los tiempos pudieron ganarla nunca: Pelé y Maradona.  Tampoco la ganó Garrincha.

Maradona la disputó tres veces: en 1979 (una de las tres ediciones que no tenían sede fija, sino que se disputaban juegos de ida y vuelta entre las selecciones), en Argentina 87 (su selección fue eliminada en semifinales por Uruguay) y en Brasil 89, Copa de la que conservo dos recuerdos especiales, ambos casualmente relacionados con Uruguay. El primero: el magistral tiro de Maradona desde la mitad del campo en el Maracaná durante el juego que disputaron Argentina y Uruguay: después de pararla de pecho, Maradona lanzó un largo globo al arco, la pelota se estrelló violentamente en el travesaño y así se malogró uno de los goles más bonitos que se hubiesen registrado en esa competición. Después, el astro uruguayo Rubén Sosa marcó dos goles en soberbias jugadas individuales: Uruguay 2, Argentina 0.  El segundo recuerdo tiene que ver con la final de esa Copa: Brasil –que no se coronaba campeón desde la última vez que había sido anfitrión de la misma, 50 años atrás- se enfrentaba a Uruguay en el Maracaná.  Por supuesto, el fantasma de El Maracanazo, sucedido 49 años antes, bailaba en el ambiente: era la reedición del mismo partido final, se jugaba en el mismo estadio y en la misma situación: Brasil se coronaba con el empate (al igual que en el Mundial del 50, la Copa América del 89 no se definía con una Gran Final, sino por medio de un sistema de puntos acumulados en un cuadrangular final).  Para aumentar los temores de los siempre supersticiosos brasileños, Romario (el gran Romario) abrió el marcador a los cuatro minutos del segundo tiempo: una diferencia de escasos 120 segundos con respecto al anotado por Friaça, 49 años antes, en la final del 50.  De ahí a esperar a que Uruguay remontara el partido y se coronara campeón (como en efecto lo hizo en aquel partido final del 50 con goles de Schiaffino y Ghiggia), reviviendo así el capítulo más amargo de la historia del fútbol brasileño, no había sino una maldición de por medio.  Afortunadamente para los 170.000 espectadores que se dieron cita esa tarde en el legendario escenario, esto no se ocurrió y Brasil volvió a levantar la Copa América después de 50 años.



 El caso de Pelé fue realmente triste.  O Rey sólo jugó la Copa América de Argentina 1959: fue el goleador de la misma (8 tantos, incluido uno en el último partido) y fue, además, declarado el mejor jugador del certamen.  Al igual que lo anotado arriba, esta edición de la Copa se definía a través de un sistema de puntos, y no con una final (así muchas veces coincidiera el hecho de que los dos protagonistas del último partido del cuadrangular, fuesen los mismos que estuvieran más opcionados para ganar la Copa).  Se disputaba, entonces, el último partido y  Argentina empataba  a 1 con una selección Brasil constelada de las estrellas que habían ganado el mundial de Suecia 58. El empate bastaba a Argentina.  Faltando escasos segundos para el final del partido, Garrincha logró colarse entre la defensa gaucha, remató al arco y venció al arquero: Brasil 2, Argentina 1. Pero… no: el árbitro Carlos Robles de Chile pitó el final del encuentro cuando la bola viajaba entre el zapato de Garrincha y la red: Argentina 1, Brasil 1: Argentina campeón 1959.  Así que, por culpa de ese mequetrefe de Robles, Pelé nunca ganó el único trofeo que le faltó en su exitosa carrera.  Confieso que no lancé un ladrillo al televisor por dos razones: la primera porque en aquella época no se televisaban los torneos de fútbol y la segunda y más importante, porque en 1959 aún faltaban ocho años para que yo naciera.

Pero volviendo a La Celeste, creo que hoy tiene todo para ganar: enfrenta a una, como hace mucho no se veía, mediocre Selección de Paraguay (que sufrió lo indecible para no perder ante una sorprendente Venezuela), goza de la presencia del letal goleador Luis Suárez –que atraviesa por un gran momento-, eliminó al anfitrión Argentina y, en adición, viene de jugar un gran mundial, en el que, no sólo fue el equipo mejor posicionado de toda América -al llegar hasta la ronda de semifinales-, sino que su estrella, Diego Forlán, fue elegido como mejor jugador del campeonato. (En contraste con ese buen momento de Uruguay, Colombia fracasó una vez más en un torneo internacional.  Tal vez nuestro director técnico, “Bolillo” Gómez esté tratando de emular al Coronel Aureliano Buendía de la novela “Cien Años de Soledad”, y quiera demostrar, con sus sucesivas derrotas, la inutilidad de la lucha, tal como lo hizo el Coronel al firmar el armisticio de Neerlandia después de perder cada uno de los treinta y dos levantamientos armados que promovió. Lo lógico, entonces, sería que “Bolillo” siguiera emulándolo y firmara de una buena vez su carta de renuncia).



Y ya que ganar el Mundial se ha convertido en un objetivo lejano para Uruguay desde hace décadas (aunque con logros encomiables si consideramos que es un país con un número de habitantes inferior a la mitad de los que hoy tiene Bogotá), por lo menos tiene la oportunidad de ungir a esta pléyade de jugadores con la gloria de la Copa América, como lo hizo con el gran Enzo Francescoli en 1983.  Por lo menos, digo,  podrán Forlán, Suárez, Lugano, Abreu, tener el honor de conquistar ese título con su selección, a diferencia de lo que sucedió a Brasil en la década de los 80, cuando teniendo una verdadera constelación de estrellas (Zico, Falcão, Sócrates, Toninho Cerezo, Junior, Éder, Leandro, etc…), nunca pudieron ganar el mundial con su selección, y ni siquiera tuvieron el consuelo de ganar la Copa América.  Lástima: esa fue una de las estirpes de futbolistas más asombrosas y admirables que ha existido, pero condenada a no tener una segunda oportunidad sobre la tierra.

VER APARTES DEL PARTIDO DE ARGENTINA-URUGUAY, COPA AMÉRICA BRASIL 1989 (Goles de Sosa y tiro de Maradona)

VER GOL DE ROMARIO EN LA FINAL DE LA COPA AMÉRICA BRASIL1989 EN EL MARACANÁ

viernes, 15 de julio de 2011

EL PLANETA DE LOS SIMIOS


“Somos construidos como máquinas de genes (…) pero tenemos el poder de rebelarnos contra nuestros creadores.  Nosotros, sólo nosotros en la Tierra, podemos rebelarnos contra la tiranía de los reproductores egoístas”  Richard Dawkins, El Gen Egoísta

Hace poco, en El Heraldo de Barranquilla, un tuitero envió al periódico un video –publicado en la edición digital del 11 de julio- en el que un chimpancé dispara un fusil AK-47. En la escena (lo más parecido que he visto a un sketch de las legendarias películas y series de TV de “El Planeta de los Simios”), un grupo de hombres armados (paramilitares de algún país africano tal vez), en medio de bromas y risas le dan el fusil cargado al chimpancé; éste lo recibe con pasmosa naturalidad, lo acomoda en la posición correcta y, ante el desconcierto de los ya para ese momento aterrados bromistas, hala el gatillo y empieza a disparar a diestra y siniestra -como no lo hubiera hecho el mismísimo General Urko de la serie de TV- mientras los humanos corren por sus vidas. Al final del video, en una escena que, por su simbolismo, recuerda el momento en que los humanos -en la película-  encuentran la Estatua de la Libertad semienterrada en una playa solitaria (y así descubren que el planeta al que desembarcaron de su viaje estelar no es otro que la propia Tierra), al final del video, digo, el ahora solitario chimpancé levanta sobre su cabeza el fusil con las dos manos en una escalofriante señal de triunfo y superioridad.
Supongo que esto último no es más que una casualidad o una reacción corriente del simio -la que probablemente también habría tenido si sujetase un racimo de bananas en lugar del fusil-, pero la remota alternativa de que llegare a tratarse de un mínimo rapto de conciencia del chimpancé acerca de lo que acababa de acontecer, me da pie para una defensa -también mínima- del género humano, y para una final reflexión en torno al papel transformador que podemos darle a nuestras vidas a través del gobierno de nuestros actos.
El reputado zoólogo Richard Dawkins nos presenta en “El Gen Egoísta” la teoría de que los seres vivos no somos más que máquinas de supervivencia de los genes, los que, a la larga, dirigen todas las acciones del ser vivo (cazar, comer, reproducirse, metabolizar etc…) con el fin de garantizar su propia supervivencia (del gen). El objetivo, totalmente azaroso e irracional, es mantener la estabilidad del gen (o paquete de genes actuando como uno solo) y, de esa manera, subsistir una generación tras otra indefinidamente.  De modo que, mientras no exista la razón, todas las acciones de los seres vivos estarían regidas por una suerte de determinismo genético. En contraste, cuando existe la razón (hasta ahora sólo comprobada en el hombre), sería posible dirigir el curso de los acontecimientos con base en razonamientos morales o éticos.
Teniendo en cuenta lo anterior, se me ocurre que toda la crueldad atribuida al género humano, no es más que un accidente, producto – paradójicamente- de su atributo más distintivo y honroso: la razón. Me explico: el género humano no sería cruel y sanguinario per se, puesto que cabría pensar que de haber sido los simios quienes hubiesen tenido la suerte (por mutaciones genéticas) de evolucionar primero que los humanos a un estadio de inteligencia similar al que poseemos nosotros, probablemente las cosas serían muy semejantes a como son hoy, con la simple diversidad o inversión de roles de algunos actores: quizás habría un obeso chimpancé saqueando el erario de la Alcaldía de Kampala (supongo que la Nueva York de los simios); o un lascivo papión –dirigente de alguna poderosa institución monetaria internacional- violando a una indefensa bonoba que oficiase de camarera en un hotel de cinco estrellas de Nairobi; o un insensible orangután experimentando drogas nuevas en inermes humanos.
Para algunos el anterior escenario no es tan descabellado. El biólogo y filósofo británico Rupert Sheldrake, por ejemplo, mantiene su teoría de la Causación Formativa, especie de mezcla del Registro Akáshico de Annie Bésant (que sostiene que el espacio está formado por un éter que almacena la memoria de todos los conocimientos desde la creación del Universo), el Campo Morfogenético de Hans Speman, y el Inconsciente Colectivo de Jung. Según esta teoría, “Los comportamientos característicos de los organismos biológicos están influenciados por invisibles campos organizadores operando a través del espacio y del tiempo”. En otras palabras: el aprendizaje de los seres vivos se iría almacenando en recipientes invisibles, y estaría disponible para las nuevas generaciones (¿cómo?, no lo dice: es un nimio detalle susceptible de ser afinado en dicha teoría). Para Sheldrake, gracias a la Causación Formativa, las nuevas generaciones tomarían el aprendizaje acumulativo de las anteriores (a través de los campos) y serían capaces de aprender más rápidamente: un grupo de ratas que lograse realizar una tarea determinada –por ejemplo-, por el sólo hecho de hacerlo, les facilitaría la labor de realizar, la misma tarea, a otras ratas que estuviesen naciendo en el otro extremo del mundo. O a cualquier persona contemporánea -según la teoría- le sería más fácil aprender a escribir mandarín (por el enorme conocimiento almacenado durante siglos) que una grafía recién inventada. Interesante. Espero ansiosamente el momento en que, aprovechando siglos de acumulación de literatura -que estarían disponibles en los famosos campos-, les sea infundido a los cibernautas actuales el conocimiento de Cervantes y, superando a Borges, la realidad nos regale  millones de Pierre Menards que escriban deliciosos fragmentos de “El Quijote”, a cambio de las estúpidas sandeces plagadas de catástrofes ortográficas que sufrimos hoy en las redes sociales. Convengamos en que se ha tardado un poco ese esperanzador fenómeno.
De otro lado, está el historiador (también británico a pesar de su nombre latino) Felipe Fernández-Armesto quien, a través de sus múltiples investigaciones con simios, ha encontrado que una vez descubierta una habilidad por parte de uno de los individuos de un clan, ésta es –a través de la observación- rápidamente aprendida por los otros individuos. Para Fernández-Armesto, tratar de establecer diferencias entre el género humano y las demás especies de animales, ha fracasado rotundamente a lo largo de la historia: los animales tendrían sociedades, cultura, tradiciones, formas de conciencia y comunicación muy similares al hombre, y la única diferencia sería la volatilidad social, es decir, el altamente cambiante contexto cultural humano respecto al más estable contexto cultural animal. De esta manera, la evolución de especies sigue su curso, algunas en la dirección del razonamiento superior.
Teorías como las anteriores, algunas un poco traídas de los cabellos, y otras con más bases científicas (estudio de neuronas espejo en primates, lenguaje avanzado en delfines, emociones en ballenas), hacen verosímil el hecho de que en un futuro no seamos la única especie con derechos privilegiados sobre la Tierra.  De hecho, hasta podríamos vernos subyugados por otra especie, tal como en la película “El Planeta de los Simios” (o incluso por un ente no biológico, como los computadores).  Pero mientras llega el momento en que un  grupo de chimpancés paracos le entreguen un fusil a un travieso humanito para que juegue, bien podríamos poner nuestro superior raciocinio al servicio de la ética, la moral y el sentido social –a costa de nuestro egoísmo genético- y así lograr una civilización que pueda ser un ejemplo decente para otras especies capaces de llegar a nuestro nivel.
(Ver video del Chimpancé disparando en el enlace de abajo)
http://www.youtube.com/watch?v=csbF2O6TvJg

domingo, 10 de julio de 2011

EL CHAPULÍN COLORADO


“Era un mundo diferente… Ahora me dicen, sé, que se habla mucho de política.  En mi opinión les interesan los políticos.  La política abstracta, no.”  Jorge Luis Borges, Diálogos

En su última columna hablaba Juan Gabriel Vásquez de la última columna de Antonio Caballero, en la que éste hablaba de Mockus, “de su candidatura a la Alcaldía de Bogotá y las razones de su popularidad, y se preguntaba (Caballero) por qué la gente votaba por él ( Mockus) y se contestaba diciendo: "Por desesperación. Porque se presenta bajo la pretensión de ser distinto de los demás políticos".”  (Un antipolítico). Por una imperdonable prudencia, Vásquez omite la pregunta fundamental (y literal) de Caballero: “¿Por qué vota la gente por semejante payaso?”
Más adelante, en la misma columna,  Vásquez se extraña del concepto “antipolítica” y argumenta, casi que irrefutablemente, que ese disfraz –sustentado por un enorme sinsentido-, dadas las características de nuestras pobres sociedades, es uno de los mecanismos más demagogos y eficaces que existen actualmente para ganar elecciones (Uribe, Mockus, Chávez…).  Y antes de concluir su columna, cita al escritor argentino Patricio Pron: “El rechazo a lo establecido en plazas y calles cuenta con mi solidaridad, pero ¿por qué otra cosa lo reemplazamos? No es menos política lo que necesitamos —porque el punto cero de la política es una dictadura—; lo que necesitamos es más y mejor política”. Y finalmente Vásquez  concluye -refiriéndose a la frase de Pron- con esta frase “Y eso también es cierto, claro. Pero a ver quién se lo explica a los votantes”
No creo que la cosa se trate de explicarle nada a los votantes: un votante que ya no se deja engañar tan fácilmente por un político corrupto no debe ser tan tonto como para creer en un mesías bajado de los cielos (bueno, algunos sí).  Ni tampoco creo que sea por simple desesperación como dice Caballero.  Me parece, en cambio, que, aparte de la desesperación y la falta de explicaciones, los votantes sienten físico odio hacia los políticos tradicionales. Y puede que prefieran que el Estado sea saqueado por otros ladrones distintos a los de siempre (si fuera por desesperación, habríamos oído decir  a entusiastas votantes –otrora abúlicos- que hay que votar por fulano  o mengano, salvadores que nos sacarían del atolladero. Pero no: hay más bien resignación. Resignación que, más que por la desesperación, parece guiada por la rabia o por simple y llana sustracción de materia: sencillamente no hay por quién votar.  No hay esa esperanza que por lo menos deja la desesperación y, en consecuencia, y gracias a un sentido innato de la equidad, el votante se resigna y decide que “de los males el menor”: ya que le ha tocado tanto al ladrón evidente, bien podría tocarle algo al ladrón agazapado.)
Los votantes, entonces, parecen razonar como el anti-héroe “El Chapulín Colorado (“anti” también, a propósito de Mockus, ¡vaya!), quien, cuando se veía en gran peligro, exclamaba: “¡primero muerto antes de perder la vida!”.  Una posición límite frente al descreimiento en la Política. Claro, entendida ésta como lo relativo al ordenamiento de la ciudad, como el proceso que permite la toma de decisiones que benefician a determinado grupo humano; entendida así, como la entendió Aristóteles, y no entendida  como el deprimente sainete que por política (escrita así, con p minúscula) entendemos hoy en día.
Si bien en un principio la Política fue una prolongación simple  de la ley darwiniana del más fuerte, con los años –y sobre todo con los griegos- se sublimó, y evolucionó   a un nivel racionalmente más elevado: arte para algunos, ciencia para otros.  Y como es un hecho que políticos corruptos ha habido todo el tiempo, son pocos los períodos en los que se han debatido las ideas políticas como tal (olvidadas casi siempre por esa detestable realidad corrupta), y, en cambio, sí lo han sido -hasta la saciedad- los chismes y cotilleos con los que, especialmente ahora, sembramos nuestros medios de comunicación y conversaciones: “están hablando de política”, decimos cuando oímos las fechorías de algún gamonal, sin tener la menor idea de lo que estamos diciendo: que fulano o mengano se hayan robado “X” cantidad de plata no tiene nada que ver con la Política; es un asunto judicial, ético; o -en nuestra realidad colombiana- social.
Entonces, sí: puede ser que por desesperación -o por falta de escolares explicaciones, o por sustracción de materia o por rabia - la gente esté dispuesta a votar por Mockus.  (o el antipolítico de turno), pero esto sólo conducirá a espumosos fenómenos que se desvanecerán con el tiempo y se convertirán en totalitarismos o payasadas si resultan mal, o se marchitarán al mismo tiempo que lo haga la salud del caudillo, en el extraño caso en que resulten bien: no trascenderán, pues no gozan de la viabilidad permanente que otorgan los partidos. Por lo tanto, mientras sigamos eligiendo personas y no ideas, el electorado, en el mejor de los casos, estará inmerso en un entorno de comedia televisiva de los ochenta, que al final sólo de deja la opción de conformarse con una famosa frase: “¡se aprovechan de mi nobleza!